OPINIÓN

Estética de la ruindad

por Luis Barragán Luis Barragán

Solo en principio, una curiosidad: el colapso económico nacional tiene por notables y sospechosas excepciones los casinos y la masiva importación de ciertos rubros que mantienen sobre ruedas a los beneficiarios del régimen. Al respecto, el país está cundido de caucheras, iniciándose otro ciclo para las motocicletas de una oferta quizá todavía tímida por sus desconocidas marcas de compararlas con las de los productos de prestigio y tradición anaquelados en los bodegones.

Consabida la destrucción del aparato productivo venezolano, aunque etiquetan como parte de las zonas económicas especiales a las modestas empresas que los reparan, sorprende la extraordinaria abundancia de cauchos para vehículos en los principales referentes urbanos, cada vez más encarecidos de acuerdo con las leyes antigravitacionales del socialismo del presente siglo.  Esa abundancia tan descomunal de cauchos, con un parque automotor disminuido y obsoleto, además de obscurecidas las estadísticas oficiales, permite deducir que el recurrente desecho observado en calles y avenidas probablemente evita la caída de los precios o cuestiona su propia calidad y duración.

Lo peor es que, en lugar del basurero, reaparece el caucho como ornamento de los espacios públicos; o, reforzando la basura como parte del paisaje,  se le aprecia como pintorreteados materos de la grisácea Gran Caracas. Faltando una más adecuada señalización, en la autopista mirandina que conduce a Ocumare del Tuy, frente a la estación de Charallave Sur, observamos los alineados lotes amarillentos de cauchos que tratan de advertir el peligroso pasaje, aunque dudamos que puedan amortiguar el impacto de los vehículos que alguna vez supieron de las defensas de aluminio.

Ya son muchos los años de un gusto modelado por el régimen que pretende darle prestancia a la ruindad, elevando lo grotesco como el resignado cánon de nuestro tránsito público: únicamente resalta la arquitectura-pancarta de los edificios de Bello Monte que dan a la autopista, o el del Saime en el centro histórico de Caracas,  fracturando la mirada al inasible paisaje. Mañana serán otras piezas las despreciadas, pero –mientras tanto– estos jardines caucheros en constante deterioro, muy bien se articulan al asalto espontáneo y desesperado a los basureros, en un perfomance del descuartizamiento de los desechos que bien puede remitir a la fealdad historiada por Umberto Eco, a  la tensión entre lo bello y lo siniestro filosofada por Eugenio Trías y antes novelada por Víctor Hugo, o al teatro de la crueldad de Artonin Artaud.

Hay una valoración de los entornos que pasa inadvertida, aparentemente inocente y confidencial, pero eficaz que autoriza la estética de la desmesura, extravagancia y hartazgo de la casta gobernante, relegando a la miseria al resto de quienes la ofrendan, acostumbran y defienden para salvar a la revolución. Eufemismo este que ensaya infructuosamente una identidad, por cierto.

@LuisBarragánJ