En tiempos de incertidumbre y velocidad, hay algunas afirmaciones que se acercan a las seguridades, una de ellas es que el desarrollo humano integral es consecuencia de la libertad, la democracia, la justicia, la confianza y otros factores asociados.
Aquel grito de “libertad, igualdad y fraternidad” nacido en la Revolución francesa por los años de 1789 y 1790 tienen hoy plena vigencia, si una sociedad quiere marchar hacia el bienestar y la prosperidad. Ese es el “parteaguas” en la larga marcha por la defensa de la dignidad humana y tener una vida decente.
Hoy exhiben sus logros en el marco del desarrollo humano integral sólo aquellas naciones que viven en libertad, igualdad y fraternidad, aunque a muchos especialistas, estadistas o políticos hayan invertido mucho esfuerzo de sus seseras y sus músculos en demostrar que hay otros caminos.
Claro está, las tres palabras son muy poderosas y también se prestan a muy diversas interpretaciones, pero allí están los primeros artículos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, claros, directos y sin retórica, citemos algunos:
“1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden basarse en la utilidad común.
2. La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”.
3. La fuente de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún individuo, ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de ella.
4. La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás”.
Allí están definidos con meridiana claridad los dos primeros términos: libertad e igualdad, el tema de la fraternidad ha sido más trillado, pero hoy se puede traducir en un concepto, también medio difuso, que se llama “capital social” o “densidad social”, pero que se refiere a la confianza entre las personas y estas con las instituciones, el grado de participación de los ciudadanos en los asuntos comunes, su organización y nexos de solidaridad.
La esperanza es que dado por sentado que las sociedades y naciones sólo prosperan en libertad, igualdad y confraternidad, aún con todas las actualizaciones teóricas o prácticas sobre esas tres palabras, se puede constatar que la única lucha verdaderamente legítima para garantizar el bienestar, es garantizar la vigencia de esas condiciones.
La democracia es otra palabra poderosa, pero su existencia se justifica porque es el sistema político que mejor garantiza el ejercicio pleno de aquellas condiciones, o de esa cultura que se expresa en el ejercicio de los derechos universales de la persona humana.
Puede existir toda la palabrería que queramos y toda la argumentación sobre “casos especiales” o sobre “situaciones particulares” que exijan que se restrinjan algunas de esas tres condiciones, pero detrás jamás existirá otra cosa que el afán de poder, la codicia y la simple maldad. Y las consecuencias siempre serán la extensión de la pobreza en la mayoría y la concentración de la riqueza y del poder en los “iluminados”.
Esa es la historia de la humanidad y existen suficientes indicadores, estudios e investigaciones que lo demuestran: donde existe libertad, igualdad y confraternidad, existe prosperidad. Donde existe dictadura, desigualdad o discriminación ante la ley y no existe confianza y cooperación, existe pobreza.
La esperanza es que, digan lo que digan todos los discursos, el camino para el desarrollo humano integral sigue una ruta bastante clara.
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