La dictadura fabrica casos estrafalarios, invenciones reñidas con la realidad que pueden llegar hasta el escándalo, pero que realizan sin siquiera pestañear. Es lo que sucede, sin posibilidad de dudas, con el predicamento que ha fraguado contra el diputado Juan Requesens.
Todos sabemos quién es Juan Requesens. Ha hecho una vida sin ocultamientos, no ha trabajado en las sombras, ha luchado por el imperio de la ley y la justicia. De su trayectoria dan fe los compañeros de partido, los colegas parlamentarios, los estudiantes que fueron sus compañeros de juventud y con quienes destacó como dirigente en la universidad, los profesores que lo recibieron en las aulas, los vecinos de la rutina diaria. No es la persona que ahora presenta a la sociedad el régimen usurpador.
De acuerdo con lo que comunica su defensor, el abogado Joel García, una juez ha admitido la acusación contra su defendido en la cual se le presenta como un delincuente susceptible de castigo severo. Se le acusa de homicidio calificado, de traición a la patria, de terrorismo, de asociación para delinquir, de instigación pública continuada y de tenencia ilícita de armas y municiones. Una carga enorme de delitos, un gigantesco bacalao de las peores trasgresiones, un prontuario del cual solo puede hacer gala un bandolero sin Dios ni recato, un habitante característico de los bajos fondos, un pandillero digno de apartamiento perpetuo. Salta a la vista la enormidad de la Fiscalía, la tergiversación de una biografía que jamás ha dado motivos al escándalo.
Pero no estamos ante una sorpresa, por desgracia. Desde sus inicios, el caso olía a podrido. ¿No lo presentaron ante los medios de comunicación después de haberlo sometido a una dosis de narcóticos para que confesara unos delitos que no había cometido? ¿No lo sometieron desde el principio a clausura hermética? ¿No lo privaron de la asistencia de su abogado, y de la visita de los seres queridos, hasta cuando no les quedó más remedio que permitir asistencias mínimas? ¿No han venido retardando las audiencias preliminares del caso, mientras preparaban los materiales de una causa carente de fundamento? ¿No se programó, con toda la frialdad del mundo, un calvario que ahora lo tiene cerca del paredón, o de lo más parecido a un paredón?
Ese acusado no es Juan Requesens, sino un malhechor inventado por los servidores del régimen para complacer a los mandones, para tranquilidad del usurpador; una grosera tergiversación a través de la cual se cambian las piezas de una digna y valiente historia personal por una inversión de valores y principios que no solo descubre la oscuridad tenebrosa de los tribunales de la actualidad, sino también la baja estofa de quienes los manejan sin escrúpulos desde el Ejecutivo o desde la sede del PSUV.