No tengo una bola de cristal. Ni tampoco soy versada en los temas científicos ni de sanidad pública. Mucho menos me siento cómoda en los tópicos que tienen que ver con crisis relacionadas con pandemias globales. Pero sí he tenido la suerte de ser testigo de excepción de cada uno de los pasos que España ha estado dando para extraer a su país de la calamidad de la contaminación del coronavirus.
Me he referido al país y no a sus autoridades porque el proyecto diseñado desde el Palacio de La Moncloa, con ayuda seguramente de los mejores asesores en cada rama, ha sido abrazado por la nación entera -oposición política, gremios profesionales, militares y fuerzas del orden, empresas y academia, además del hombre de la calle y del campo- con una dosis de compromiso y de civismo difícil de transmitir, pero sin duda ejemplar y yo diría que irrepetible.
El desbordamiento de la cifras de contagio los encontró en un mal momento político para un gobierno recién estrenado: un enfrentamiento muy cáustico de las izquierdas en el poder con las derechas de la oposición, las iniciativas independentistas reactivadas con enorme fuerza, una economía severamente amenazada en primer término por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y, en segunda instancia, por el descalabro de la economía china que significará una descolgada enorme en la dinámica europea.
España en pocas semanas, después del pico de contagio, llegó a ocupar el tercer puesto en cifras de contaminación detrás de China e Italia, como consecuencia de un abordaje tardío de una pandemia cuya agresividad aún no se aquilataba con propiedad. Ello tiene una explicación en la falta de experiencia en el tema específico de la contención unido a la desestimación de su peligrosidad, asuntos ambos comunes a cada uno de los países que se han ido infectando progresiva y exponencialmente. No haber prohibido a tiempo las concentraciones masivas de ciudadanos produjo un desbordamiento del cual seguramente darán cuenta las autoridades españolas, no solo moralmente, cuando las aguas regresen a su cauce. Caminos similares han estado recorriendo los países asiáticos y europeos con sesgos particulares en cada caso.
Dos elementos han favorecido la toma de decisiones y el montaje de un proyecto de rescate que va a terminar dando los mejores resultados. El primero, sin duda, fue la fortaleza del sistema sanitario de la madre patria. Un tema que es común también a todos los países afectados es carecer de un número importante de Unidades de Cuidado Intensivo con fortaleza en crisis respiratorias. España no ha sido una excepción en la insuficiencia de equipamientos, pero la excelente formación de su personal sanitario y su inclinación a la entrega, unido a una capacidad de adaptación veloz de las cadenas sanitarias a las contingencias y a la voracidad de este mal, han sido claves en poder acusar el impacto del mismo.
Otro tema que ha aportado de manera decisiva a la contención y al manejo de las cadenas de contagio ha sido el ánimo cívico de una población solidaria y proactiva. Al ser decretada oficialmente la situación de alarma nacional, la reclusión de la ciudadanía fue abrazada por la colectividad sin reservas y dentro de un espíritu de compromiso admirable.
Está claro para los españoles y han conseguido compartir con su gobierno la postura de “ganar tiempo” y lo respetan con entusiasmo. Ello es necesario para preparar al sistema sanitario para una respuesta más adecuada y eficiente -nunca llegará a ser perfecta- y para permitir que surja, por parte de los científicos del planeta, una solución clínica. Mientras tanto, gracias a la obediencia de los connacionales podrán preservarse las cadenas de suministro que es indispensable mantener para no ahondar la crisis humanitaria.
En síntesis, es gracias a una dosis de sacrificio colectivo monumental, asumido no con resignación sino con entusiasmo, que los españoles conseguirán esta semana iniciar el camino de retorno al equilibrio sanitario de su país y a la recuperación de la economía, lo que, de nuevo, tendrá que ser una tarea del colectivo. Deben ser un ejemplo para el mundo. Su tesón nace del convencimiento de la fortaleza inherente a la solidaridad y al compromiso de cada uno con el sitio que les vio nacer, un país que les ha ofrecido, hasta el presente, una de las mejores calidades de vida del planeta.