Pocas palabras han tenido, y tienen, la carga interpretativa que posee ética. A partir de ella se han escrito tratados de todo color; y se han formulado variaciones con cualquiera sea el sabor que a usted se le pueda ocurrir, algo así como la célebre heladería Coromoto en Mérida, donde usted podía encontrar sorbetes que iban desde camarones al vino, pasando por guama y fororo, hasta la muy vernácula caraota. Como reza la manida frase: Hay para todos los gustos.
Si nos ponemos a ver, dicha locución es un recurso para evitar que nos matemos unos a otros, es la cerca que el ser humano creó para colocar elementos de contención frente a la barbarie de la fuerza bruta. Vano intento. A ella le pasó como a su compañera historia, la termina escribiendo el que vence. Poco valen las buenas intenciones, los derechos ancestrales, el uti possidetis juris (que terminó por ser traducido: Como poseías, así te quitaré), y todos los otros vocablos de similar especie. El que gana impone y dispone, y olvídense de igualdad, libertad y fraternidad, esas son menudencias galas que desde el siglo de las Luces andan por ahí dando saltos, por algo lo mismo se les usa como lema oficial tanto en Francia como en Haití.
Se habla de ella según la conveniencia de cada cual, no hay un acuerdo con respecto a su uso y aplicación, no hay ISO 9000 que valga para ella, sus estándares son tan variopintos como patanes de turno nos podamos imaginar. Se ha hablado y escrito de éticas normativa, aplicada, religiosa, utilitarista, epicúrea, estoica, empírica, cívica, profesional, militar, y hasta de una metaética se han establecido cánones.
El secular tejado que se ha tratado de colocar para protegernos siempre está en reparación, nunca calza cada pieza en su lugar porque nunca falta un gamberro que le arroja lo que le provoque. Después de todo bien saben que no habrá quien les reclame o haga pagar los daños causados. La ética se define según el que empuñe la batuta. Puede ser la de Castro o la del Dalai Lama, la de Mandela o la de Stalin, la de Antonio Estévez o la de Dudamel, la de Juana Sujo o la de Mimí Lazo, la de Almagro o la de Maduro, y por ahí podemos seguir hasta el horizonte o más allá.
Repito, todo concluye en un mero torneo de fuerza, y olvídense de Pedro Calderón de la Barca y aquello de “No hay razón donde hay fuerza”, porque termina al mando el viejo refrán: Cuando la fuerza manda, la ley calla. Tal vez el patetismo de la frase está condensado en una canción, “La chiva”, que grabó Johnny Pacheco en 1977 en su disco The Artist, donde la voz de Héctor Casanova entona: “Una chiva ética, pelética, peluda y perintancuda…”
A la larga, ética es una excusa, un recurso decadente donde ampararnos cuando queremos hacer lo que se nos antoja, una floritura hecha palabra que podemos convertir en escudo y salvoconducto para burlarnos del mundo entero. Maduro y su combo han demostrado que en tales vericuetos de la filosofía son verdaderos expertos, que san Agustín de Hipona y santo Tomás de Aquino ni que niño muerto.
© Alfredo Cedeño
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