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Estado rico, pueblo pobre

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El presente artículo, gracias a El Nacional, lo dedico a la memoria de aquellos buenos empresarios que construyeron la oportunidad para el florecimiento de la Venezuela desde mediados del siglo XX, y hasta las postrimerías del mismo. Doloroso es comprobar ahora, cómo la mezcla de resentimiento social con ignorancia y crimen transnacional nos ha vestido de colonia castrista, por obra de un cáncer llamado “socialismo del siglo XXI”.

Al atender la entrevista televisiva realizada a uno de los dos autores del best seller Padre rico, padre pobre de ascendencia japonesa, Robert Kiyosaki (la otra es la contadora también norteamericana Sharon Lechter), publicado hace un cuarto de siglo, quise reflexionar y compartir con ustedes, mis amables lectores, sobre el sustrato esencial de valores humanos que es afectado por la perturbación que sufre la conciencia de los hombres, a lo largo de su formación desde niño hasta llegar a adulto, en medio de una guerra existencial de lo que es hacer el bien o hacer el mal.

No hay duda de que las virtudes del conocimiento profesional universitario, precisamente aplicadas al caso de las finanzas y los negocios, de los que se presentan anecdóticamente en el libro en cuestión, servirán a todo evento para cualquier emprendedor en la ruta hacia el éxito en la producción de riqueza. Ello no da lugar a exclusiones de aquellas experiencias muy exitosas de hombres que desertaron de las universidades, o que ni siquiera llegaron a acceder a alguna de ellas; pero que con su imaginación y talento creador de riqueza industrial o comercial fueron autodidactas y marcaron un antes y un después dentro de su sociedad.

Andrew Carnegie, escocés (1835-1919), es un ejemplo de lucha desde la emigración de sus padres en bancarrota, a consecuencia de la Revolución Industrial que desactualiza sus telares manuales en su Escocia natal, dada la invención de las máquinas a vapor. Ello hizo que su padre rematara los equipos para saldar cuentas y buscase otras oportunidades en América. Llegando el padre ya con mediana edad enfermó, y al poco tiempo murió, dejándolos en la pobreza. Ello hizo que desde muy pequeño Andrew entrara a trabajar sin continuar estudios. Inquieto y tenaz como era, aprendió en un puesto de la empresa ferroviaria Pennsylvania Railroad Company.  A los 20 años Andrew Carnegie ya era gerente y ayudante de Thomas Scott, dueño de la misma.

Trabajando como radiotelegrafista en dichos ferrocarriles, el joven Carnegie se hizo de la confianza de Scott, y así pudo conocer de informaciones claves del negocio transmitidas por este medio. Ello lo llevó a atrapar oportunidades que luego significaron la diferencia entre continuar siendo empleado o pasar a ser un emprendedor de la fabricación de nuevos rieles, que de hierro pasarían al acero, fundando así la Carnegie Steel Company en Pittsburgh. Luego la fusionará con la del empresario Elbert Gary y varias empresas pequeñas para crear la gran empresa de entonces: la U.S. Steel.

Carnegie, sus socios y empresas conexas siempre pagaron muy malos salarios, a la usanza de los que se instituyeron como algo acostumbrado en esa dura época. Sobre todo para los migrantes, que eran la fuerza laboral indispensable pero inestimada y hambrienta que buscaba desesperadamente una oportunidad, un lugar para acomodar a sus familias. Por ello fueron inicialmente presa fácil de la perniciosa oferta laboral.

Sin embargo, el caso curioso de Andrew Carnegie fue que su tradición familiar, con valores humanos recibidos de su padre, e influencias como las de su tío, le llevaron a  desarrollar una labor altruista de gran difusión en la importancia del estudio y la preparación en la vida; convirtiéndose en un magnífico constructor donante de múltiples bibliotecas en diversas localidades en Estados Unidos. Grandes donaciones realizó también a las universidades, algunas de Gran Bretaña.

Me he permitido narrarles estos dos ejemplos de lo que significa tener valores humanos donde la comprensión y la conciencia de la temporalidad del básico bienestar de las familias, lo cual no puede esperar. Los niños deben alimentarse adecuadamente y estudiar. La creencia de que se es más vivo porque no se pagan contributivamente bien los impuestos, o se evaden con trucos de un conocimiento tributario pervertido, no es solo maliciosa sino delictiva. Tampoco se hace sociedad sana, ni patria buena de parte de quien ejerce la paga de malos salarios a sus trabajadores.

Empezando por los burócratas dictadores del Estado del socialismo del siglo XXI, que mientras engordan y se dan vida los hijos de los jerarcas civiles y militares del Partido Unido Socialista de Venezuela, hambrean a pura represión a sus naciones cual delincuentes de lesa humanidad. Los que expulsan a sus compatriotas a la aventura del exilio. Los que explotan al migrante para enriquecerse malamente también lo son. Aquel presidente que le endilga la razón de las calamidades de su país para fijarse en un enemigo débil, fácil de atacar desde sus miserables corruptelas y extravíos. Todo ello constituye un fraude a una verdadera sociedad democrática.

Es necesario entender la importancia entonces de los diagnósticos adecuados de las distintas perspectivas que tiene la desigualdad económica, el adoctrinamiento y la conformación de un aparato político por parte de académicos, y quienes aspiran a fungir como dirigentes de la sociedad. Tristemente ya no son pocas las veces que atiendo a foros y escenarios preparados que prostituyen la búsqueda certera de la verdad socioeconómica y realmente política acerca de los fenómenos que se nos presentan actualmente por ejemplo en Latinoamérica, y que pudieran arrojar verdaderas luces para implementar cambios y soluciones ante tanto oscurantismo que se está practicando más allá de América Latina y en América toda…

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