La conmemoración de los 30 años del final del muro de Berlín -entre caído por el fracaso del bloque soviético y demolido por la voluntad de los alemanes por recuperar su libertad y, poco después, su reunificación- tiene especial significado en sí mismo y por el momento que señaló en la evolución de la entonces Comunidad Económica Europea. Ambos aspectos crecen en significación cuando los consideramos desde el presente venezolano. Visto desde aquí, el padre Luis Ugalde S. J. ha recogido en lo esencial lo mucho que nos conviene conocer y aprender de la transición hacia la liberación y reunificación alemana, de la que el final del muro fue un hito importantísimo unido a todo lo que lo rodeó. Visto desde Europa, las tres décadas transcurridas muestran a un continente que, como lo ha recapitulado recientemente Marc Bassets, lejos de lo que se proyectaba con el final del muro y el derrumbe del bloque soviético, debió enfrentar guerras, divisiones y exigencias que desafiaron a la institucionalidad acordada en 1992 para evolucionar hacia la Unión Europea.
A partir de esos retos al proyecto europeo, donde no dejó de haber resistencias a la reunificación de Alemania, se fue desarrollando un compromiso cada vez más explícito con la protección de la democracia y los derechos humanos, como quedó escrito entre 1992 y 1999 en los tratados de Maastrich, Ámsterdam y Lisboa, en el tránsito de la Comunidad Económica a la Unión Europea. Desde allí fue atendido el complejo desafío de la ampliación de la membresía, ya iniciado con Grecia y hacia el oeste -con España y Portugal al finalizar las dictaduras franquista y salazarista-, y ahora hacia el norte y el este, tras el derrumbe del bloque soviético. Simultáneamente, la política exterior y de seguridad común tuvo su primer y temprano inicio desde 1992, adoptando desde entonces las directrices para las relaciones con terceros países que incluyeron la exigencia de respeto a principios democráticos y a los derechos humanos en los acuerdos con no miembros de la Unión. Esto supuso, muy directamente para el Servicio Europeo de Acción Exterior y el cargo de alto representante creados en 2007, desafíos viejos y nuevos, cada vez más complicados para las políticas económica, externa y de seguridad en el mapa de la posguerra fría. Así lo asumieron desde el Consejo de Europa y en sus gestiones internacionales los altos representantes sucesivos: Jurgen Trumf, Javier Solana, Catherine Ashton y Federica Mogherini.
En circunstancias continentales y mundiales cambiantes el compromiso europeo se ha mantenido en lo fundamental, si bien nunca ha dejado de haber tensiones entre los requisitos democráticos y de garantías de derechos humanos, por una parte, y las exigencias económicas, de seguridad y defensa, por la otra. A la vez, siguen presentes diferencias entre lo propiamente supranacional del compromiso comunitario y lo internacional del juego de posiciones e intereses de sus miembros. Todo esto se ha ido haciendo más complicado en una Unión Europea más diversa, desafiada por el brexit, la inmigración en medio de la reducción del crecimiento económico y lo que en ese ambiente han estado cultivando las oposiciones y gobiernos nacionalistas y populistas.
A pesar de todo, o precisamente por la magnitud de los problemas internacionales que afectan geopolítica, económica y humanamente a Europa, la política externa y de seguridad común no ha dado la espalda a los compromisos con la democracia, pero tampoco ha podido dejar de lado el peso de las competencias geopolíticas, continentales y extracontinentales. Así lo reveló en 2016 la Estrategia Global sobre Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, presentada por Federica Mogherini y así lo ha asomado en declaraciones públicas y ante el Parlamento Europeo Josep Borrell, actual canciller de España, su sucesor, próximo a asumir el cargo, al decir que hay que conjugar la realidad y lo irrenunciable, las circunstancias y las consecuencias, sin perder de vista los principios en la defensa y promoción de la seguridad.
Venezuela ha sido parte de la agenda europea en diferentes tiempos y facetas en materia de observación electoral y cooperación en general, hasta que el propio régimen cerró esa puerta, sin que Europa haya dejado de insistir en su apoyo a elecciones libres ni en la oferta de asistencia humanitaria para los venezolanos en el país y para los forzosamente emigrados. Los términos del respaldo a la solución democrática a la cada vez más aguda crisis venezolana se han manifestado en iniciativas de persuasión y presión; intentando acercamientos al régimen y sus aliados internacionales a la vez que con sanciones, propuestas y declaraciones que no dejan lugar a dudas sobre la esencia democrática del propósito y sus medios. Así lo confirman las declaraciones e iniciativas del Consejo Europeo, incluyendo la creación del Grupo Internacional de Contacto y su acercamiento al Grupo de Lima, su atención al tema humanitario y particularmente a la situación de migrantes y refugiados. En esto último se centró la Conferencia Internacional de Solidaridad reunida en Bruselas a finales de septiembre, en la que las dimensiones humana y política de la crisis venezolana fueron integralmente consideradas.
La lectura de la Declaración conjunta inicial (de la alta representante, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y el director general de la Organización Internacional para las Migraciones), la Declaración Conjunta de la Conferencia y, especialmente, la del Grupo Internacional de Contacto, precisan tres aspectos y a la vez compromisos en torno a los que Europa convoca al trabajo internacional conjunto: que los costos humanos (políticos, económicos, jurídicos, humanitarios) hacen de la crisis venezolana una situación insostenible; que rutas alternativas a la de la realización de elecciones libres -como la de la llamada “mesa nacional” y otros recursos para mantener el control del poder- no solucionan nada; que la comunidad internacional tiene el deber de acompañar y apoyar los acuerdos que surjan de una negociación seria con respaldo de la legítima Asamblea Nacional y, en apoyo a lo concluido por la Conferencia de Bruselas, que la emergencia humanitaria no puede esperar una solución a la crisis política.
De regreso a 1989, viéndonos desde la trayectoria europea y teniendo en cuenta lo mucho que nos hace diferentes para evitar fáciles y falsas analogías, puede ser útil dejar, finamente, tres anotaciones. La primera e inicialmente comentada es sobre el enorme esfuerzo de los propios alemanes por su liberación, reunificación y recuperación hasta llegar a convertirse -superando sus sombras históricas- en referencia democrática a la vez que clave para el desarrollo de la Unión Europea, sus principios y prácticas. Luego, no menos importante, especialmente en crisis tan condicionadas por la geopolítica como la nuestra, no es difícil constatar la importancia del convencimiento o la conciencia de conveniencia internacional, lo más concertada posible, para dejar de complicar o, preferiblemente, facilitar la transición a través de una solución pronta, pacífica, con los necesarios apoyos y garantías internacionales. Y, en suma, no sobra recordar el papel fundamental que aun en medio de sus divergencias puede y debe tener Europa en esa concertación de esfuerzos internacionales.