“Estrellas a mis pies. He visto estrellas a mis pies. Cristales rotos, polvo brillante del suelo. Chispas alegres al anochecer”. (“Estrellas a mis pies». Danza Invisible).
Si uno se para a analizarlo, o simplemente lo piensa un poco, es fácil llegar a la conclusión de que el arte, como tal, tiene un impacto en nuestra vida, desde el mismo momento en el que despierta nuestras emociones. Cierto en que, según la rama del arte a la que nos refiramos, unas impactan más, al menos más a menudo, y otras con menos frecuencia.
Es cierto que hay muchas veces que la propia belleza, normalmente inherente al arte visual, como la pintura o la escultura, puede ser capaz de conmover el espíritu. Y que esa belleza, ese arte, puede estar en cualquiera de las cosas que nos rodean, aunque no hayan sido concebidas como obras de arte.
Recuerdo nítidamente algo que me ocurrió en una de las ciudades, sin duda, más bellas del mundo, Praga, cuidad que he tenido el privilegio de visitar en más de una ocasión. Si ustedes han estado allí, podrán situarse. Me encontraba frente a una de las torres que da acceso al Puente de Carlos, magníficas ambas, con esa sensación de hallarte en el Medioevo que te transmite Praga en los momentos de calma. Era noche cerrada, de un marzo frío y caía una lluvia fina muy característica de aquella zona de la República Checa. A la mañana siguiente, volvía a España. Y me quedé parado, bajo la lluvia, como bloqueado por la belleza que estaba contemplando. Entonces, sin saber por qué, me puse a llorar. No soy un hombre de llanto fácil, para hacer honor a la verdad, por lo que yo mismo me sorprendí de lo que estaba ocurriendo.
He analizado esta situación en muchas ocasiones, y finalmente he llegado a la conclusión de que mis lágrimas no correspondían a la nostalgia de abandonar Praga a la mañana siguiente. No había en mi tristeza alguna. Fue la contemplación de la belleza del momento, Praga, la calle desierta, la noche, la lluvia, la soledad e introversión la que me llevó a llorar, de pura emoción y agradecimiento por estar allí, en ese momento mágico, que no olvidaré jamás.
Es cierto que, desde el punto de vista más pragmático, es complicado llegar a vivir un momento así, a no ser que seas una persona con una sensibilidad exacerbada, lo cual no creo, sinceramente, que sea ninguna ventaja. No es deseable que las emociones te dominen, sino que seas tú quien domine tus emociones. Pero es verdad que todas las sensaciones que te sobrepasan en positivo son regalos de la vida que hay que agradecer.
Pues esto, que es tan poco habitual en el terreno de la belleza estética, sin embargo en otras artes, principalmente en la música, es una constante. Es cierto que la música es, con toda seguridad, la manifestación artística más presente en nuestras vidas; es muy posible pasar un día entero sin contemplar un cuadro o, incluso, leer un libro, pero es prácticamente imposible pasar un día entero sin escuchar música. La música nos impacta constantemente, de una manera voluntaria o involuntaria, a través de muy diversos medios. Quizá es por ello que multitud de recuerdos de nuestra vida, habitualmente los más felices, estén ligados a alguna canción, a alguna melodía que, cuando la escuchamos, nos traslada inmediatamente a otro momento, a otro lugar.
Para mí, desde el punto de vista del espectador, del oyente, la música ha sido determinante en mi vida, y ahora que, en virtud de mi actividad en los medios, estoy teniendo la oportunidad de conocer personalmente a gran cantidad de cantantes, compositores y artistas en definitiva que marcaron la época más feliz de mi vida, siento un gran agradecimiento. Y es más, siento una gran cercanía con estos artistas, estas personas, que por lo general son gente magnífica, cariñosa y agradecida de lo que su arte les ha aportado, en la faceta profesional y en la personal.
No creo que pueda haber trabajo más bello que el que te realiza personalmente y, además, hace felices a los demás. Esto, afortunadamente, puedo manifestarlo, modestamente por supuesto, de primera mano. Estoy lleno de agradecimiento por ello.
Así pues, desde el convencimiento de que el mayor bien que atesora el ser humano son sus vivencias y recuerdos, doy gracias a Dios, o a quien corresponda, por la música, por el talento y la sensibilidad de los autores que, en las buenas y en las malas, siguen luchando por ofrecernos felicidad y belleza.
Viva la música.
@elvillano1970
El fin de un camino
Quiero aprovechar este espacio que me brinda El Nacional para hacer público el final de mi colaboración con la revista FanFan.
Quiero recalcar mi profundo agradecimiento tanto a la publicación como a su director, Alfredo Urdaci, que siempre me otorgaron libertad y confianza absoluta, lo cual ya es un gran patrimonio y un privilegio.
Mi agradecimiento, además, es doble, dado que Alfredo Urdaci fue el primero que me dio la oportunidad de entrar en este mundo tan enormemente bello y tan tremendamente cruel de los medios de comunicación.
Este camino termina, pero otros muchos continúan y otros comienzan. No es un final feliz, tan solo es un final.