La política, sobre todo en los países occidentales, ha experimentado lo que podríamos llamar una mutación adaptativa a la presencia cada vez más invasiva de los medios sociales en nuestras existencias. Esta mutación ha sido la continuación, a veces imperceptible en sus avances, de otra transformación, provocada por el uso masivo de encuestas y de técnicas de mercadotecnia para guiar la toma de decisiones del liderazgo político de los partidos y los países.
La combinación de estas dos transformaciones ha tenido consecuencias muy profundas en la forma en que funcionan las sociedades y en cómo se adoptan decisiones políticas y se pierden o ganan elecciones. Algunas de ellas son muy positivas, porque tanto las encuestas, como el intercambio que se da en los medios sociales, han contribuido a estimular la participación ciudadana y de los individuos. Otras son muy negativas y de alcances aún inciertos.
Las invasivas redes sociales y los medios de comunicación electrónicos se han convertido para muchos de nosotros en compañeros inseparables, junto con los teléfonos celulares, y han sustituido en muchos casos no solamente las cartas escritas y los medios impresos, sino las comunicaciones directas entre los humanos. La pandemia ocasionada por el coronavirus ha terminado por ser un impactante recordatorio de hasta qué punto pueden funcionar las empresas, las universidades y los colegios a través de comunicaciones virtuales. Para algunos de nosotros los días de la cuarentena se nos han convertido parcialmente en una sucesión de encuentros Zoom, algo que ha terminado por expresarse como una experiencia psicológica y cultural multidimensional y compleja. Por otro lado, y nuevamente en relación con la COVID-19, es increíble cómo la red está atiborrada de explicaciones, anuncios y videos seudocientíficos que confunden al coronavirus con una bacteria, que hablan de una conspiración de un nuevo orden mundial oculto, o que atribuyen la creación del virus, alternativamente, a los chinos o a los extraterrestres.
De vuelta al ámbito de la política, al lado de sus efectos positivos, las redes sociales han resultado ser una verdadera caja de Pandora de donde continúan saliendo males y demonios, y donde aún no se vislumbra la Esperanza, última criatura en surgir de la caja mitológica. Uno de los más perversos efectos está asociado con una paradoja moderna, en la que ha insistido mucho mi amigo Alexis Ortiz: mientras más acceso se tiene a la información más aumenta la ignorancia de la gente sobre las argumentaciones complejas alrededor de temas científicos, sociales o políticos, por mencionar tres ejemplos. Ello es así no solamente porque el alud de información que circula en la red es imposible de procesar sin ejes de referencia intelectuales internos, sino porque la gente se “informa” en sus circuitos restringidos en las redes sociales. Esto origina un tipo de endogamia informativa que genera una falsa seguridad sobre lo que se conoce y lo que se ignora, y que ha terminado por aniquilar en buena medida la lectura de libros y periódicos.
En otra dirección singularmente tóxica, y especialmente recurrente en el ámbito de la resistencia venezolana al régimen de Maduro, las redes sociales se han convertido en un tribunal de ejecución pública y en un semillero de noticias falsas, rumores y acusaciones infundadas. La virulencia del acoso y las agresiones entre quienes deberían ser aliados, enfrentados al monstruo del chavismo-madurismo, encuentra su caja de resonancia ideal en la gente mal informada, en los agentes de la desinformación, y en la nueva criatura que habita el mundo de los redes: los influyentes. Estos son individuos con famas y reputaciones fabricadas o legítimas, que tienen miles o millones de seguidores y que actúan como árbitros de la verdad y generadores de opinión.
La dependencia de muchos venezolanos, habitando en Venezuela o en la diáspora, de la información de las redes sociales es, por otro lado, claramente entendible y positiva porque representa uno de los canales no controlados por la dictadura. Pero, en el lado negativo, parece que el difunto capitán Eliecer Otaiza hubiese triunfado en su intento de inducir el concepto en la propia resistencia de que los venezolanos estamos en un “estado general de sospecha”. Originalmente la frase fue acuñada en el contexto de detectar a los traidores a la causa del chavismo. Pero la tendencia a creer lo que no deberíamos creer, y la mala práctica de propagar rumores y fake news sin verificar su fuente, nos sugiere que tristemente la frase de Otaiza ha sido adaptada al interior de la resistencia: desconfiamos y sospechamos de cada una de nuestras acciones de una manera incompatible con la naturaleza del monstruo que enfrentamos.
La adaptación de la frase de Otaiza al interior de la resistencia es especialmente suicida si se tiene en cuenta que buena parte de las informaciones en contra de la resistencia son creadas por el régimen con la asesoría rusa y cubana y puestas en Internet por robots. Es decir, que en un sentido muy real estamos poniendo nuestra mente y nuestros corazones en manos de los enemigos a quienes suponemos estar combatiendo. Como reza un viejo adagio: Puedes culpar a tu enemigo de todo, menos de tu propia estupidez.
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