OPINIÓN

Ese ladrón que os desvalija

por Julio Moreno López Julio Moreno López

Yo soy ese por quien ahora, os preguntáis por qué, señora, se marchitó vuestra fragancia. Perdiendo la vida, mimando su infancia, velando su sueño, llorando su llanto, con tanta abundancia” (“Señora. Juan Manuel Serrat).

Bueno, pues no hay viernes que no empiece con una consulta al Twitter. La verdad es que no hay día que no empiece con una consulta al Twitter, pero los viernes son especialmente divertidos. Debe ser que la gente está desaforada desde primera hora ante la perspectiva del fin de semana o a lo mejor es que muchos se despiertan con la lucidez plomiza de la resaca porque para ellos el fin de semana ya comenzó ayer.

Ya saben, los jueves son los nuevos viernes, del mismo modo que los cincuenta son los nuevos cuarenta y los cuarenta los nuevos treinta y así sucesivamente; solo hay que ver que los millennials son los nuevos adolescentes y eso da para ver tipos y tipas de treinta años haciendo unas gilipolleces que te pueden cortar el pis. Esto según mi criterio se debe, entre otras causas, a que la edad de emancipación se ha alargado de tal modo que hay gente de treinta años viviendo con sus padres y, si bien un padre siempre es un padre, valga la redundancia, para tu madre siempre serás un niño, o una niña, no vaya a ser que se me enfade doña Irene Montero.

¿A ustedes no les pasa que van a casa de su madre con más canas que Richard Gere y aún así su madre les sigue diciendo que no anden descalzos, o si hace frio les saque una mantita para echar la siesta? A mí me pasa. En mi caso lo agradezco, porque cuando estoy en mi casa, en mi otra casa con mis hijos, es a mí a quien le toca poner orden y cordura, pero yo pensaba que estas cosas se pulían con la edad.

Yo tengo tres hijos, y una de mis más anheladas aspiraciones es que se conviertan en adultos y emigren rumbo a sus horizontes. Con comida familiar el domingo, no todos los domingos, por favor, y llamada a la nueve, a ver qué tal el día. No es que no quiera a mis hijos, que les adoro y les amo y les venero y lo que haga falta, pero están es esa edad en que he dejado de ser su padre para pasar a ser su chacha, su chofer y el que paga su nómina, junto con mi mujer, que también forma parte del servicio doméstico y financiero de mis hijos.

A mis cincuenta y tantos años, sinceramente, no tengo el chocho para farolillos, en el caso de que tuviera chocho, así que intento, de algún modo, que me ayuden. Como leí una vez en el cómic Barrio, del genial Carlos Giménez: “Virgencita, hoy no me ayudes, pero tampoco me jodas”. Creo que no es mucho pedir que, toda vez que su madre o yo, que soy un cocinillas, nos ocupamos de su manutención, de poner a su disposición un club de tenis, un gimnasio, una casa en la playa, otra en el pueblo, educación, Netflix, Amazon, casa, educación e impedimenta varia, amén de otras muchas cosas que, seguro, se me olvidan, al menos recojan su habitación, que es casi lo único, junto a no comportarse como Nicholas Kyrgios en una pista de tenis, que les exigimos.

Pues no hay manera. Digo yo que tres tíos deberían asimilar una cosa a la tercera. No digo que a la primera, ni a la segunda; pero a la tercera no es mucho pedir. Pues por más que les digas ciertas cosas, o no asimilan o no quieren asimilar. La cosa cambia si les quitas el teléfono o la paga, pilares ambos de su existencia adolescente y de los que también nos hacemos cargo, económicamente hablando. Entonces sí, entonces recuerdan que existen normas, hasta que se los devuelves. Debe ser que la luz blanca de la pantalla les borra la memoria, como los neuralizadores de los Men In Black. Si no, no encuentro otra explicación.

Últimamente, debido a la edad que ya vamos teniendo y a la que van teniendo nuestros hijos, sobre todo el mayor, he notado, no sin cierto pánico, que mi mujer, Maricarmen, habla a menudo de la posibilidad cercana de tener nietos. Yo, qué quieren que les diga. Ya es paradójico que un tipo como yo, al que nunca le han gustado los niños, haya acabado siendo familia numerosa.

Es cierto. A mí, cuando veo un niño no me dan ganas de darle un caramelo. Más bien me apetece darle a chupar un limón, o una guindilla, a ver qué cara pone. Esto no significa que no me gusten mis tres vikingos, que me gustan, por supuesto, pero doy gracias a Dios porque no me hayan tocado muñecas y falditas, sino balones y campos de fútbol. Sé que esto que digo es controvertido, que puede ofender al ministro Garzón y sus huestes, pero a mí me importa una higa ofender. Como dicen los mexicanos, “me vale madres”. Y no quiero que se molesten los que tienen niñas. No tengo nada contra las niñas, pero el día que impartieron la paciencia, hice pellas.

Y a todo esto, se preguntarán qué tiene que ver este asunto de los hijos con Twitter. Pues resulta que esta mañana, el primer tuit que he leído, de Juan Carlos Girauta, para más señas, era un titular de Marca, que digo yo que en mis tiempos Marca era un diario deportivo, en el que se afirmaba que “Un elfo, no binario, se declara cisfóbica en First Dates: –Soy poliamoroso”.

Que digo yo que poliamoroso sea que le gusta hacer el amor con policías, porque lo de cisfóbica ni lo voy a buscar, que no tengo ganas de amargarme el viernes. Y todo esto, dicho por un elfo.

Y este también tendrá padres. Ahí lo dejo.

@julioml1970