Cuando se tiene un Gobierno que carece de un proyecto político porque su único fin es retener el poder a cualquier precio, un país se ve abocado al desgobierno en que nos encontramos. El martes vimos a Sánchez salir furioso del Congreso. No entiendo por qué lo estaba. ¿No había ganado las elecciones una «mayoría de progreso»? Ayer ya vimos cómo los jaleadores mediáticos del Gobierno de repente han descubierto que en esa «mayoría de progreso» había un partido al que ahora denominan «de extrema derecha». Estos analistas políticos son un poco lentos percibiendo la realidad…
La alianza del sanchismo con el independentismo catalán de extrema derecha ha llevado a Sánchez a una situación muy difícil de sostener. Resulta bastante evidente que vivimos un escenario de ingobernabilidad. Desde las elecciones del 23 de julio en las Cortes sólo se han sometido a votación cuatro leyes relevantes. Y el Gobierno ha perdido dos de ellas. Como diría el gran Moncho Borrajo: «Cero grados. Ni frío ni calor». ¿Hay alguien que crea que este Gobierno puede sobrevivir a la negociación de unos presupuestos generales del Estado? Si la tramitación de una ley de amnistía que Sánchez dijo que nunca existiría ha acabado con el PSOE, que la negaba, votando a favor y Junts, que la exigía, votando en contra, ¿se pueden imaginar cómo puede llegar a ser negociar con Junts todas las partidas de los presupuestos generales del Estado? Nos sacarán hasta la hijuela.
En este contexto los jaleadores del Gobierno han adoptado una nueva línea de argumentación para intentar convencernos de que Sánchez ha plantado cara al independentismo y se ha negado a ceder. Se ha negado a ceder, pero ha votado a favor de la ley de amnistía. Me parece realmente inverosímil que el presidente del Gobierno pueda querer convencernos de que lo que hemos visto en realidad no ha ocurrido. Y tampoco creo que cualquier otra muestra de plantar cara a los independentistas de Junts vaya a ser bien acogida por sus compañeros de ruta de Bildu, PNV y ERC. Es lo que tiene el gobernar con una supuesta «mayoría de progreso».
En una situación así, lo más lógico sería disolver y convocar elecciones a ver si al menos el electorado de izquierda le compra el mensaje de que se ha plantado ante los independentistas, aunque ya les hubiera dado casi todo. Pero esa convocatoria tiene un problema de difícil solución: el artículo 115.3 de la Constitución que reza: «No procederá nueva disolución antes de que transcurra un año desde la anterior, salvo lo dispuesto en el artículo 99, apartado 5.» Y el 99.5 establece la única excepción a ese plazo: «Si transcurrido el plazo de dos meses, a partir de la primera votación de investidura, ningún candidato hubiere obtenido la confianza del Congreso, el Rey disolverá ambas Cámaras y convocará nuevas elecciones con el refrendo del presidente del Congreso.» Excepción que no es aplicable aquí. Así que, ni aunque Sánchez y su círculo íntimo creyeran que pueden sacar rédito a no haber cedido todavía más ante Puigdemont, eso no van a poder traducirlo en las urnas antes del verano. No se podría disolver antes del 29 de mayo y como ya están fijadas las elecciones europeas el 9 de junio, salvo que nos coloque las elecciones en agosto, ya es imposible celebrar unas generales antes de septiembre.
Así que Sánchez ha llevado a España al peor escenario posible: su empeño en gobernar a cualquier precio le ha dejado con una mayoría tan precaria que es imposible aprobar casi nada. Y ni siquiera tiene la posibilidad de disolver. Este tipo es un genio. Todo un estratega.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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