Monseñor Romero, monseñor Arias Blanco y cardenal Castillo Lara
El mundo para los más atormentados es un cataclismo, para otros no tanto. Los optimistas creen que la brújula se pierde cuando no se busca a Dios. El cardenal Robert Sarah cree que para hallarle hay que alcanzar el don de la santidad. “Señor, si apartas tu mano nos vamos al fondo y perecemos. Visitados por ti nos levantamos y vivimos”. Así se expresa el director de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en Roma.
Esta apreciación conduce a preguntarnos: “¿Qué debemos decirle a Dios ante tantas tropelías, que alteran la paz y muy particularmente donde más se reza? Platón se preguntó por la causa del mal, respondiéndose que “la ignorancia”, por lo que si asumimos que los gobiernos son causantes de los desastres, son “ignorantes” quienes los integran. Sin embargo, la apreciación no es del todo definitiva, si admitimos que hay “ignorantes no malvados y cultos protervos”.
Ante situaciones caóticas la Iglesia habría de estimular a pueblos desesperanzados, por el desconocimiento de sus derechos. Leyéndoles, entre otras, la histórica frase de Juan Pablo II “Indígnate. No perder la fe”. Mucha gente lo espera.
El 25 de agosto de l985 se suscribió en Chile el “Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia”, el cual firmaron partidarios de la dictadura de Augusto Pinochet y proponentes de una democracia representativa. Para la época, desde el propio gobierno se planteaba la conveniencia de una apertura política para consultar al soberano maniatado por un régimen enemigo de la libertad. Con gesto que lo glorificó el cardenal Juan Francisco Fresno, arzobispo de Santiago, tuvo una participación determinante en la iniciativa, conjugando voluntades camino al éxito. Floreció el Estado de Derecho.
El precedente del reclamo por parte de monseñor Óscar Arnulfo Romero ante la transgresión a los derechos humanos en El Salvador, costándole la vida, debe traerse, también, a colación. Se trató, como escrito, de un llamado del representante de Dios ante “la violencia militar” durante la cruenta guerra civil en Centroamérica. Se le hizo “Santo” bajo el papado de Francisco, por lo que con seguridad desde el cielo lamente no estar en su querida patria para denunciar las bellaquerías dictatoriales de Bukele, poderoso desde la Presidencia amparado en el voto, dada la pulverización de los partidos políticos. Sí, esa terrible amenaza para la democracia, que recorre a las Américas.
Es difícil encontrarse con un latinoamericano, independientemente de su nivel cultural, que no culpe del desastre a lo que se ha venido mal llamando “socialismo”, lo cual debería preocupar importantemente a la Iglesia, si se tienen en consideración las consecuencias que para ella misma ilustra la historia. En España la lucha contra monárquicos condujo al fuego de clérigos y monjas y de importantes edificaciones religiosas, hasta el extremo de que se aconsejaba “salvarse antes o después”, ya que “la voracidad revolucionaria” deseaba acabar con la Casa de Dios, incluyendo la enseñanza por órdenes religiosas. Hoy los conflictos, tanto teóricos, como reales, en lo atinente a las posturas socialistoides, lejanas, por cierto, a la concepción de John Stuart Mill acerca del verdadero socialismo, a su juicio, consecuencia de diálogos y consensos políticos resultado de la educación y la conciencia civil, han de molestar, manteniendo a la Iglesia alerta. Pero no limitándose a la queja.
El mundo demanda una participación activa de los llamados a ejercer un liderazgo, que afortunadamente, a pesar de no ser unitario, todavía existe, para una convocatoria en procura del adecentamiento y conducción seria de los pueblos. Así lo hizo Juan Pablo II, en concurrencia con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, aprovechando la sacudida que diera al oprobio Mijail Gorbachov con las históricas palabras ”glasnost y perestroika”, cuyas consecuencias favorables a la dignidad humana no pueden negarse. Se lee que “durante la gran misa celebrada en San Pedro el 22 de octubre de l978, “el Papa polaco” llamó a la valentía y a la apertura, defendiendo la libertad religiosa como un derecho humano imprescindible. “No tengáis miedo de dar la bienvenida a Cristo y aceptar su poder. A su poder salvador abrid las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y políticos”. Así enfatizó con fuerza aquel “gran hombre”.
La humanidad desea, hoy más que nunca, de personalidades cuya integridad no desmaye, ante los caudillismos y sus desmanes. En la lamentablemente corta lista no puede dejar de mencionarse a Nelson Mandela. Sí aquel hombre de piel oscura que en pleno proceso para condenarle dijera: “He luchado contra la dominación blanca y he combatido la dominación negra. Promuevo una sociedad democrática y libre. Es un ideal por el que espero vivir, pero si es necesario, por el que estoy dispuesto a morir”. Durante 27 años de cárcel mantuvo esa postura, para ponerla en práctica al conducir a su país, electo presidente por el voto popular.
En el escenario delineado salta el nombre de Venezuela, cuyo caso hoy tipifican como uno de los desastres más increíbles y con respecto al cual no hay uniformidad en las causas, pero tampoco en lo relativo a las alternativas. Razones para que la Iglesia exhorte al pueblo a permanecer en las calles hasta que el gobierno se vaya. Se necesitan gestas como la de monseñor Arias Blanco, obispo de Caracas, invocando la Doctrina Social de la Iglesia y su conminatoria “Carta Pastoral”, calificado como punto de partida para el restablecimiento de la vida democrática en l957. Asimismo, la denuncia de Rosalio Castillo Lara, nombrado por Juan Pablo II “cardenal diácono de Nuestra Señora de Coromoto”, pero, también, “presidente de la Comisión Pontificia”, acusador en repetidas ocasiones del régimen autoritario de Chávez. Pero, también, el arzobispo Diego Padrón, al frente de la Conferencia Episcopal, sin descanso en la misma lucha que Castillo. Finalmente, Luis Ugalde, sacerdote jesuita, quien con sus opiniones no ha cesado en la necesidad de reaccionar ante lo que acontece. Dios quiera que la exhortación venga acompaña por la alta jerarquía de Jorge Bergoglio.
Señor, escúchanos.
@LuisBGuerra