“… si la Madre España muere/
Digo, es un decir, si muere/
salid niños del mundo/ id a buscarla…”
César Vallejo
Los grandes poetas, la gran poesía, con relativa frecuencia logra encerrar y acaparar para su iluminado autor, una suerte de derecho sobre todas las manifestaciones de situaciones o sentimientos capitales de determinado género. La muerte de un ser entrañable, cercanísimo, un hermano, un hijo, un amor, nos hace revivir, casi que inevitablemente, aquel desgarrado grito del labrador de más aire, el bien-logrado poeta, sin formación académica, Miguel Hernández, que muriera en una cárcel política –apenas traspuestos los treinta años de edad-, sin haber podido conocer a su hijo, cuando le dedicara a su mejor amigo Ramón Sijé, otro campesino como él, violentamente ajusticiado, aquella Elegía que agotó un género: “… se me ha muerto como del rayo / Ramón Sijé con quien tanto quería”.
En la hora aciaga que vivimos los venezolanos o nos hacemos cínicos y logreros, “bachaqueamos” posiciones y canonjías, nos alcoholizamos o nos refugiamos, aquellos que tenemos donde, en nuestro individual desván personal, en nuestro espíritu, que ¡gracias a Dios! preservamos limpio y acogedor. Para tener algún éxito en esa “huida hacia adentro” rehuimos los contactos con los sectores más comprometidos y maleados del entorno. En esa tesitura me he hecho adicto a programas y noticieros de otras latitudes, que igualmente duelen, pero que no son los de Venezuela. No obstante, en quien fue hombre de afanes sociales y políticos es imposible una desconexión profunda, así he llegado a seguir y sumergirme en la endemoniada situación actual de España, quizá sin protegerme lo suficiente. A lo largo de esa ya prolongada procesión de angustias, con el país que viví de niño, acompañando el exilio de mi madre, he ido involucrándome como adulto, en una edad ya provecta, mucho más que en el tiempo en que fui profesor visitante de la Universidad Autónoma de Madrid o en los numerosos viajes que por razones de trabajo, turismo o invitado a recibir algún generoso reconocimiento, realicé a la península. Y a medida que esa cada vez más profunda re imbricación se afianza no he podido evitar sentirme obsedido por el terrible verso de César Vallejo, con el cual cierra el doloroso poema “España, aparta de mí este cáliz” cuyo título tomé para este artículo dominical de El Nacional: …si la Madre España muere/ Digo, es un decir, si muere /salid niños del mundo/ id a buscarla.
Es de señalar que Vallejo tuvo la lujosa capacidad de encerrar emociones, sensaciones o experiencias, de “agotar géneros” o al menos colocar el sello de su genio poético de manera indeleble a diversos extremos emocionales. La mayor parte de quienes conozcan su obra es lo más probable que asocien esta afirmación mía con sus inmortales “Heraldos negros” que de adolescente copié en un papelito mecanografiado, que oculté en mi billetera, y que –desgraciadamente– leí muchas veces en esa terrible etapa de la vida: … hay golpes en la vida tan fuertes –yo no sé– golpes como del odio de Dios/…son pocos pero son…
En vísperas de una nueva investidura, del lamentable jefe de Gobierno, Pedro Sánchez Castejón, digno discípulo de Rodríguez Zapatero, con lo cual creo que decimos suficiente; no he podido evitar sucumbir a la fuerza colosal del gran poeta peruano y sin que importen para nada las que fueron, en tiempos tan lejanos, las ideas políticas de Vallejo. Él fue un visionario al menos de su propia muerte: …me moriré en París, con aguacero, un día del que ya tengo el recuerdo…
Tengo arraigada fe en la fuerza telúrica del pueblo español. En sus reservas históricas, se verá afectado el reposo de mi ánimo. Pero confío en que la bien amada madre patria apartará este cáliz de angustia que hoy nos tortura.
¡Viva la libertad! Viva España…