Mi abuela, que en paz descanse, tenía una palabra con la cual definía cuando pasaba por cíclicos períodos de estreñimiento. La oigo decir: “Es que cuando esta barriga quiere echar vaina no hay nada, ni nadie, que la haga funcionar como tiene que hacerlo, pero esto es lo que nos pasa cuando llegamos a viejos, nos ponemos…” y en ese punto soltaba el vocablo: “estíticos”. Ese era un término al que los muchachos de la familia le teníamos pavor, porque si ella dictaminaba que lo padecíamos, eran invariables las tomas de sal de higuera, o la vejación incuestionable que significaba un lavado, al que ella llamaba enema. Lo cierto es que se vaciaban las tripas…
Mi padre, que no solía coartarse al momento de reírse de todo cuanto le rodeaba, hasta de él mismo, usaba dicha voz con sorna al referirse a algún allegado, amigo o familiar, de entendederas cortas. “Es que, pobrecito, tú eres estítico de mente…”, era la frase con que cerraba cualquier discusión que se prolongara más allá de lo pertinente.
Años después la vida me otorgó el privilegio de tener como maestros a Jorge Chirinos, a Antonio Estévez y a Jesús Rosas Marcano. El primero de ellos, la insolencia hecha persona, a quien Pedro Duno había bautizado como el Cronopio Mayor, les soltaba en su propia cara a ciertos especímenes: “A ti la luz no te llega ni que estés pariendo, es mucho para ti». Antonio, quien solía ser aún más insolente, solía decir: “Este está como Bombillo…”. Cuando le preguntaban quién era ese, la respuesta era invariable: “Uno allá en Calabozo, pero no por lo que alumbraba, sino porque no le entraba ni una gota de agua”. Chuchú, el último de ellos, pero no por eso menos querido, siempre se reía socarrón cuando se encontraba a ese tipo de personajes, para luego añadir: “Mijo, ese seguro que es familia de Burro Tapao, que vivía allá en La Asunción. Ya te podrás imaginar como era que no solo era familia del asno, sino que también era hermético”.
Tal vez la suma de todos ellos es lo que puede permitir la generalización de tales manifestaciones de constipación, que se han hecho crónicas en varios sectores nacionales, sobre todo entre los integrantes de esa secta, con pretensiones de realeza, que hacen alardes de sus condiciones de dirigentes; lo cual confieso que me sume en no poca incertidumbre, porque ¿qué saben dirigir?, lo que se aprecia es que ni el tráfico saben conducir. A lo mejor es por eso, por lo que muchos de ellos hablan de tener un gallo tapado; tal vez es por lo mucho que cantan y lo poco que sueltan
© Alfredo Cedeño
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