El traspaso de un eslogan político a la gente de a pie, como una forma de propiedad emocional se justifica al provocar la consigna una asociación plena que en esa ola hacia el futuro está su bienestar. Allí es donde hay que reconocer que los ciudadanos son la principal fuerza impulsora detrás de cualquier cambio político en Venezuela. En cualquier país.
Sin los ciudadanos movilizados en la calle no hay fuerza ni músculo que presione. Cuando una frase política retumba en armonía con la población, ese rugido se convierte en un símbolo de sus aspiraciones y de sus esperanzas colectivas. No importa de donde haya surgido, quien lo haya escrito o sugerido, ni quien encabece esa avalancha hacia el cambio. La gente solo dice ese gallardete es mío y se incorpora al llamado de este en una marcha militar con banderas ciudadanas desde donde hace su propia guerra. Es ese el momento en que lo expropia en su esencia.
Para unos abiertamente es su insignia de camino y para otros, su santo y seña encubierto para cuando les toque agarrar la carretera para jalonar la desobediencia civil establecida como un derecho en la constitución nacional. .
Esa bandera política se transfiere en propiedad a la gente cuando esta refleja tanto en significante como en significado en sus necesidades y sus preocupaciones. Y toda la tragedia vivida a lo largo de 25 años de revolución bolivariana. Y cuando se percibe como el camino viable y necesario para lograr un cambio político pertinente y oportuno. Cuando la ciudadanía se siente identificada con una señal, esta es una herramienta poderosa para movilizar a las masas, para generar conciencia y para promover una masiva participación ciudadana. Al apropiarse de esa divisa y levantarla en su estandarte, la digiere en su necesidad vital, la internaliza en sus sueños truncados y la convierte en parte de su identidad política.
Se inicia entonces un recorrido insólito como en el de La guerra del fin del mundo en el cangaco brasileño en una marcha hacia el poder central, con pobres desarmados, con estudiantes con un libro como pertrechos, con amas de casa con una cacerola de dotación, con vecinos uniformados y en correcta formación como los cadetes de la Billos, con excluidos emocionados y con desterrados del poder derrotando sin un solo fusil a lo largo de toda la senda hasta el final, a las fortificaciones de unas tropas bien organizadas.
Es como si los venezolanos en esa ruta estuviésemos escribiendo la novela definitiva del milenio y en la persecución de un gran sueño. Porque el final está dibujado en su pendón de batalla, y estará en el centro electoral o en la calle, donde está el poder central. Y el final, en este momento, es en el palacio de Miraflores en una escala definitiva hacia la democracia. Por eso… ese lema es mío. Y de todos.
En el caso venezolano en el eslogan reside el retorno de los 7 millones de venezolanos que hacen diáspora alrededor del mundo, la recuperación de la unidad de la nación, el levantamiento de las banderas de la libertad, de la independencia, de la soberanía, de la vigencia del Estado de Derecho, de la paz y de la reimplantación de la democracia como forma de vida y como valor ciudadano. Además, de la reconstrucción del nuevo estado venezolano del milenio, libre de los morbos del narcotráfico, de las asociaciones con el terrorismo internacional, de la corrupción y de las graves violaciones de los derechos humanos por las que se sindica a la Fuerza Armada Nacional en el sostén y cogobierno con el régimen de la revolución bolivariana.
Se puede desarrollar este tema en un extenso seriado para abundar en cómo 85% de los venezolanos que rechaza al régimen, expropia emocionalmente, sin robárselo a nadie, el eslogan de “Hasta el final” y lo hace parte de sus cantos de combate hacia la guerra por su propio futuro.
La expropiación de esa pancarta política por la gente implica que la responsabilidad de llevarla a cabo recae en los ciudadanos. Y ellos se convierten en los agentes directos del cambio político, comprometidos en trabajar para alcanzar las metas y los objetivos planteados por el eslogan.
En resumen, cuando un lema político se identifica en los alcances, en las esperanzas y en el camino viable, expedito y necesario para alcanzar un cambio político para el país, se justifica que sea transferido en propiedad a la gente. Esto le fortalece el sentido de pertenencia, empodera a los ciudadanos y los motiva a ser protagonistas activos en la transformación política de su nación. Y eso ocurre con hasta el final.
La gente está diciendo en la calle con el lema de moda, hasta el final… Si, ese lema es mío. Y eso lo está expresando con hechos.
Falta mucho camino por recorrer para cruzar todo el mapa de lo que significa llegar hasta el final en las coordenadas políticas, geográficas y militares para las elecciones de diciembre de 2024, o antes, pero ojalá que la gente lo siga manejando como propio mas allá de las elecciones, durante el periodo como presidente electo, posterior a la juramentación del 2 de febrero de 2025 y a lo largo de todo el desarrollo como presidente en ejercicio hasta el año 2030.
Ese lema es mío –hasta el final– lo dice la gente y por encima de cualquier candidatura. Se trata de trajinar esa ruta hacia el porvenir de sus hijos y nietos. Como en su momento lo hicieron todos los integrantes de la generación del 28 frente a las dictaduras del general Juan Vicente Gómez con el ¡Sácala y bájala, sacalapatalajá! y la del general Marcos Pérez Jiménez con la resistencia política interna.
Una ratificación antes de culminar sobre el texto. Un lema no tumba gobierno, ni canciones derrocan dictaduras, ni las consignas le ponen a temblar las piernas a las autocracias; pero cuando ese grito se convierte en la fuerza de un pueblo y esta se direcciona bajo un férreo y honesto liderazgo con un plan, el poder al frente se derrumba. Está registrado en la historia.