OPINIÓN

Ética de la molicie

por Luis Barragán Luis Barragán

Foto Luis Barragán

Toda calle, avenida, carretera y atajo con una bomba de gasolina, antes entendida como estación de múltiples servicios, dispone de un canal exclusivo para accederla. Mientras haya el combustible, esa franja del asfalto será exclusiva para quienes tengan aún con qué echar a rodar sus vehículos, sabiéndose cada quien en un califato biométrico, otrora potencia petrolera, donde la supervivencia es indelegable.

Distinguiendo las gasolineras, quien tiene un poco más de profundidad en el bolsillo, no tarda demasiado, mientras que son  muchas las horas e, incluso, días, para castigar al que poco tiene y deba hacer la cola, durmiendo frente al volante, toda la noche. En el país del susto permanente y de la víctima culpable, la Guardia Nacional solo vela por la estación y el resto de la fila de humillados queda a merced del hampa de poca monta, igual de humillada por los grandes capitostes del ramo.

Por cierto, es en la bomba de gasolina, antes insospechado, donde se dirimen realmente las relaciones civiles y militares. La orden operativa del oficial de mediana graduación que la comanda gallardamente ha de lidiar con los colectivos armados que rugen, trazando el destino político de la revolución, dándole asiento estratégico, aunque se prefieren apretando por aquí y por allá las tuercas del negocio: defender el proceso también es rentable. Empero, hacerlo en el estado Apure algo más complicado.

El poder establecido, acariado por un morbo inaudito al ejercerlo, excreta cinismo con la ruta del combustible importado que bien pondera las torceduras de la conducta humana, dándole sentido y trascendencia a la molicie. No puede haber otro incentivo para el soldado que subsistir a costa de los inocentes ciudadanos, depredándolos, porque no come, o no come bien, y el chaleco antibalas lo empapa la lluvia, forzado a pagar el remiendo de las botas.

¿De cuál sistema de premios y castigos hablamos, siendo tan  monumentalmente sensato que nos juremos enemigos del régimen y, al mismo tiempo, festejemos un diálogo de rendición? ¿O que nos digamos portadores de un ideario, al mismo tiempo que los demás deban comprender que la necesidad obliga a aceptarle un sueldo al régimen, reclamando reconocimiento por nuestras vanidades de oposición?