Así se llamará ahora el estado Vargas. El Consejo Legislativo de dicha entidad tomó patrióticamente su decisión sin presión ni sugerencia alguna de su actual gobernador, el otrora comandante general del Ejército y ministro de Defensa, Jorge Luis García Carneiro. Para cumplir con las reglas revolucionarias, la medida será avalada por la también revolucionaria y “adefésica” asamblea nacional constituyente que preside el teniente retirado Diosdado Cabello.
La condición militar de tanto García Carneiro como de Cabello explica claramente las razones de fondo de la grotesca acción, lo cual obliga a remontarse a los propios inicios de la República, involucrando directamente a José María Vargas (1786-1854) y a los chafarotes de turno. Veamos, pues, el tramojo o conflicto que subyace en la estrambótica decisión.
Vargas es uno de los grandes próceres civiles de su época. Obtuvo el título de doctor en medicina de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, a finales de septiembre de 1808. En ese momento se planteó trasladarse a Europa con el propósito de procurarse una mejor formación. Ese propósito se concreta en noviembre de 1813, a la edad de 27 años, cuando zarpa rumbo a Inglaterra, con la firme intención de tener una formación más avanzada en el campo de su profesión. Allí permaneció cuatro años, trasladándose entonces a Puerto Rico, donde fue nombrado director del hospital general. A finales de 1825 retornó a Venezuela y se incorporó como profesor de Anatomía en la Universidad Central de Venezuela. A comienzos de 1827, José María Vargas fue electo rector de esa casa de estudios.
En 1830, los departamentos de Venezuela acuerdan designar a representantes al Congreso constituyente de Valencia, en el cual se aprobará la separación de Venezuela de la unión colombiana, para establecerse entonces como República independiente y soberana. Como producto de esa nueva realidad, José Antonio Páez, máxima figura militar y política del momento, es electo primer presidente de la nueva república.
Cuando se acerca el fin de su mandato se pone sobre el tapete el tema del sucesor. Las pasiones se manifiestan y se centran en los dos extremos. Por un lado, estaban los militaristas, para quienes la república se había constituido como resultado de las acciones de los soldados y sus generales durante las guerras de independencia. Como consecuencia de ese hecho real e histórico, la nueva república debía ser dirigida siempre por los hombres de los cuarteles u hombres con charreteras. Por el otro lado, se encontraban los que consideraban que se debía avanzar hacia una república de ciudadanos.
En medio de esa desagradable puja, Páez se cuadró a favor del prócer civil y dejó constancia de ello en sus memorias en estos términos: “Los adversarios del doctor Vargas (…) decían que él no pertenecía a nuestra revolución, que ser hombre de talento, probidad e ilustración no bastaba para ser el segundo presidente constitucional; que Vargas debía haberse consagrado totalmente a la patria y sacrificado su bienestar para que hubiera comprobado su patriotismo, pero que habiendo consumido su tiempo en aprender ciencias en Europa, cuando otros peleaban por defender el suelo, sería escandaloso que se le colocara en la presidencia”.
Al momento de concretarse la elección, Vargas se impuso al prócer militar Santiago Mariño. Pero pocos meses después (8 de julio de 1835) se produjo una asonada militar, la denominada Revolución de las Reformas, que acabó con el sueño de la república de ciudadanos. En el movimiento antidemocrático participaron los generales Diego Ibarra, Pedro Briceño Méndez, Justo Briceño, Luis Perú de la Croix, José Laurencio Silva, José Tadeo Monagas, el comandante Pedro Carujo y un grupo de coroneles, entre otras importantes figuras militares. En las calles se oyó una y otra vez la siguiente consigna: “Viva Mariño, muerte a Vargas”. El 9 de julio los golpistas embarcaron a Vargas en una goleta con destino a Santo Tomás. La conjura lo condujo a presentar su renuncia.
Esos polvos golpistas trajeron estos lodos revolucionarios y militaristas ―hoy encarnados en el gobernador del estado Vargas y en el presidente de la asamblea nacional constituyente―, que ahora quieren desaparecer todo rastro civilista de la geografía nacional. Eso es lo que explica el cambio de nombre del estado Vargas.