Un hombre público/

que queda mal en público.

/es mucho mas grave que una mujer pública

que queda mal en privado.

Antonio Machado

“Juan de Mairena”

Cuando uno se compromete a plazo y frecuencia fija con un medio de comunicación social, como es mi caso con estos retazos domingueros, la selección y preparación de los temas se convierte en una tarea trascendente y en algunos casos hasta angustiosa. Hay semanas en las cuales pareciera que no ocurre nada, en otras muy por el contrario la abundancia de temas obligados y obligantes es abrumadora: Venezuela, Ucrania, Yemen, Gaza, María Corina, los presos políticos aquí y en todas partes, los piratas del mar Rojo –no es una novela de Emilio Salgari-, la OTAN, el globo todo, hasta el Esequibo y la ya cargante serie de los dos chiflados (el de Washington y el de Moscú), como dirían los franceses, supone le embarras du choix, literalmente el embarazo de la escogenciaalgo así como ante tantos asuntos cuál abordo, la duda entre tantos temas acuciantes. Tantos que produjeron una comedia, dirigida por Éric Lavaine y la filmaron con ese título.

Pero en la también ineludible lucha de autopreservarnos, ante el alud de un país que hace aguas, tenemos que luchar por mantener un bastante precario equilibrio, la locura es tentadora pero es una cura vedada para los inconformes.

En esa tesitura, en ese entorno la posibilidad de disfrutar de viejas películas, de doctas conferencias y hasta de practicar idiomas en la TV internacional, agotados Simenon y el amigo Maigret, Don Camilo y Pepone, las policíacas italianas y francesas, siempre buscando las estupendas series británicas livianas y agudas, transcurre o se escurre lo que nos quede de vida.

Entre tanto, la madre patria, un referente obligado para los descendientes de los segundones de los grandes nombres que vinieron a “hacer la América” se debate en un momento preñado de peligros e interrogantes.

No creo que ninguna nacionalidad sea per se más o menos adicta a la chismografía social, pero hay que admitir –aunque nos duela– que los españoles tenemos una propensión especial al cotilleo, a ese deporte de conserjes y costurerillas tan divertido y, ¿por qué no admitirlo?, entretenido.

Si no fuese por la irresponsabilidad que supone ignorar lo sustancial y entretenernos con las enaguas metafóricas o literales de alguna dama ligera de cascos y de respeto por si misma, sería banal el asunto. Pero España está genuinamente en peligro. En manos de un gobierno que brilla en la escala de la irresponsabilidad y del descaro.

Con cierta frecuencia los venezolanos atribuimos a nuestra inclinación a un humorismo fácil, al chiste espontáneo y agudo, el haber resistido, sin enloquecer del todo, este deletéreo proceso de la revolución bonita, pergeñada por Chávez y amamantada por Maduro. Quizá haya algo o mucho de ello y haríamos un paralelo con el cotilleo de nuestros hermanos mayores, una vía de escape, una espita que nos permita resistir sin explotar.

Pero… es que hay circunstancias en las cuales es necesario explotar, como hay algunas que no pueden resolverse con chismografías de salón o de zaguán.

Pedro Sánchez o Nicolás Maduro, o quienes hagan sus veces, no son solo un mal chiste o una seductora enagua, son un real y tangible peligro, nunca un simple mal gobierno más, como algunos que existieron en el pasado.

Ambos son indiferentes al destino colectivo, ambos desprecian valores y principios consustanciales a la nacionalidad, ambos manipulan e ignoran conceptos otrora intangibles, como el de soberanía territorial que en nuestro tiempo, era necesario flexibilizar, no eliminar.

Este es un punto de inflexión –quizá irreparable–, no podemos bajar la guardia. En Venezuela la ecuación es simple, respetar la alternativa opositora, avalada por la fe y la confianza de un pueblo llevado –varias veces– más allá del límite de su tolerancia física y moral.

En España no se puede aceptar que se consagre el mercadeo o mejor dicho el estraperlo de los prófugos de la justicia. Retumba en mi memoria aquel verso del Maestro: Pienso en España / vendida toda / de monte a monte / de río a rio / de mar a mar.


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