El Nacional es una institución para Venezuela (me refiero al país decente), en especial para la defensa de las libertades públicas, los valores y principios de la democracia y también para el respeto de los derechos humanos. Lo es como lo fueron para la cultura y lo son María Teresa Castillo, Margot Benacerraf, Sofía Ímber, María Luisa Escobar, José Antonio Abreu, Rodolfo Izaguirre, Elías Pérez Borjas, entre otros tantos venezolanos, verdaderas instituciones, de admirable proceder, de cuyas ejecutorias debemos sentirnos orgullosos y al propio tiempo agradecidos.
El Nacional llegó para quedarse. Ya vive en el alma del venezolano, eso creo. Aprendí a leer en uno de sus cuerpos, precisamente con la palabra Maracaibo. Y así muchísimas más anécdotas y testimonios he oído y leído acerca de la gente, del país nacional, y su vinculación con el diario que recientemente ha sido víctima de otro abuso, otro atropello de la otra peste que se halla aposentada en palacio.
“Todo el que es gente en Venezuela tiene una historia de amor con EL NACIONAL. Sus odiadores no son gente. Punto”, escribió la escritora y guionista Claudia Dacha Nazoa, y no seré yo quien le quite la razón.
La libertad que define Cervantes en El Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venirle a los hombres”, es la misma que yo defiendo. Por eso me sumo al respaldo que hoy El Nacional y sus directivos han recibido mayoritariamente, dentro y fuera del país.
Seguirá en formato digital, al igual que sus magníficas publicaciones, Papel Literario, por ejemplo. Se trata de continuar la tarea de informar en una nueva etapa para abnegados luchadores por la libertad de expresión, en esta hora aciaga que vivimos.
A la absurda y antidemocrática medida del CNE que ordenó –hace algún tiempo– la apertura de un procedimiento administrativo a un canal de televisión, y peor aún, prohibió la transmisión de los mensajes de Ciudadanía Activa a. c, que difundían pensamientos de Bolívar, es decir, silenció al Libertador; al cierre de RCTV; a la torpe medida que bajó la santamaría de al menos 34 emisoras de radio (quizás más); a la continuada campaña de restricciones a los medios de comunicación, que incluye la adquisición forzosa de estos, el retiro de la publicidad con el fin de estrangularlos, entre otros tantos despropósitos gobierneros, se suma el curioso embargo ejecutivo de las propiedades de El Nacional, incluyendo el edificio que servía de sede, por los motivos ya conocidos.
Más allá de las consideraciones de hecho y de derecho que sustentan la decisión, hoy soy consecuente, defiendo el derecho a la libertad de expresión y pensamiento, y desde luego, a la información y a la libre empresa.
Me limitaré a apuntar que, por haber replicado una noticia aparecida originalmente en el ABC de España (hecho perfectamente posible y no delictual), el ofendido militar Cabello enfiló en contra de El Nacional, contraviniendo así tratados internacionales, jurisprudencia reiteradísima y la llamada Doctrina del Reporte Fiel. Incluso, haciendo uso y abuso del aparato judicial del Estado, hasta llegar a la sala civil del TSJ, quien en insólito fallo decidió la indexación del monto a ser indemnizado al ofendido, hasta convertirlo en petros.
El hombre al defender los valores democráticos no hace otra cosa que actuar en defensa propia. Si se presume la comisión de un hecho punible, al menos cumplan las formas, hagan la mueca que permita confiar en que existe, a duras penas, un Estado de Derecho. Seguramente en esta nueva etapa, muchas personas engrosarán la estadística del desempleo, y padecerán todos los otros males que eso conlleva.
Ser bolivariano no significa andar con una boina roja, voceando consignas panfletarias o repetir cual lorito algunas frases e invocarlo a cada rato para justificar las actuaciones que solo benefician a una parcialidad política.
Con tanto acoso y restricciones; amañados procesos judiciales con multas impagables, parece que no queda otro camino que cerrar o sujetarse a las condiciones mínimas, como hacer circular un periódico.
¿Qué persigue la barbarie? ¿Acaso no es necesario dar a conocer a cuánto alcanzan los millones birlados al erario? ¿Precisar si hay o no escasez y desabastecimiento? ¿Qué ocurre con los alimentos y medicinas? ¿Por qué las colas? ¿Hay o no fallas en las instituciones que representan al Poder Público en Venezuela? Es importante y conveniente conocer a cabalidad estos, y otros aspectos de la vida pública, del régimen y sus funcionarios.
Si el actual des-gobierno se ufana de ser de estirpe bolivariana, humanista y chévere, entonces por qué teme a la prensa, por qué la piel tan sensible, acaso olvidan a Bolívar: «El que manda debe oír, aunque sean las más duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que producen los errores propios”.
Venezuela a esta hora y desde hace mucho tiempo, ha venido “desbaratando encajes para regresar hasta el hilo”, sí, al hilo democrático y libertario que jamás ha debido perder, afrontar e impedir así la miserable manía de querer mandar a todo trance.
Nos dicen que estamos de psiquiatras, pues bien, señores del gobierno, recomiéndenme alguno, porque por allí veo a tantos maníacos en trance, que nos lleva a pensar que el delirio sigue chimbo y raso.
La democracia comporta rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento. El mentiroso no es demócrata, se va haciendo una cáscara de cinismo y nada le entra. Pero hay que decirle claro y de frente: ¡Usted es un mentiroso!
No olviden que la tranquilidad de la indiferencia es mala consejera, una pésima compañera, es una odiosa manera de cerrar los ojos, creyendo que el asunto no es con usted y que nunca podrá ocurrirle lo que a otros.
Convencido estoy de que el mandón ofendido nunca ha tenido Fiebre en sus manos. Le son ajenas las Casas muertas. Solo fue a embargar la Oficina N° Uno. Ignoro si La muerte de Honorio fue su culpa. ¡Cuando quiero llorar no lloro! Y la que lance nunca será La piedra que era Cristo.
EstaMOS con El Nacional.