OPINIÓN

Europa y Rusia, atrapados en la guerra fría

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Una guerra es una guerra y afecta a todos en el orbe. De hecho, ya las bolsas han acusado el golpe y estamos expectantes ante la posibilidad de que Rusia se anime a invadir a Ucrania. ¿Cuál podría ser el impacto de una conflagración para cada región del planeta si nos asomamos a analizar el tema más allá de lo puramente militar?

Los europeos ya tienen hechas las cuentas de lo que el viejo continente tendría que asumir como costo en cualquier escenario: la continuación de la guerra fría como la que Moscú ya emprendió, o bien una guerra convencional que se iniciaría si Putin al fin resuelve activar sus tropas estratégicamente ubicadas a dos pasos de la frontera de Ucrania.

La posición blandengue verbalizada la semana pasada por el jefe del Estado norteamericano que consiste en responder a un ataque a Ucrania emprendiendo nuevas y fuertes sanciones económicas a Rusia no resulta ser disuasiva de la agresividad del Kremlin. Por el contrario, con Vladimir Putin en conocimiento de que esa sería apenas la consecuencia de ir más lejos de lo que ya ha ido en lo bélico, Washington le ha abierto la puerta al líder ruso para continuar alimentando su objetivo de mantener a raya a Europa junto con la OTAN. Recordemos que en más de una ocasión Putin se ha referido a la desintegración de la Unión Soviética como la más terrible catástrofe geopolítica. Esta es su gran oportunidad de restaurar algo de lo perdido y de ganar fuerza frente a los antiguos miembros de la URSS.

¿Cuánto puede, entonces, hacer Europa en esta coyuntura? Poco, aunque solo sea por razones energéticas.

Porque es que buena parte del gas ruso –Rusia es el primer exportador mundial– pasa por Ucrania en su camino hacia los países europeos. Y es bueno recordar que 40% del gas que importan en la Unión Europea proviene de Rusia, representando ello 20% del consumo total de gas de los 27. Rusia es igualmente el segundo proveedor de petróleo con una quinta parte de sus importaciones y 16% del consumo total europeo.

Para más detalle, el Senado francés acaba de reportar estas cifras: “Mientras que muchos países de Europa Central y del Este dependen totalmente de Rusia para su suministro de gas, como Eslovaquia o los Estados bálticos, la cuota de gas ruso es de 80% en Polonia, 65% en Austria, 37% en Alemania e Italia y 24% en Francia”.

La realidad es que pocos de estos países están libres de elevar el tono de la diatriba con Rusia. Dejar de comprar gas es una opción descartada como elemento de presión, pero Europa no puede permitir tampoco que esta relación de dependencia le proporcione armas a Moscú para el chantaje. Alemania, que es de los pocos países que se diferencia del resto en su subordinación al gas ruso, ha dado pasos valientes. En noviembre pasado este país suspendió el proceso de certificación del gasoducto Nord Stream 2, que suministrará gas ruso a Alemania sin pasar por Ucrania y Polonia, basados en el principio estratégico de que no pueden permitir que el suministro de gas sea usado por Rusia para presionar a los europeos.

Así las cosas, hoy por hoy, es un verdadero quebradero de cabeza para cada uno de los gobiernos europeos determinar el valor estratégico de sus alianzas. Un exceso de solidaridad con Estados Unidos, quien dentro del mecanismo de diálogo  presiona a la OTAN con todas sus fuerzas en contra de la voluntad de Moscú, puede ser muy pernicioso. Esto configura una situación en la que Rusia,sin haber disparado un misil, ni cruzado la frontera ucraniana, en lo que a Europa concierne puede terminar ganadora: su rol determinante para todos, su influencia, está más que comprobada.

Pero de igual manera Rusia tampoco se puede jugar todo en una sola carta: la Unión Europea es el principal cliente para sus exportaciones de hidrocarburos. Un reciente estudio de un reputado centro de pensamiento europeo decía que “es previsible que Rusia corte el suministro a Europa a través del territorio de Ucrania, para ver entonces quién aguanta más: si ellos sin vender a los gobiernos europeos o la presión de las industrias y las opiniones públicas de estos países”.