Uno escucha a los miembros del Gobierno hablar de la realidad sociológica de nuestro país y se queda literalmente pasmado. En lo que constituye una coordinadísima estrategia, no hay día que pase sin que todos a una pinten la realidad española como una película de terror en la que la ultraderecha aterroriza sin piedad, sin calma y sin pausa al común de los ciudadanos. La más bestia en estas lides repugnantemente burlescas es una Teresa Ribera a la que presumíamos algo más de seso. Van ya dos veces que la vicepresidenta llama a «parar» en España y en Europa «la ola reaccionaria y de ultraderecha de brazos en alto». Debo ser un lunático, es decir, un vecino de la Luna, pero lo cierto es que en mi puñetera vida he visto a nadie ejecutar el saludo fascista en el planeta Tierra. Ni hoy ni ayer, ni anteayer, ni hace seis años, que es cuando llegó al poder Romeo Sánchez, ni tampoco en esos años de la Transición en los que era un niño y en los que constituía un hecho relativamente habitual este nauseabundo gesto. Cuando la espichó el dictador tenía siete años. Tan cierto es que siempre me moví en ambientes liberales, empezando por mi colegio de la Institución Libre de Enseñanza, como que jamás he contemplado a un ser humano con el brazo en alto y/o cantando el Cara al Sol. Menos aún en esta España contemporánea en la que la extrema derecha de verdad se limita a esa Falange que en las últimas generales obtuvo 5.105 votos, dato que revela a las claras el pedazo de trola que nos cuenta todos los días este desahogado Gobierno metido de hoz y coz en un engaño colectivo de proporciones bíblicas. Nadie ha presenciado un saludo fascista en un mitin de Vox, de haber sido así le habría faltado tiempo a la izquierda política y a sus periodistas de cámara para poner el grito en el cielo, en esta ocasión con toda la razón del mundo. Para su desgracia no lo han visto porque Vox es derecha conservadora de manual, no extrema derecha auténtica como Alternativa para Alemania o el belga Vlaams Belang. Resultó alarmante a la par que patético, pero esto último es lo de menos en el caso que nos ocupa, contemplar al Comité Federal del PSOE del acueducto de falsaria reflexión equiparar a Romeo Sánchez con la democracia, su posible dimisión con el principio del fin de las libertades y a los periodistas críticos con el fascismo. Como pone los pelos de punta escuchar a Sánchez, ayer mismo, acusar «a Ayuso y a los medios que la aplauden» de ejercer «la violencia política» con el ya celebérrimo «me gusta la fruta». Cualquier día se nos descuelga con que espetarle «¡me gusta la fruta!» es una incitación a su asesinato. Al más puro estilo Putin o Erdogan, sus maestros en autocracia, añadió en Al Rojo Vivo que las informaciones sobre Begoña Gómez «son bulos que tratan de socavar la democracia». Un servidor, que es un ingenuo, pensaba que era saludable periodismo de investigación frente al cual siempre cabe el recurso de una querella o una demanda. Similar demencia a la que supone sugerir, como hizo medio Gobierno, empezando por la sin par Ribera, que la extrema derecha estaba detrás del magnicidio frustrado de Robert Fico cuando el autor material es un jubilado ¡¡¡de izquierdas!!! En fin, que lo que nos viene a decir esta panda de embusteros es que esto es la Alemania nazi y ellos los judíos. Bueno, los judíos, no, que los odian.

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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