Inventando a Anna y El estafador de Tinder se han convertido en los grandes sucesos de audiencia de Netflix. Ahora, The Dropout de Stars +, se añade a la lista de éxitos en el streaming. Pero en particular, las tres perspectivas sobre el crimen son el punto más claro de una tendencia. La obsesión colectiva por figuras turbias y con un proceder dudoso. ¿A qué se debe la obsesión de gran parte del público por los villanos de la vida real?
Durante más de un lustro, Netflix se obsesionó con el true crime. Tanto, como para convertir el género en uno de los puntos altos de su catálogo. Pero en 2022, la mirada de la plataforma sobre lo ilegal parece ser una más sutil. Se trata de historias reales sobre villanos que cometen un tipo de crimen más ambiguo y extravagante. Tanto la serie Inventando a Anna como el documental El estafador de Tinder, muestran no solo personajes mentirosos, estafadores y manipuladores. También, a dos ambiguas figuras que se zafaron de las consecuencias de sus actos. O al menos, lograron, ya fuera por obra de un espacio legal inexplorado o por su habilidad, evitar reales consecuencias a sus actos.
Después de todo, Anna Delvey/Anna Sorokin vendió los derechos de su historia por 320.000 dólares. Eso después de desfalcar a varias personalidades del jet set neoyorquino. Por su parte, Simon Leviev/Shimon Hayut, acusado de estafar al menos a tres mujeres, apenas purgó 5 meses de prisión. En la actualidad, vive una vida de lujos que no duda en compartir a través de sus redes sociales. Al mismo tiempo, sus víctimas luchan por pagar sus deudas y reconstruir su vida.
Ambos programas muestran no sólo un lado poco explorado sobre el mundo criminal. También, figuras que tanto en el ámbito documental como en la ficción, parecen ser encantadoras e incluso seductoras. Por extraño que parezca, tanto Anna Sorokin como Shimon Hayut, encarnan una especie de ambición colectiva.
No sólo convertirse en figuras reconocidas a través de esa gran conversación virtual de las redes sociales. También, en un tipo de criminal que al final, termina por evitar el castigo con habilidad, artimañas o inteligencia. Y aunque tanto uno como el otro caso sorprendieron y desconcertaron al público, también lograron cautivarlo.
Una pareja de ladrones de cuidado que asombra al público
Por supuesto, se trata de un interés morboso sobre como dos personas en apariencia comunes, pudieron urdir engaños a una escala desconcertante. Shimon Hayut, logró engañar a un número indeterminado de víctimas, haciéndose pasar por un heredero de la industria del diamante israelí. Más desconcertante aún, logró reunir considerables cantidades de dinero para crear una estafa a escala monumental.
Una que logró sostener por más de veinte años y que sólo ahora, parece amenazada por la notoriedad del documental que le denuncia. Aun así, el gran debate no se basa en los trucos y manipulaciones que Hayut utilizó a lo largo de su carrera criminal. Buena parte de la audiencia concentró su atención en las víctimas y en la pregunta de cómo ser engañadas. Incluso en medio de un escándalo mayúsculo, el estafador parece tener todas las posibilidades de triunfar.
Al otro extremo, Anna Sorokin se convirtió en los últimos años en una curiosa estrella mediática. Una que comenzó su ascenso con una red estructurada de engaños que logró captar a buena parte de la alta sociedad de Nueva York. Sorokin estafó a varias de las grandes familias de la ciudad y también a bancos, curadores, artistas y figuras simbólicas de la cultura. ¿Cómo lo logró? ¿Qué hizo que una desconocida inmigrante rusa pudiera hacerse pasar por una heredera alemana?; la serie de Shonda Rhimes es tan ambigua como su personaje y no ofrece respuestas claras. En realidad, muestra el breve ascenso de su personaje como una inversión de tiempo, esfuerzo, manipulación y engaños. Y también, una buena dosis de encanto.
Entre Hayut y Sorokin hay una línea paralela evidente. Los crímenes de ambos se basan en una completa indiferencia hacia la ley y una estructura de desfalco creada a la medida de sus víctimas. Tanto uno como el otro, también fueron estrellas de redes sociales. Figuras brevemente rutilantes de escenarios en los que fueron admirados y aclamados. De algún modo, aún lo son.
Hayut se ha tomado el impacto del documental con una actitud ufana y desafiante que desagrada pero también interesa al público. El mismo día del estreno del documental El estafador de Tinder, el criminal respondió en sus redes sociales a sus críticos. En medio del debate sobre su culpabilidad, se apresuró a insistir en que daría su versión “de forma respetuosa y oportuna”. No lo ha hecho aún y aunque sus redes sociales ahora son privadas, su actitud sigue siendo la de un hombre que no tiene nada que temer.
Lo mismo ocurre con Sorokin. En 2019, fue encontrada culpable de estafar por 200.000 dólares a bancos, hoteles, galerías y una larga lista de instituciones más. Eso, entre docenas de engaños, relacionados con todo tipo de desfalcos a pequeña escala. La serie de Shonda Rhimes muestra a su personaje como una criatura manipuladora, poderosa y sagaz. De hecho, durante buena parte de la trama, Sorokin (interpretada por Julia Garner) se muestra como una hábil artista del engaño. El argumento gira en la forma como la periodista Vivian Kent (Anna Chlumsky) trata de desentrañar la red de mentiras que rodean a Anna. Pero también hay un evidente interés en mostrar que se trató de un plan magistral basado en la audacia y la inteligencia de Anna. La combinación convirtió a la serie en un éxito.
Todos los rostros del mal contemporáneo
La historia de Elizabeth Holmes se ha convertido en una de las grandes curiosidades siniestras del mundo financiero. También, en una vergüenza en el paisaje inmaculado de Silicon Valley. Entre ambas cosas, la historia de uno de los mayores desfalcos electrónicos de los últimos años, se entremezcla con varias ideas a la vez. La primera, la percepción que el exclusivo coto de los grandes genios del mundo de los avances tecnológicos, es más frágil de lo que parece. Y en segundo lugar, que Holmes es un personaje complicado que rebasa la mera percepción de sus habilidades para la manipulación y la estafa.
La serie The Dropout combina ambos puntos hasta crear un escenario potente que no sólo relata la historia central en la que se basa, sino que agrega capas de contexto. Lejos del drama extravagante ¿Quién es Anna? de Netflix, con la que podría ser comparado, el programa de Disney + brilla en su sobriedad. También, por su inteligencia para dialogar sobre el hecho del crimen y la figura de su protagonista desde una honestidad brutal. El argumento no juega con la ambigüedad o mucho menos, la empatía hacia el personaje de Holmes interpretado por habilidad por Amanda Seyfried. En realidad, está más interesado en mostrar un recorrido potente y bien construido a través de sus crímenes. De las motivaciones que tuvo para cometerlos y además, el hecho de cómo, por un breve período de tiempo, venció en su terreno a Silicon Valley. Todo, mientras las pulcras escenas muestran el mundo empresarial como una zona misteriosa de enfrentamientos sofisticados de los que el mundo apenas tiene noticia.
Gran parte de la serie ocurre en medio de la percepción contemporánea acerca de la exclusividad, de la lucha por el reconocimiento y la validación. The Dropout basa su efectividad en mostrar los intríngulis de las nuevas regiones del éxito. Además de recorrer los espacios de las decisiones que están destinadas a cambiar el mundo. Todo, desde la perspectiva de Holmes, que logró romper el delicado equilibrio y dotar a su personaje, de una astucia brillante. La serie enfrenta de inmediato la idea sobre qué hizo que Holmes intentara lograr el éxito a través del engaño. Y después, analiza y construye sus pormenores como una gran estructura de pequeñas paranoias colectivas. Holmes quiere triunfar y lo hará a cualquier precio.
Los malos ganan de vez en cuando
¿A qué se debe el interés colectivo por delincuentes que utilizaron la manipulación y la mentira para sus crímenes? Tal vez se trate del hecho, de la percepción sobre la estafa como un delito que implica cierta colaboración y anuencia de la víctima. O también, un interés evidente y poco disimulado de nuestra cultura por los villanos reales capaz de salirse con la suya. Cual sea la respuesta, una cosa es obvia: hay una condición esencial que une a Hayut y Sorokin. La capacidad de ambos para ser epítomes de un tipo de éxito grotesco que el público trata de entender con esfuerzo.
¿Se trata de una mirada a la oscuridad de nuestra sociedad?; de la misma forma que la cultura que rodea a los asesinos en serie, el interés por la estafas no es reciente. Y tampoco, parece que se extinguirá pronto. Una idea preocupante que por ahora, parece reflejar una tendencia curiosa contemporánea. La de creer que al fin y al cabo, algunos criminales pueden utilizar su encanto para salirse con la suya.