Les contaré “algo humilde pero necesario”, como diría el grande Rafael Cadenas en uno de sus poemas.
El teatro Teresa Carreño se inauguró el 19 de abril de 1983, y al mes siguiente, el 25 de mayo, era una mañana lluviosa, ingresé a trabajar allí por el salario mínimo mensual de entonces, pero para mí el máximo porque me resultaba suficiente y bastante para atender mis necesidades del momento: mil quinientos bolívares (Bs. 1.500).
Con esa cantidad, créanme, pagaba universidad y residencia y me quedaba, de modo que puede usted, amigo lector, con un simple repaso o leve ejercicio comparativo, precisar en cuánto o cómo se ha deteriorado el poder adquisitivo del venezolano, que hoy, aquel ingreso no alcanza ni para pagar la cesta básica, mucho menos para cubrir los rubros señalados.
Advierto que uno tiene que librarse del autoelogio, pues hablar de uno mismo siempre será chocante, y cuando se trata del propio currículo, debemos hacerlo o esbozarlo con mucha discreción, a sabiendas de que podemos incurrir en enojosas referencias, so pena de que nos puedan llover críticas poco amables.
Cuando esa barbarie roja que está aposentada en Miraflores y sus voceros agoreros se ufanan de haber aumentado el salario mínimo, no sé cuántas veces en tal o cual período de tiempo, ello solo puede entenderse como que no han sabido administrar el erario, que sus políticas económicas han sido harto desacertadas, y que del patrimonio público solo han hecho la piñata que a palos han ido destrozando y cada cosa que cae va a sus bolsillos.
La experiencia personal contada ab initio ha sido como aporte al conocimiento de la historia reciente, no tan lejana, de esa etapa que el régimen ha dado en llamar “la cuarta república”, y para que quede constancia en la memoria siempre frágil de la persona humana que, si bien entonces había confrontación política e intolerancia, estas circunstancias jamás se compararían con el desastre que instauró el delirante golpista y que la usurpación sucesora se empeña en continuar.
Ingresé al teatro en año electoral, nadie me pidió carnet ni me requirió sobre simpatía o militancia política. Y para los aumentos subsiguientes de salario, no había que esperar el antojo del gobierno de turno, sino el resultado de las evaluaciones pertinentes.
Hoy no cabe duda: estamos en una clara y alarmante constatación de que vivimos en un desolado infierno bolivariano, y a pesar del drama, en estos tiempos difíciles y sombríos, coloreados de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse
Salario o dádiva.
Lo que resulta francamente inaceptable es que se haga creer al pueblo, sus gentes, que son ellos en pleno, reunidos en asamblea, los que tienen la potestad de decidir en áreas tan especializadas como la economía, la salud, la infraestructura, el aumento del salario, y en general, en la distribución del presupuesto de la nación.
Esto es inaceptable porque conceptual y políticamente es un esperpento, y porque sencillamente es mentira. Todas esas decisiones ya vienen cocinadas y comidas, y solo resta informar al pueblo de sus desaguisados.
El salario mínimo anunciado es el más bajo de todo el continente. Léase bien, el más bajo de toda América. De modo que mal puede hablarse de que en Venezuela las cosas están mejorando porque veamos numerosos edificios en construcción (se habla de un nuevo Wall Street en Las Mercedes), bodegones a granel y fiestas pomposas en lo más alto de los tepuyes, entre otras menudencias que son del caso explicar.
Claro que hay gente buena y esperanzada, capaz de emprender algún negocio en el país, de naturaleza lícita y con dinero, desde luego, de origen conocido. Aplaudo eso. Emprendimiento y reinventarse son dos vocablos que han recibido acogida y rechazo. Yo me quedo con el lado bueno de sus significados, lo positivo que connotan, con el esfuerzo que conllevan y el optimismo que anima a sus ejecutores, pese a la inseguridad jurídica que también nos agobia.
¿Saben acaso los funcionarios chavistas si podrían vivir hoy con un salario mínimo en Venezuela? ¿Cuáles son realmente los sueldos o escalas de salarios en la Administración Pública? ¡Mentirosos!
Cuando renuncié a la Fundación (teatro) Teresa Carreño en noviembre de 1989, año poselectoral, mi salario era de 12.140 bolívares, nada despreciable, pero mis intereses personales y profesionales me imponían tomar otros rumbos.
De modo que la mentira, que engaña a quien la dice, es connatural al chavismo, a esa forma grosera de hacer política, esa otra metáfora de la pobreza. Mentirosos compulsivos son.
Los corruptos y pillos podrán lavarse las manos, pero nunca la conciencia porque hasta allá no llega el agua ni el jabón. El mentiroso se va haciendo una cáscara de cinismo y nada le entra. Pero hay que decirle claro: ¡Usted es un mentiroso!