OPINIÓN

España es el problema. ¿Y Europa …? individual

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

Raúl

Transcurrido un siglo y cuarto desde la polémica entre los dos sectores de intelectuales españoles, encabezados por don Miguel y don José, el primer término de este sintagma ofrece tantas o más certezas que entonces; aunque solo fuera por acumulación y persistencia de errores. Bien es cierto que, en términos geográficos, el sanchismo cifra sus éxitos en eliminar esta dificultad, reduciendo España a la nada. Más allá de algún subterfugio retórico, cada vez queda menos España, en este sentido, víctima de la corrupción de la política nacional, del crecimiento de sus enemigos internos que, a modo de tenia, la van parasitando, con gran entusiasmo y buenos resultados, en apariencia al menos, para ellos.

Si quedaba alguna duda al respecto, llegan las elecciones europeas y nuestros partidos mayoritarios llaman a sus fieles a votar, por el supuesto fortalecimiento de Europa. El PSOE evoca directamente a Groucho Marx (no es la primera vez que imita al célebre humorista en comicios recientes de diverso ámbito) y grita: ¡Más Europa! O sea, ¡Más madera! (¡Traed madera! o cualquier otra expresión similar). ¿Por qué? ¿Para qué? Desde luego no para el mayor avance, en la construcción europea, hacia el logro de los objetivos de la UE, sino porque como sucedía con los Hermanos Marx en el oeste es la guerra, en el Viejo Continente y sobre todo en España por méritos propios. Lo de Ucrania es otra cosa. Por segunda vez en treinta años demostramos no recordar a J. de Maistre. Buscan también la protección de Europa algunos partidos, de corte nacionalista radicalmente excluyente, cuyos fines resultarían imposibles de armonizar con los de la UE.

La dialéctica entre valores e intereses, en la Unión Europea, encuentra cada vez conjugación más difícil. Promover la paz y la seguridad, y respetar los derechos y libertades fundamentales, tuvo resultados ciertamente favorables en el contexto de la Guerra Fría. Después, la caída del muro de Berlín se convirtió en emblema del hundimiento del más perverso de los totalitarismos de la historia del siglo XX. Vencidos el nazismo y el fascismo, en la II Guerra Mundial, el horizonte, a comienzos de la década final del «Novecientos», se mostraba ilusionante. Pero pronto cambió con el triunfo de los sofistas. La desintegración de Yugoslavia abrió, una vez más, la caja de Pandora. El sueño europeo se alejaba.

España es el problema, y lo sigue siendo, influida por la insolidaridad y un conjunto heterogéneo de intereses confrontativos. Pero mientras, Europa ha agudizado sus contradicciones y antepuesto, a sus grandes objetivos, exigentes y de largo recorrido, no pocos intereses mezquinos y cortoplacistas. La Unión Europea va camino de convertirse, poco más que en el banquero de las maltrechas finanzas de sus estados miembros. Un juego de riesgo semejante a la «ruleta rusa». Los españoles buscamos hoy en ella la protección partidista en nuestros conflictos «cainitas», que nos debilitan, como Nación y como Estado, hasta límites muy preocupantes. Importa ahora vencer al adversario, convertido de nuevo en enemigo, mucho más que alcanzar cualquier otra meta colectiva.

Practicamos ante Europa una sumisión autoimpuesta; algo que, en cierta medida, se asemeja a la actitud de la misma UE, con relación a Estados Unidos. Día a día se reduce su posición en el mundo, alejándose de los grandes protagonistas de la historia actual, para instalarse en un lugar secundario. Su papel es el de un actor de reparto, que apenas se atreve a soñar con unas metas que, hasta hace solo unos años, parecían al alcance de sus posibilidades.

Definir Europa resulta más difícil de lo que aparenta, incluso en términos geográficos, y no digamos culturales, políticos… etc. La UE sigue siendo hoy una necesidad para sobrevivir ante nosotros mismos, con todo lo que esto significa. Sus expectativas se sitúan para España en los fondos económicos, para que nuestros políticos puedan continuar captando voluntades, mediante subsidios de toda clase y en la gestión de nuestras capacidades, o mejor dicho de nuestras incapacidades. La importancia de las elecciones europeas se valora como la de unos comicios más, en la lucha por el poder interno en nuestro país. España supeditada así a la Unión Europea es verdaderamente un problema; pero Europa se concibe, cada vez menos, como la posible solución para superar nuestras auténticas carencias.

El catálogo de ciudadanos, por sus sentimientos ante la UE, va creciendo. Junto a los eurófilos, eurófobos, euroescépticos, y euroignorantes, categorías ya asentadas, van tomando cuerpo las de los eurodependientes y los euroresignados. Estos últimos tienen varios motivos para ello, acaso el más importante el que la UE no ha logrado su objetivo capital: trascender las limitaciones de los estados nacionales, conformados en sus versiones decimonónicas, hasta la construcción de un estado supranacional, una especie de estados unidos de Europa, como decía Churchill ya en su discurso de Zúrich.

Artículo publicado en el diario La Razón de España