Apóyanos

España olvida la historia

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

En una de las primeras reflexiones intelectuales sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001, Samuel Huntington publicó el libro Who are we. Allí rememoró un partido de fútbol entre Estados Unidos y México, en febrero de 1998, en el que, en un «mar de banderas rojas, blancas y verdes» (sic), 91.000 aficionados lanzaron vasos y abuchearon a los pocos que intentaron izar la bandera estadounidense. La particularidad es que el partido no se jugaba en Ciudad de México, sino en Los Ángeles, lo que, para Huntington, era muestra latente de que algo estaba mal y de la necesidad de reafirmar los valores y la identidad estadounidense. A diferencia de las olas migratorias previas, agregaba, la masiva inmigración hispana a Estados Unidos, posterior a 1965, generó una creciente bifurcación de la cultura anglosajona. De protestante y habla inglesa pasó a ser también hispana, católica y de idioma español.

Este hecho histórico sitúa a Estados Unidos como el segundo país con mayor número de hablantes de español, alrededor de 60 millones, y fortalece el idioma como el segundo más empleado e internacional del planeta. Un fenómeno que debería servir a España para reflexionar sobre su compromiso con la proyección global del español, especialmente ante la reciente propuesta del gobierno de delegar la competencia exclusiva del Estado en materia de inmigración y control de fronteras a Cataluña. Dicha iniciativa tendría complejas implicaciones lingüísticas.

En otras palabras, abrir esa caja de Pandora y debilitar el uso del español en una comunidad autónoma como Cataluña, ¿podría significar para España una pérdida de relevancia e influencia en Iberoamérica?

Hay que tener en cuenta que lo acontecido en Estados Unidos en el último medio siglo ha sido, en lo fundamental, por la inmigración latinoamericana, una región que, por amplísima mayoría, desea una España fuerte, unida, con un uso incontestable del español en todo su territorio. Pero, desde el punto de vista de las cifras, se trata del cuarto país en número de hablantes de español, después de México, Estados Unidos y Colombia. En breve, podría ser el quinto, superado por Argentina. Si cabe preguntarse, ¿qué sería del francés sin Francia o del alemán sin Alemania? En el caso del español, ¿qué país tomará en el futuro la posta de la proyección internacional del idioma?

Aunque no hay nada que se asemeje tanto a la fe religiosa como la lengua, resulta una contradicción el particularismo lingüístico de ciertas regiones y los compartimentos estancos, como decía Ortega y Gasset en España invertebrada, frente a los titánicos desafíos de la globalización y las sociedades hiperconectadas.

Un ejemplo ilustrativo del tema son los planteamientos del entonces joven Milan Kundera, en su intervención en el célebre Cuarto Congreso de Escritores Checoslovacos de 1967. Se preguntó por el destino de las pequeñas naciones desde las perspectivas integracionistas que se abrieron en la segunda mitad del siglo XX, en las que el peso de las lenguas minoritarias se reduce cada vez más. Como lo hicieron los intelectuales nacionalistas checos de comienzos del siglo XIX, también cuestionó si no era preferible pertenecer a una nación más grande que simplificara sus vidas y diera mayor peso a cualquier actividad.

Aunque las preguntas de Kundera quedarían pendientes de respuesta, su obra posterior en francés, el esmero por retraducir sus libros originales del checo, su reinvención literaria y mayor proyección internacional ofrecen buena parte de la respuesta. La otra parte la otorgan los énfasis del sistema educativo checo desde la década de los 90, para evitar el aislamiento de generaciones monolingües en checo.

En el caso de España, ese particularismo lingüístico, en ocasiones de cariz agresivo, es una de las facetas del poliedro independentista catalán, que se basa en una tergiversación de la historia de España o en relatos inventados por unas élites “a nihilo”, como subrayaba Ortega y Gasset. Lo decía hace poco el secretario general del partido independentista catalán Junts, en una columna de opinión: “Quiero dejar claro que defendemos y defenderemos que el conocimiento de la lengua sea un requisito. De la misma manera que cuando una persona llega a Zamora se le pide el castellano… si esta persona decide arraigar en Catalunya es lógico que se le pida por (sic) el catalán”, como si hablara en términos de Estado a Estado.

Tal planteamiento no es aislado ni circunstancial. Ya lo advertía Pierre Vilar o Stanley Payne, entre otros, que el nacionalismo radical catalán fue erigido a comienzos del siglo pasado sobre el desconsuelo resultante de la pérdida de la guerra de 1898. Pero, mientras España buscaba reubicarse en el mundo tras dicha crisis, algunas figuras del catalanismo no solo renegaban de España, sino de las naciones latinas, llegando incluso a reivindicar un supuesto origen ario de Cataluña, como apuntó Lily Litvak, en su libro Latinos y anglosajones: orígenes de una polémica.

Es parte de la historia que España no puede darse el lujo de olvidar. El español es un activo estratégico y global que trasciende fronteras. Lo que corresponde es reforzar su peso en el mundo en memoria de esa osadía que dio vida a lo que describía Huntington.

Noticias Relacionadas

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional