OPINIÓN

Estado de naciones con administradores de repúblicas

por Alberto Jiménez Ure Alberto Jiménez Ure

«El político clásico es la dimensión de su codicia, maledicencia y griterío público de mitin: no administra ni tiene sensibilidad social, se apropia de tesoros públicos, dicta sus antojos y de amigos aduladores cívico-militares mediante amenazas explícitas o subliminales»

En el curso de mi vida me ha provocado náuseas la sacrosanta institucionalidad política, casi intocable en todas las jurisdicciones territoriales. Es irrefutable que los señores de la urdimbre son culpables de la ruina moral-financiera de los pueblos a los cuales, impúdicos, cortejan. Logran la aprobación y apoyo de ciudadanos que culminarán con cepos. Entre esos histriónicos, algunos expresan ser demócratas: otros socialistas y, los menos cobardes, procapitalistas. Pero sienten regusto por el abuso de autoridad y el medalaganismo [http://bit.ly/2SfJWKc] No ostentan capacidad para pronunciar discursos fiables e inteligentes, adecuados a las circunstancias. Esputan sangre, son enfisemas en los pulmones de cualquier país, herpes incurables que [sabemos-se] ocultan y reaparecen.

Es complejo, pero no imposible: podemos sustituir la figura del hombre fraude, eliminar sus fuerzas armadas mercenarias, abrogar sus írritas leyes, repudiar gabinetes ministeriales y propugnar la tesis de administradores de repúblicas [bien remunerados, previa firma de contratos rescindibles cuando muestren ineptitud o conductas delictivas]. Los estados son de sus habitantes. Nunca de organizaciones criminales integradas por civiles y militares.

Los pueblos deben empoderarse, promulgar el cese del aprovechamiento de funciones de mando y administrativas que proceden de actos delictivos. Mal enmascarados en convocatorias electorales-universales que infractores no logran mantener secretos.

La ciencia política no tiene por qué desaparecer en un hipotético régimen de gobierno en el que lo relevante sea la óptima administración de los tesoros públicos, fomentar el corporativismo, llamar a inversionistas extranjeros o con ciudadanía, admirar a quienes produzcan alimentos, el talento, la invención de tecnologías, cientifismo, al artista, intelectual y obrero que no estén infectados con el virus del parasitismo.

Nuestras actividades diarias, comunicación y proyectos personales o colectivos son políticas. Si proponemos, somos rechazables. Que alguien discuta nuestras ideas tiene impronta política. Pero si entorpece o intenta abortar lo obviamente positivo y funcional para la sociedad es terrorismo.

Mi moción no es persuadir para imponer un estilo de vida troglodita-señorial o dominar al otro; solo sugiero utilicemos nuestros conocimientos y habilidades en pro de sostenernos con dignidad. El adoctrinamiento a favor de tales o cuales causas, y el bodrio conceptual-slogan anti que atrofia conciencias solo sirve para eternizar la violencia política.

Lo intento desde siempre, incluso en lapsos cuando experimento fortuita superioridad frente a personas obcecadas por hacer daño. Cierto: formular, hasta el último de mis días, que la infalibilidad del [Ego] seres imaginería y condenación para el nadie presunto. Somos, y ellos, sin nosotros, jamás.