La historia es reveladora de que la humanidad ha luchado en aras de alcanzar el mayor grado de desarrollo, una tarea descomunal que bastante le ha costado. Podría afirmarse, acudiendo a la imaginería, que ha navegado y prosigue haciéndolo en un barco con capitán más tripulación y el mar inmenso. Las deficiencias, que son muchas, para algunos son responsabilidad del primero, de la segunda, del vapor o de las encrespadas olas en un océano tormentoso. No faltarán, incluso, aquellos que opinen que no puede dejarse afuera la metodología diseñada y puesta en práctica. El “jocoso”, no tenemos dudas que diría que no es uno sino varios trasatlánticos y de diferentes nacionalidades, compitiendo unos con otros, a fin de adueñarse del mundo.
En aras de encontrar algunas respuestas al título de este ensayo acudimos al libro Estado de crisis (2016), de los destacados académicos Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni. El último, especializado en la sociología de la cultura y docente en las universidades de Pisa y Florencia, alega que “crisis” es una palabra que se repite con frecuencia en los diarios, en la televisión y en las conversaciones cotidianas, y que se utiliza para justificar, de vez en cuando, las dificultades financieras, los incrementos de precios, un descenso en la demanda, una falta de liquidez, la imposición de nuevos tributos o la suma de todo lo anterior. En lo económico se le identifica como “freno de las inversiones, disminución de la producción y aumento del desempleo”. El autor cita como “la más grave de la modernidad”, la de 1929, que provocó el desmoronamiento de las bolsas, dando pie a una cadena de suicidios, hábilmente resuelta gracias a las lecciones del economista Keynes, en criterio de este escribidor, por demás conocidas. Se trata de una situación compleja y contradictoria derivada de una combinación de causas y efectos, de la que resulta un embrollo de problemas e intereses en conflicto. Estas consideraciones de Bordoni están referidas a “la crisis del Estado”, las cuales por cierto empiezan con la acotación “En el siglo XXI, ¿qué reemplazará al Estado-nación (suponiendo que algo lo reemplace) como modelo de gobierno popular? No lo sabemos. Aseveración que justifica la intranquilidad que nutre a estas líneas.
A algunos cuantos las inquietudes nos han inducido a estudiar las leyes en sentido formal, pero adminiculándoles con la utilidad de las mismas en aras de una sociedad lo más igualitaria posible. Asumimos que las normas que alimentan una constitución, código o regla de derecho han de ser mecanismos para el desarrollo de los pueblos. Por lo que a mayor objetividad de las reglas de la vida humana codificadas o no, aunada con la sinceridad en la aplicación de las mismas, los pueblos saldrían triunfadores. La justicia que se discute en estrados termina siendo una mínima partícula, lógicamente, indispensable en aras de la quietud y el progreso humanos. Pero concomitante con ellas, ha de destacarse la determinante importancia de las revisiones atinentes a un desarrollo humano lo más integral posible. Es en este contexto donde han de generarse políticas idóneas para alcanzar una humanidad, por lo menos, no tan desigual como la que vivimos. Permítasenos copiar del libro El ascenso del Príncipe democrático de Sergio Fabbrini: 1. La fuerza del líder y de su Ejecutivo ha de encontrar su correlato en las instituciones públicas y sociales que deben controlarla”; 2. Estas deberían de permitirle a los líderes y Ejecutivos cumplir con sus tareas, pero al mismo tiempo tienen que vigilárseles para que no pierdan de vista los derechos de los ciudadanos, entre ellos y muy particularmente de aquellos que no le hubiesen sufragado; 3. Si impedir el ascenso del Príncipe representa una falta de sentido, controlar su ascenso es una tarea imprescindible; 4. La democracia necesita de líderes, hombres y mujeres, que sepan “meter la mano en los engranajes de la historia”, pero debe conseguir también que lo hagan para mejorar su funcionamiento, y no para destruirlos; y 5. Cada sistema de gobierno deberá encontrar la modalidad para permitir que los Príncipes y sus Ejecutivos gobiernen, y para garantizar que lo hagan como “Príncipes y Ejecutivos democráticos”.
Aceptando que las acotaciones expuestas no dejan de angustiar, invitando al ser humano “a contactar con «el más allá», o sea, con el mundo espiritual, ha de acotarse que una mayoría determinante en procura de satisfacer sus inquietudes con respecto al mundo, su creación, desarrollo y “presunta destrucción” (motivo por lo que algunos cuantos rezamos para que no ocurra), suele acudir al “génesis”, esto es, a “la serie encadenada de hechos y de causas que conducen a un resultado”, insertándose de esa manera, como sin querer queriendo, en los textos bíblicos, los cuales, como es sabido, dan cuenta de la creación del universo y de las primeras etapas en lo que a su existencia se refiere. Quien indaga ha de ubicarse forzosamente en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, el primero con 45 libros y el otro que abarca otros 27, más de la mitad. La convicción mayoritaria es que Dios creó un universo perfecto y que nosotros estamos empeñados en destruirlo, poniendo, incluso de lado la máxima popular “Te castigará el Señor”. Y hasta olvidando tragedias como la de Sodoma y Gomorra, con respecto a la cual se lee que ambas ciudades fueron devastadas por la furia divina, como consecuencia de décadas pecaminosas. A la luz de la situación actual como que observamos a un Dios más benigno, pues muchas son las conductas dirigidas a dañar a la humanidad no sancionadas por “El Todopoderoso”.
En América Latina, a pesar de su modernización y de “las olas democráticas” que la han beneficiado, no estamos exentos de las crisis, por el contrario, pareciera que nos hemos acostumbrado a convivir con ellas. En lo relacionado con Venezuela, nuestro país, sería pecaminoso manifestar que no convivimos en un escenario crítico. En días, como conocido, se realizarán elecciones presidenciales ante serias manifestaciones críticas en lo tocante a la manera de gobernar. Es menester rezar a la Divina Providencia, pues siempre serán mejores las pautas bíblicas que “las partituras del Arte de la Estrategia” de la autoría de Ralph D. Sawyer. Preferible, también, que El arte de la guerra, de Sun Tzu. Y también, más sano que el catálogo Sobre la guerra, del general alemán Von Clausewitz. El prestigioso sociólogo británico, Colin Crouch, lo pone de relieve al escribir: “Debemos preguntarnos si, ante la ausencia de una escalada masiva de actos desestabilizadores como los que hoy se propugnan, seremos capaces de: 1. Contrarrestar los planes lucrativos del capital globalizado, 2. Detener la degradación laboral, 3. Reducir los niveles de polución, 4. Evitar el despilfarro en el uso de los recursos naturales y 5. Acabar con la creciente brecha entre ricos y pobres. Concluye el académico reafirmando que “todas estas cuestiones constituyen los mayores desafíos para la salud de la democracia contemporánea.
Encomendarnos a Dios, es una obligación. Por la patria y por quienes la conformamos. Pues, es cierto que estamos en crisis y desde hace un buen rato. Y Caracas no está exenta de la aseveración. Luchar de la mano del Todopoderoso es un deber insoslayable.
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@LuisBGuerra
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