La cultura de la desinformación está a punto de sufrir, en nuestro país, una definitiva campaña de acoso y derribo. Se anuncia la guerra a muerte contra los bulos; es decir, «las noticias falsas propagadas con algún fin». Cualquier español aplaudirá este esfuerzo de regeneración, tan imprescindible para el progreso, la Cultura y la Libertad. Bienvenido sea el Plan de Calidad Democrática que el presidente del gobierno amenaza con poner en marcha, de inmediato.
Hace algo más de seis años anunciaba Sánchez la urgente necesidad de regenerar la democracia en España. Según su criterio la vida política española padecía una oleada de corrupción insoportable, y un gravísimo deterioro institucional. No entraremos en qué grado aquello era cierto o no. Lo que no ofrece duda es que esa democracia, que iba a ser regenerada urgentemente, no ha experimentado mejoría apreciable, con el paso del tiempo, más bien a la inversa. El secretario general del PSOE recurrió entonces, en su afán regenerador, para salvar nuestras instituciones, a otro método: presentar una moción de censura a fin de acabar con el gobierno, responsable de todos los vicios. Desde su discurso de 31 de mayo de 2018, justificativo de aquella maniobra, en el cual anunciaba un conjunto de medidas para alcanzar los objetivos prometidos, fueron apareciendo hasta hoy, en toda clase de medios, innumerables falsedades. ¿Podrían considerarse otros tantos bulos?
Resulta sorprendente que Pedro (no pregunten cuál, pues en España, vamos camino de tener sólo un Pedro), haya tardado tantísimo tiempo, desde aquel mayo del 18, hasta su reciente reclusión eremítica, cinco extenuantes jornadas de reflexión, para darse cuenta del peligrosísimo uso de la manipulación informativa. Así denominada cuando la noticia denuncia alguna actividad no conveniente a quien ejerce el poder. España ha sido siempre un país de bulos, pero también de bulas, o sea privilegios, dispensas, beneficios, concesiones, gracias, exenciones, favores, prerrogativas y toda clase de subvenciones. Fenómeno éste que, como caldo de cultivo, favoreció y favorece diversas formas de corrupción. No faltaron nunca «bulderos» o «buleros», palabra esta última en desuso, sustituida por la expresión «traficantes de influencias», más lucrativa aún.
El presidente se ha enterado, no se sabe cómo, que hay algunos medios que nadie lee, receptores de ayudas públicas, dedicados a emitir bulos que no le favorecen. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Tolerancia cero con esos informadores, a los que califica de pseudomedios. Claro que entre las publicaciones que recogen «múltiples falsedades propaladas con algún fin», podrían figurar el Diario de Sesiones del Congreso, las encuestas del CIS y hasta el BOE, algunos de ellos con escasos lectores. Para su estimación como pseudomedios todo depende de quién sea el encargado de proceder al etiquetado «correspondiente». Por el momento Tezanos se mueve ya entre el propósito de la enmienda y el dolor de corazón, o cuando menos del bolsillo con el que habitualmente solemos cubrir esta víscera.
Sin embargo, podría estar tranquilo porque de esta difícil, comprometida y patriótica tarea se ocupará un Consejo de Defensa de la Información, cuyos miembros, por supuesto, serán todos profesionales de acreditado prestigio. En realidad ni se pretende acabar con los bulos, ni hay interés en hacerlo. Ni resulta posible en una cultura política como la nuestra en la cual, basta con que sean útiles para el que manda, pues entonces gozan de patente de corso universal.
En todo caso se trata más bien de acabar con algunas bulas. No todas; además siempre quedará abierto al recurso de la impetra de gracias, con encarecimiento y ahínco, suplicando, implorando, rogando la concesión de nuevos subsidios, a los que se atenderá desde el gobierno con el habitual respeto a los méritos, la justicia y la equidad proverbiales en estos casos. En resumen, un mecanismo más para acrecentar el servilismo, o sea, el ejercicio genuflexo de la información, acrítica con unos y demoledora con otros. Todo sea para conseguir financiación.
La disciplina académica, imprescindible para el futuro inmediato, será la Bulología, apoyada por la bulometría, convertida en herramienta subjetiva, siempre «sujetativa» de la libertad de expresión. Estaremos ante el saber superior para afianzar nuestra capacidad de resiliencia, frente a los bulos, que no contra los buleros. Se ofertarán programas de masters y cursos de pseudodoctorados, con la creación de las consiguientes cátedras, ocupadas por familiares y «adigtos». Bastará con encontrar los enunciados conformes a la nueva terminología, para que los alumnos acudan a millares. Asegurándose así el mayor prestigio de las correspondientes universidades.
¿Cuál será la respuesta social al compromiso de Sánchez para incrementar la claridad y transparencia sobre las subvenciones públicas como herramienta encubierta para controlar la información? Aunque asegura que lo hace no por temor a los bulos que salpiquen a su esposa, cuya labor profesional no admite reproche, sino por amor a la democracia.
Artículo publicado en el diario La Razón de España