A medida que Estados Unidos avanza en la recta final de las elecciones presidenciales de 2024, el ambiente político es tan polarizado que muchos comparan este momento con los años de la lucha por los derechos civiles en los 60 o, en casos extremos, con la división de la Guerra Civil.
Este nivel de fragmentación ha llevado a un punto en que el país parece dividido en dos visiones irreconciliables, cada una con su propio conjunto de valores y perspectivas. Los votantes están no solo decididos a apoyar a sus candidatos, sino también temerosos de que una victoria del partido opuesto represente un riesgo para el futuro del país.
En esta atmósfera de polarización extrema, la atención recae fuertemente en los estados pendulares, especialmente en Pensilvania, un estado que ha sido un terreno de disputa clave en las últimas elecciones. La historia reciente lo evidencia: en 2016, Trump ganó Pensilvania por un margen de apenas 44,000 votos, mientras que Biden lo recuperó en 2020 con una ventaja de 81,000 votos.
Estas cifras reflejan la importancia de cada voto en estos estados competitivos, conocidos también como “swing states” o “battleground states,” donde el respaldo puede inclinarse hacia cualquiera de los principales partidos.
Los estados pendulares no son una constante fija; pueden variar de una elección a otra. Sin embargo, algunos nombres resuenan con especial importancia en los últimos ciclos: Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Carolina del Norte, Arizona, Georgia y Nevada.
Estos estados se caracterizan por sus demografías diversas y complejas, con mezclas de poblaciones urbanas, rurales y suburbanas, y un variado espectro de valores económicos, sociales y políticos. La atención mediática y los recursos de las campañas se concentran en estos lugares, ya que el sistema del Colegio Electoral convierte a cada uno en una pieza clave que puede inclinar la balanza.
La actual división se sostiene en una serie de temas fundamentales que parten al electorado. Aborto, cambio climático, inmigración, armas y derechos civiles son algunos de los asuntos que han separado a los votantes, cada vez más inclinados hacia posiciones extremas. Esta situación es en parte incentivada por el aumento de la desinformación y la influencia de las redes sociales, que tienden a amplificar las posiciones más radicales y a generar desconfianza hacia las instituciones y el proceso electoral en sí.
Varios elementos contribuyen a que las elecciones en Estados Unidos sean un proceso tan reñido y, en ocasiones, impredecible. Además de la polarización, el sistema del Colegio Electoral asegura que ciertos estados tengan un peso desproporcionado, ya que se necesita obtener los 270 votos electorales requeridos, y cada estado cuenta con una cantidad determinada. Este sistema hace que en estados como Florida, Pensilvania y Arizona se disputen las campañas con gran intensidad, buscando persuadir a un pequeño número de votantes indecisos.
Otro factor determinante es el contexto económico y social actual, con problemas como la inflación, el acceso a la atención médica y la desigualdad económica que polarizan aún más a los votantes.
Cada partido ofrece soluciones opuestas, lo que agudiza las divisiones y añade más tensión al proceso electoral. A esto se suma el creciente énfasis en movilizar a minorías, jóvenes y otros grupos clave que pueden tener un impacto significativo en el resultado, especialmente en los estados pendulares.
Recientemente, un episodio durante un evento de Trump en el Madison Square Garden encendió alarmas en el electorado latino. Un comediante invitado hizo un comentario sobre Puerto Rico, calificándola como «una isla de basura,» comentario que rápidamente desató indignación entre la comunidad puertorriqueña.
En Pensilvania, donde residen más de 300,000 puertorriqueños con derecho a voto, este incidente podría ser el empujón necesario para movilizar a muchos de ellos hacia la candidata demócrata Kamala Harris, quienes pueden verlo como una oportunidad para demostrar su descontento con la retórica del partido republicano.
A medida que se acerca el día de la elección, el país se encuentra en un punto de tensión histórica. La polarización, junto con un sistema electoral que amplifica la importancia de los estados pendulares y el impacto de los problemas sociales y económicos, configuran un escenario incierto y frágil.
Cada voto cuenta, y en estos estados clave, un pequeño grupo de ciudadanos podría definir el futuro político del país. Esta es una elección marcada no solo por la división, sino también por una profunda preocupación sobre el camino que tomará Estados Unidos en los próximos años, en un ambiente de tensión sin precedentes que se extiende más allá de las urnas y que podría definir la identidad del país en las próximas décadas.