OPINIÓN

Estrenamos un nuevo ministro de Relaciones Exteriores sin mayor experiencia y sin saber qué piensa ni qué hará

por J. Gerson Revanales J. Gerson Revanales

Señor ministro:

Con el deseo de hacer votos por el éxito en su gestión, como parte de una tradición le envió algunas consejas que en anteriores oportunidades me he permitido hacer llegar a sus antecesores, no con el propósito de hacer de estas un manual para un nuevo ministro de Relaciones Exteriores. Extrañará que no le llame “canciller”, pero tal cargo o posición no existe en Venezuela, más bien es producto del desconocimiento o adulancia de quienes ya deben estar tapizado las paredes de su despacho de oropeles; sino, con la intención de trasmitirle algunas ideas para su reflexión durante quizás su corta estadía en la vieja cárcel colonial y balcón del primer grito de independencia. Espero que por alguna vía le lleguen esta líneas.

Usted ocupa uno de los ministerios más deseados y codiciados donde a diario será recubierto su paso indistintamente desde la clase política y grandes empresarios hasta los simples ganapanes de incienso, mirra y oro. Debo significarle que muchos –que son bastantes- de los problemas que encontrará, devienen más a los errores de quienes le antecedieron (como la denuncia del Acuerdo de Cartagena), de la suma de errores no corregidos a tiempo (reclamación del Esequibo), de los increíbles intereses que la condición humana genera (siete ministros en nueve años como parte de la molienda característica de ese despacho), pero especialmente a las conspiraciones internas, de las envidias, conveniencias personales, compromisos políticos y cuotas de poder, que a los intereses supremos del Estado. Las designaciones para su cargo suele ser producto de alguna circunstancia política de uno de los grupos de poder, cuando no un acto de voluntad personal del jefe del Estado.

Dentro del profundo deterioro que afecta al país desde hace varios años, el Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Exteriores no puede ser una isla de eficacia, pero nuestro país es el único en el mundo que mantiene relaciones tensas y tirantes con todos los países con los cuales tienen fronteras terrestres y marítimas. Considerando su poca experiencia en materia internacional, posiblemente será poco lo que le podrá recomendar o aconsejar al jefe del Estado. Lo digo porque usted llega en un momento en que el país tiene abierto juicios en los dos más altos tribunales internacionales: en la CPI por crímenes de lesa humanidad y en la CIJ donde el gobierno se niega a acudir a ejercer la defensa de sus derechos en la zona en reclamación. Una sentencia adversa pone en riesgo nuestra soberanía, seguridad nacional e integridad territorial y el responsable ante la historia será el Presidente, así como lo fue el Congreso Nacional con la pérdida de más de la mitad de la Guajira, con el tratado Pombo Michelena en 1941.

Cuando el afortunado no viene de la casa o con solo una reciente experiencia como usted, sus problemas serán mayores. Durante los últimos 23 años, de los 14 ministros con excepción de uno, todos han sido unos ignotos en relaciones internacionales; bajo esas circunstancias difícilmente se pueda desarrollar una política exterior de largo aliento; por consiguiente, su estadía le será dura en sí por la complejidad de las gestiones que le son propias  al cargo.

La designación de personas ajenas al servicio han resultado experimentos poco exitosos, por lo cual, lo más conveniente es rodearse o apoyarse en los pocos funcionarios de carrera o no, dentro del servicio y no en los paracaidistas, enchufados y recomendados. Es posible que usted se permita el lujo de venir a aprender a ser “canciller” y quizás lo logre, pero sus directores deben dominar su oficio para su propio éxito.

De las posibles formas de conducir la Casa Amarilla hay diversos antecedentes, pero de forma práctica le recomendaré dos: se domina y se dirige todo el aparato con una rienda y férrea y personal como hizo un coronel que pasó con más pena que gloria, o se delega en unos directores capaces con poder suficiente hasta para equivocarse en alguna ocasión. No olvide señor ministro, que cuando se habla de alguna gestión ministerial nadie dice: “Que buenos o malos directores hay en determinado ministerio”, se dice “que eficiente o ineficiente es tal ministro”.

En política exterior todos sabemos que por constitución, el presidente es quien traza las líneas maestras, pero como el ingeniero de vuelo, en la práctica, en lo cotidiano, la responsabilidad es suya. En el primer caso, una palabra a tiempo y sin miedo, puede ayudar al jefe del Estado a elegir el camino más adecuado; en el segundo caso, hay que proceder con conocimiento, sabiduría y serenidad. Es el caso del Esequibo; hacerle ver al presidente que no ir a la CIJ, y se pierde por no comparecer, se arriesga por siempre de ser responsabilizado ante la historia por no ir a defender los derechos de Venezuela

Señor ministro, solamente me resta por el bien del país, que salga con bien de este reto; si no se hará acreedor del viejo refrán castellano “Vinieron los sarracenos y nos majaron a palos, que Dios ayuda a los malos, cuando son más que los buenos” o cuando tienen más poder.