La vida cotidiana se hace difícil en un país como el nuestro. Aletargado, conforme o no con lo que sucede, caminamos hacia un futuro que no parece prometedor. Este presente, sin embargo, es nuestra vida, y no podemos dejar que se hunda en el fango de la desesperanza.
¿Qué es la esperanza? ¿Qué significa esta palabra en un país como el nuestro? Ante todo, la esperanza comienza en casa, con las personas más cercanas, cuando las escuchamos y manifestamos quererlas. Lo mismo aplica para nuestro círculo de amigos inmediato y nuestro círculo de trabajo. Cuando las cosas van mal, o no del todo bien, consiste en creer que alguna razón oculta habrá que nos develará su fruto más adelante. Todo es para bien y todo tiene una razón que nos debe ayudar a ver, tras los golpes, una oportunidad.
Escuchando el último podcast de Benigno Alarcón, me cercioré de lo que también pienso: Venezuela no está mejorando porque uno u otro se puedan comprar una Nutella. El país está mal, pues muchos pasan hambre, mientras muy pocos viven rodeados de lujos. Pero debemos sembrar aunque otros reciban los frutos más adelante, pue así será: los recibirán si sembramos el bien en lo que hacemos.
El país está estancado. Pareciera que nos hemos resignado; sucede, creo yo, que la principal necesidad es la económica y mientras esa no se cubra bien poco importan otras cosas, pues muchos están sobreviviendo. Hace poco un colega me dijo que su familia estaba “en emergencia económica”. Y como la suya, muchas otras familias. Incluso en las coyunturas difíciles hay un foco de bien que debemos lograr ver, pues aunque la realidad sea dura, es realidad, y el hecho de ser, de existir, ya es un bien en sí mismo.
Nuestros hijos y nietos recibirán un mejor país, sembrado con nuestro sacrificios y esfuerzos. Paralelamente a este colega, sé de otros que están apostando al cultivo del café, otros del cacao y muchos otros a pequeños emprendimientos. Son intentos a veces desesperados por sobrevivir que ojalá den fruto. El país está, tal como yo lo veo, convaleciente, como un enfermo que intenta recuperarse y está débil. Estamos débiles, sí y parece a veces que podemos poco.
La esperanza no puede morir, pues es lo único que nos salvará. Donde hay gestos de bondad, de fraternidad, de esfuerzo, de sacrificio, allí hay esperanza porque hay focos de vida, de luz, pues el mal no dura para siempre. Apostar por lo humano, por el amor al que sufre, puede transformar nuestra sociedad en la profundización de los valores más trascendentes, aunque en lo material estemos escasos. El sufrimiento siempre da frutos y nos hace crecer.
Hace poco, también, he sabido de otras iniciativas muy buenas que prometen crecer. Un grupo de estudiantes universitarias está reforzando las áreas de lenguaje y matemáticas de unos niños en un barrio y se han encontrado con miles de problemas, pero con muchos deseos, por parte de los padres, de que ayuden a sus hijos, algunos fuera del sistema escolar. Si hubiera más gente ayudando a los más necesitados, el país no mejorará económicamente, pero sí en lo social, que también es una necesidad grande.
Esperanza es eso: saber que nuestros esfuerzos no se pierden porque son una semilla que cae un alguien que tiene tierra buena.