Como en la película alemana La vida de los otros, el Estado comunista tiene entre sus objetivos últimos intentar, no siempre con éxito, apropiarse de la vida íntima de los habitantes.
En el largo devenir de la humanidad, desde los albores de la sociedad regimentada y uniformizada de abominable experiencia soviética la familia ha sido objetivo político-militar del Estado comunista.
Como célula fundamental de la sociedad la familia es permeada por la ideología comunista a través de la constante y sistemática campaña estatal de adoctrinamiento dirigida a la población infantil, lavando los tiernos cerebros de los niños convertidos en “semilleros de la patria”. En la Venezuela tardochavista los tristemente célebres “simoncitos” pretenden ir en esa misma dirección de adoctrinamiento y lavado de cerebro de la población infanto-juvenil para la formación del llamado “hombre nuevo”.
Por ejemplo, en la actual Cuba castro comunista quienes tenían apenas 5 años en 1959, con la llegada del modelo político obsidional del Partido Comunista de Cuba, hoy tienen cerca de 70 años y son individuos miedosos y timoratos ante el Moloch estatocrático unipartidista. El fascismo hitleriano tuvo el mismo propósito de crear el hombre nuevo mediante la creación de la llamada “raza aria” también conocida en palabras de Nietzsche como “el superhombre”. La llamada revolución socialista o bolivariana ha forjado en veinte años un espécimen no menos raro pero cortado con la misma tijera de la alienación ideológica.
Se trata del “hombre nuevo socialista”, “rodilla en tierra”, enajenado con la burundanga del mazacote doctrinario denominado “el árbol de las tres raíces”, esa extraña mescolanza de la más disímil naturaleza ideológica cuyo lamentable resultado es un peligroso híbrido de ortodoxia seudopolítica capaz de hacer tanto o más daño neurológico en el cerebro de un militante que una dosis de droga diaria. Lo que conocemos en Venezuela como “hegemonía comunicacional” no dista mucho en semejarse a la monopolización de la verdad por parte del partido único en la sociedad disciplinaria.
En la Venezuela revolucionaria de la “dictadura del proletariado” es evidente e inocultable que la subjetividad del sujeto ciudadano está cautiva y controlada por el absolutismo estatalista. El ogro filantrópico y filotiránico expropia y subsume las autonomías psíquicas del sujeto social democrático conculcando las pulsiones disidentes que habitan en la pluralidad ciudadana que se niega con razón a dejarse a absorber por la lógica tiránica del E$stado proletario.
Obviamente, la lucha incesante entre ambas entidades sociales, políticas y culturales es agonística; antagónica e irreconciliable. Se trata de la contradicción entre la totalidad con pretensión totalitaria y la resistencia denodada de la individualidad social del sujeto libre que se niega a ser anulado por la tiranía estatocrática del monstruo antropófago comunista.
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