La ganadería bovina en Venezuela había evolucionado notablemente a partir de 1936, con el inicio de la tecnificación de las operaciones y el aporte de científicos extranjeros traídos por iniciativa del gobierno nacional, quienes impartirán conocimientos en materia sanitaria, de selección, de mejoramiento genético, así como en la organización y funcionamiento de unidades de explotación, todo lo cual tendrá enorme impacto sobre una actividad pecuaria que venía de años de atraso y abandono.
Si bien la ganadería no ha sido nunca la base de nuestra economía, si ha sido uno de los factores más importantes en la dinámica del comercio interior durante muchos años; a ello podríamos agregar el hecho de que el género y estilo de vida que ella propicia ha actuado como ingrediente básico en la formación de un arquetipo esencialmente venezolano. No podemos pasar por alto la generación de empleo en las zonas predominantemente ganaderas del país. El proceso de avance en la ganadería venezolana llega a su máximo esplendor cuando los ganaderos a partir de los años cuarenta del pasado siglo, empiezan a organizar explotaciones modernas y a proveer un nuevo material genético en sus fincas, lo cual se complementa con la introducción de variedades forrajeras de mejor calidad y rendimiento. Se importan semillas del Brasil, de Colombia, de Centroamérica que sirven al propósito de fomentar pastizales en zonas específicas del Sur del Lago de Maracaibo, de la costa del estado Falcón, de los estados Yaracuy, Lara, Cojedes, Carabobo y Aragua, mejorándose de tal manera la oferta forrajera en las operaciones de engorde de bovinos y vacas de ordeño; ya en décadas más recientes se introducen variedades de origen africano que igualmente enriquecen el campo venezolano.
Para el año de 1999, el ganadero venezolano organizado, apoyado en el conocimiento y la experiencia acumulada, en tecnología y gerencia profesional, producía mejores animales de manera eficiente, canales bovinas más grandes y bien terminadas y en definitiva productos cárnicos de mayor valor nutricional para los consumidores. Una trayectoria que a partir de las desatinadas políticas públicas amparadas en nuevas leyes y procedimientos del régimen todavía imperante, dará lugar a la ruina que hoy envuelve al sector agroalimentario nacional. Y para muestra de ello citamos las cifras aportadas por el académico Carlos Machado Allison, quien nos dice que en 1992 la producción per cápita anual de alimentos fue de 823 Kg, ubicándose a la fecha de hoy en 376 Kg, es decir, menos de la mitad de lo que se producía cuando la población era sustancialmente de menor tamaño, todo ello como consecuencia del ostensible deterioro de la actividad primaria y agroindustrial en el país.
El sector productor cárnico no podía escapar a lo que venimos comentando, a lo cual se agrega la pérdida del poder adquisitivo de los consumidores, quienes no compran carne bovina simple y llanamente porque no la pueden pagar ni siquiera al hipotético “precio justo” asignado caprichosamente por el régimen –un producto que nunca fue de “primera necesidad” y que pasó a serlo por ese afán controlador de la actividad económica que ha prevalecido desde comienzos del siglo XXI–. Dicho lo anterior, no hay razones para oponerse a la exportación de carne bovina de fuente venezolana, en tanto y en cuanto ello podría aliviar las carencias que se ciernen sobre los productores e industriales que no encuentran mercado vigoroso para sus productos. Más aún, tenemos la plena convicción de que la vertiente exportadora debe mantenerse regularmente abierta para mercancías, capitales y servicios originados en el territorio nacional, de lo cual resultaría una mayor generación de divisas que redundarían en beneficio de los agentes económicos, de los consumidores y del país.
Quede claro que la liberación de exportaciones de animales y de productos cárnicos no solamente aumentaría su oferta a nivel internacional, sino además contribuiría al desarrollo de los sectores primario, industrial y de los servicios venezolanos, obligándolos a adoptar prácticas y procedimientos que aseguren una mayor eficiencia, competitividad y calidad de la propuesta frente a los mercados externos. Y es que las exportaciones abren mercados alternativos, estimulan la instrumentación de nuevas líneas de productos y servicios, aumentan el número de clientes, contribuyen al equilibrio en períodos de caída de la demanda efectiva –lo que precisamente se requiere en estos momentos–, aunado con la posible disminución del costo unitario –resultante de la eficiencia sin duda alcanzable–, a la mejora en la productividad y a la eventual elevación del margen de ganancia para productos finales que incorporen mayor valor.
La recientemente anunciada exportación de ganado “en pie” puede significar un transitorio alivio para los productores primarios que confrontan un mercado cada vez más restringido y debilitado; por el camino que llevan las Finanzas Públicas, ni siquiera las agencias gubernamentales podrán pagar precios razonables en el futuro previsible. No hay duda de que canalizando la oferta del producto hacia los mercados foráneos mejorarían las condiciones actuales de mercadeo y precios que afectan a los productores del campo. Pero creemos que para alcanzar un verdadero y sostenible mercado de exportación en el largo plazo, es imprescindible no descuidar el abastecimiento nacional del producto, vale decir, urge rescatar las fortalezas del mercado interno, así como también resolver los temas pendientes de carácter sanitario que le darían acceso a plazas más estables, exigentes, diversas y de mayor transparencia en las relaciones de intercambio. Y es obvio que un mayor valor agregado para el producto de exportación redundaría en beneficios superiores para los ganaderos, para la agroindustria y también para el fisco nacional al verse incrementada la base imponible de los agentes económicos. En todo ello es importante hablar y actuar siempre con la verdad por delante, no con fanfarronadas ni ofertas inconsistentes que no se sustentan en realidades tangibles de los órdenes funcionales, sanitarios, incluso financieros. Ha llegado la hora de enseriar las políticas públicas en beneficio de todos los integrantes de la sociedad nacional y no de unos pocos privilegiados de la política.