Hay que ser muy valiente para decidirse a desfilar por las avenidas de Caracas de la mano de María Corina Machado, cuya suerte desconozco a la hora de escribir este suelto: salir a pecho descubierto contra la presión criminal del narcoejército venezolano, la policía de Maduro, los siniestros servicios de inteligencia y las milicias armadas del chavismo significa que puedes perder la vida en cualquier instante o resultar preso y acabar encarcelado, lo cual viene a ser algo parecido. Caracas amaneció como una ciudad tomada, literalmente controlada esquina a esquina por los sicarios uniformados del poder, y así resulta muy difícil manifestarse contra los malhechores que gobiernan Venezuela. Carlos Granés escribía un magnífica Tercera en la que aseguraba que la clave estaba en el miedo: si se vencía, el régimen madurista caería sin remisión. Ciertamente no se puede aplacar a una masa oceánica de cientos de miles de personas decididas a tomar un palacio y desalojar a sus ocupantes, pero todos sabemos que el problema está en quiénes van en cabeza dispuestos a recibir los primeros disparos de los soldados de un gobierno dispuesto a matar a su población con tal de no soltar el mando. Y también en qué grado de crueldad muestra quien, además, convoca manifestaciones de seguidores fanáticos con la idea de que se enfrenten a los opositores y se produzca una trágica batalla urbana. Honor y gloria a quienes han desafiado el poder despótico y cruel de los herederos de Chávez, fieles reproductores de la conducta comunista de los mejores represores. Siempre recordamos cómo hubieron de huir los Ceaucescu, todopoderosos forajidos rumanos, cuando la masa convocada para adularle se viró contra ellos y logró que se desmoronara un régimen homicida en cuestión de horas; soñamos algunos que eso pudiera ocurrir en Venezuela –y en Cuba, claro– pero habremos de reconocer que mientras se cuenta con un poderoso ejército represor dispuesto a darlo todo por su líder todo ello resulta casi imposible. Salvo renuncia militar, que no se contempla porque los casos como el de Portugal son una excepción, Maduro consumará hoy su autogolpe, salvo sorpresa, y lo hará reprimiendo, ejecutando y encarcelando al estilo castrista. Lo hará ante la muestra de asquito de algunos gobiernos, incluido el norteamericano, y comprometiendo la vida de todos los que ayer se atrevieron a pisar las calles de Caracas nuevamente.
Nunca hay que perder la esperanza, pero con todo lo fácil que es decir todo lo anterior desde España, confortablemente sentado en esta silla, hay que entender que las primaveras suceden muy de tanto en tanto –y no siempre acaban bien–, que solo una ruptura internacional de los gobiernos decentes puede resultar efectiva y que la victoria no se produce sin riesgo, mucho riesgo. Malditos sean, no obstante, los que apoyan, colaboran, justifican, comprenden o incluso aplauden a tipos como los que someten, asesinan y arruinan a pueblos como el venezolano. Malditos también los que solo tienen tiempo para hablar de dictadores del pasado. Miserables pendejos.
Artículo publicado en el diario ABC de España