OPINIÓN

Estados Unidos y Occidente ante momentos cruciales

por Pedro Carmona Estanga Pedro Carmona Estanga

Estados Unidos ha marcado importantes hitos en su existencia como nación y potencia, entre ellos la Guerra de Secesión de 1861-1865 y la ulterior abolición de la esclavitud, la participación en las dos guerras mundiales del siglo XX, la Gran Depresión del año 29, la Guerra Fría con la URSS, los conflictos en Corea y Vietnam, la Ley de Derechos Civiles de 1964, la alternancia bipartidista bajo una sólida institucionalidad democrática, y el impulso a la industrialización y el desarrollo tecnológico.

En tiempos recientes, Estados Unidos y Occidente enfrentan realidades que inciden sobre su ámbito doméstico y en su gravitación en el mundo en que vivimos. Una de ellas es el debilitamiento de las democracias liberales y el surgimiento de un creciente número de regímenes autoritarios, en detrimento del respeto a los derechos humanos y al Estado de Derecho, configurando escenarios de mayor rivalidad entre las potencias mundiales y entre democracias y autocracias.

En América Latina es innegable que los problemas que aquejan a sus pueblos: pobreza, desempleo e inequidad en la distribución del ingreso han alentado una marea populista, estimulada por la incapacidad de los gobiernos para resolver tales problemas, moviendo a los electores a depositar esperanzas en ofertas de reparto o asistencialismo no sustentadas en la producción, el trabajo y la generación de riqueza. Mucho se ha hablado sobre una crisis del capitalismo, con un dedo acusador sobre el llamado neoliberalismo, aunque la crítica debería estar más orientada a la crisis de liderazgo imperante a nivel global, y al debilitamiento de los partidos políticos tradicionales en muchos países, incluyendo varios de los más desarrollados.

Las realidades latentes en el mundo en desarrollo, América Latina y África en particular, muestran que, aparte de responsabilidades propias, los países avanzados han carecido de una visión de largo plazo para contribuir con mayor inversión y cooperación a los países más pobres, y de esa manera evitar soluciones disruptivas que en general agravan los problemas existentes, y exacerban los flujos migratorios, uno de los temas más sensibles presentes hoy en el planeta. El sueño americano para los latinos, o el sueño europeo para africanos y asiáticos, evidencian que, en un mundo inequitativo, las inconformidades sociales y las ideologías radicales afectan la gobernabilidad en forma exponencial. En nuestra región, a excepción del esfuerzo que pudo representar la Alianza para el Progreso de Kennedy, han sido escasos los aportes de Estados Unidos para extinguir el incendio que se propaga en su “back yard”, el cual termina afectándolo directa o indirectamente.

Otro problema, común a los países avanzados, tiene que ver con la crisis de liderazgo. Se echa de menos a figuras políticas como Churchill, Adenauer, De Gásperi, Schumann, Roosevelt, De Gaulle, Gandhi, Mandela, Thatcher, Juan Pablo II, Merkel, y en nuestros lares nombres como Betancourt, Frei, Lleras Camargo, Figueres, Belaúnde, Haya, Caldera, Villalba o Cardoso, entre muchos otros.

En Estados Unidos afloran ahora amenazas sobre la institucionalidad democrática. El sistema electoral concebido por los padres fundadores de esa gran nación funcionó durante siglos, pero hoy, el Colegio Electoral no interpreta cabalmente la voluntad popular, como ha ocurrido en 5 oportunidades, en las cuales un candidato que gana el voto popular no es elegido presidente. Si bien una modificación constitucional en Estados Unidos al respecto es casi imposible, no es menos cierto que potencia los riesgos y polarización existentes. En 2000, George Bush hijo sacó 271 votos electorales contra 266 de Al Gore, gracias a unas centenas de votos en el estado de Florida, reconocidos por el perdedor. En la contienda Donald Trump-Hillary Clinton en 2016, Clinton ganó el voto popular y perdió las elecciones, sin que afortunadamente hayan ocurrido conflictos. La peor tensión se vivió en 2020 en la elección de Joe Biden, pues si bien este obtuvo 7 millones de sufragios más que Trump en el voto popular, surgieron agrias disputas y cuestionamientos de resultados, incluso el alegato de fraude que hizo Trump, y los posteriores hechos de violencia ocurridos en el Capitolio, los cuales aún hoy tienden un manto de duda sobre las intenciones de los grupos vandálicos, y sobre la presunta responsabilidad del expresidente en alentarlas o en no haberlas contenido.

Es cierto que algunas posturas de Trump acentuaron la polarización en Estados Unidos, y que ella subsiste ante su pretensión de volver al poder en 2024. Pero sería injusto atribuir al expresidente la única responsabilidad del clima de crispación que vive el país, pues hay hechos asociados a la violencia armamentista y la inseguridad ciudadana, en circunstancias en que el ala republicana hace un punto de honor de la segunda enmienda, y que los fabricantes de armas incrementan su lucro y financian generosamente campañas electorales. Más allá de eso, los grupos radicales en el escenario estadounidense, llámense Supremacistas Blancos, Derecha Alternativa (Alt-right), Proud Boys, QAnon, Ku Klux Klan o grupos neonazis, y de otro lado los movimientos Poder Negro (Black Power), Panteras Negras o Black Lives Matter, entre otros, constituyen una expresión preocupante de extremismo doméstico, con un potencial explosivo que merecería con prioridad ser contenido.

El analista Ian Bremmer afirma que Estados Unidos sigue siendo la gran potencia financiera y tecnológica, pero que la exacerbación de las divisiones políticas está socavando la integridad de las instituciones, encendiendo alarmas de cara a las elecciones de 2024. Bremmer se pregunta: ¿Cómo pueden los estadounidenses esperar que el resto del mundo defienda la democracia si 70% de republicanos no acepta a Biden como presidente legítimo y respaldan a quien trató de impedir la proclamación de un presidente? El analista cree que el cuestionamiento al sistema de elecciones persistirá, y que podría ser fuente de insospechada violencia futura, mientras de otra parte se cuestiona a la Corte Suprema, y los líderes se tornan impopulares. Ese es para Bremmer el escenario de una democracia sitiada desde adentro. Otros riesgos surgen de las reformas electorales que se promueven en algunos estados republicanos, pues podrían ser fuente de nuevos conflictos si se limita la potestad de impedir la sustitución de miembros del Colegio Electoral. Es otra prueba crucial para la continuidad de la lucha pacífica por la identidad compartida, que es el ideal fundacional de Estados Unidos.

Si miramos hacia Europa, si bien está más unida a raíz del conflicto Rusia-Ucrania, afloran también interrogantes por las tendencias nacionalistas y de ultraderecha en países del Este, lideradas por Orbán en Hungría y Morawiecky en Polonia, o la de Marine Le Pen en Francia, amén de crisis recurrentes en Italia, donde hace poco debió renunciar el equilibrado Mario Draghi, o las tensiones en España con el independentismo catalán y la coalición gobernante, o las ocurridas en el Partido Conservador del Reino Unido, que en seis años han cobrado la cabeza de tres primeros ministros.

En suma, un panorama complejo aunque no apocalíptico, en que deseamos que el quiebre político ocurrido en Colombia no exacerbe la polarización, pues ha sido un baluarte democrático y de progreso, pese a medio siglo de violencia y accionar de grupos criminales. Entre tanto, el Perú de Castillo se tambalea, Argentina en una crisis múltiple, Brasil prepara el retorno de Lula al poder, y el perverso triángulo Cuba-Venezuela- Nicaragua, sigue siendo el pilar de las más oprobiosas tiranías.