Los profesionales que se ocupan de anticipar el futuro nos pintaron un cuadro prometedor para España después del covid. No podría producirse sino una recuperación, tomando como punto de partida el sitio extremo del retroceso que la pandemia de 2020 provocó. Esa pobre metodología de análisis prospectivo la han estado utilizando los profetas de lo económico en lo global para sembrar optimismo y, claro visto así, en todas partes habrá recuperación, España la primera. Solo que se trata de un optimismo muy frágil.
El caso es que ya estamos en noviembre de 2021 y los números siguen siendo tercos. Es cierto que el turismo extranjero y nacional comienza a sentirse en las calles y a observarse en las playas y zonas rurales y eso llena a algunos de ánimo. Pero al contrario de lo que podríamos creer, España es mucho más que turismo, aunque los ingresos que la actividad aporta al país son fundamentales. En el año 2019 apenas representaron algo cercano al 13% del PIB. Y ello a pesar de que es el segundo destino más popular del mundo con 84 millones de visitantes, por lo que razones sobran para querer mantenerlo y reforzarlo.
Ya para este momento se sabe que el resto del sector terciario –servicios, en dos platos– no lleva viento en la popa y este es el que más puestos de trabajo genera. España depende de él para sobrevivir. Ni educación, ni telecomunicaciones, ni transporte, ni seguros, ni comercio al por menor, ni entretenimiento, ni energía eléctrica se están moviendo en el buen sentido, como consecuencia en buena parte del “desconsumo” generalizado que aqueja a la humanidad en todas partes del planeta y en España por igual. Esta inclinación a no consumir continúa también siendo terca porque lo alimenta la incertidumbre frente al futuro.
El caso es que así se encuentra la madre patria a esta hora, en la víspera de la Navidad y sin que su economía muestre signos de revitalización. Culpa de ello se la endilgan los españoles al gobierno, responsable último de ir al encuentro de las necesidades de la población y de recuperar el crecimiento. Lo que el fin les resulta más protuberante e intolerable a los ciudadanos es que la inflación y el desabastecimiento sí que se sienten en los bolsillos y desalientan la expectativa de mejoras en la calidad de vida colectiva en el futuro cercano.
Resulta que, desde la Moncloa, les han estado contando cuentos de pajaritos preñados al prometer un repunte del PIB de 6,5% para fin de este año. Pero no, a fin de 2021 únicamente se podrá observar estancamiento.
Así que lo que presenta el panorama español es precaución y cautela desde el punto de vista del ciudadano de a pie. La inflación de este 2021 será la más alta desde 1992 y se ubicará por encima de 3%. 5.000 quiebras empresariales para fin de este año y 15% adicional en 2022 no dejan dormir tranquilo a nadie. mientras los hogares se protegen comprando menos cosas y saliendo menos. Y, por supuesto, con una enorme dosis de desconfianza en la capacidad de quien los gobierna de enderezar el buque.
Claro que los asuntos relativos a la inclusión social atribulan a los socialistas, pero hasta esta hora, aparte de declaratorias de preocupación por el descalabro constatado en la desigualdad, tan solo se ve a los altos jerarcas distribuyendo a dedo, sin un orden claro ni una estrategia conocida, las ayudas que se acordarán cuando lleguen los fondos de la Unión Europea.
Solo que resulta evidente que no es con subsidios a Fundaciones, entidades, comunidades autónomas y municipios que se corrige un descalabro pronunciado, que se despierta el aparato productivo de un país, que se atraen inversiones reproductivas o que se restituye el poder adquisitivo de los españoles.
El futuro español pinta color de hormiga…