Los militares son animales racionales de poder. Están formados, son capacitados y en cierta forma son inducidos para el poder. Nacen, crecen, se desarrollan y mueren para el poder. Y en cierta forma por el poder. En el caso venezolano es una institución que respira a través del poder y se nutre diariamente del poder. No en vano desde el nacimiento de la república en 1830 a la fecha, solo 40 años han sido de república civil, parcialmente y con la muletilla esa del respaldo de las fuerzas armadas nacionales. Cuando debería ser, bajo el amparo de la Constitución Nacional. Con los militares se manejan algunos estereotipos, la gran mayoría errados y aumentados exponencialmente en la pifia durante este gobierno bolivariano. El conocimiento de la geografía, el derecho y la historia, la verticalidad, el manejo del honor, la lealtad y el coraje; son temas que se blanden oportunamente para tratar de rebatir argumentos políticos de una coyuntura, pero no como un estilo de vida institucional. Con el que nunca se han equivocado es con la vocación y la formación de poder del militar. Cuando se les presenta la oportunidad de amarrar a la reja del Palacio de Miraflores su caballo, lo hacen. Por eso, desde 1830 hasta estas horas, se les asocia más como pretores y con más imperium que un presidente surgido de unas elecciones.
Julio César estuvo casado en tres ocasiones seguidas. Cornelia, Pompeya y Calpurnia. Las tres de familias patricias, consular y senatorial. La tercera y última esposa de Julio César, Calpurnia, tuvo unos sueños premonitorios para la conspiración y el magnicidio que compartió oportunamente con el emperador. Y este, la ignoró. Desde esa indiferencia partió la daga que lo atravesó en el costado y lo mató. En los asuntos de la autoridad imperial, este no se la transfería desde la silla curul a la cama de la pasión. Los asuntos del poderío, de la guerra y de los largos alcances de Roma, no podían descansarse en las emociones, ni en las glándulas. Casi 2.000 años después, cuando la autoridad imperial se compartía globalmente en eso que se llamó la guerra fría, para evitar que las emociones de un barbudo hiperclorhídrico tropical, empujaran epistolarmente para que se barriera a la civilización con el holocausto nuclear en nombre de la revolución del proletariado, se dio un timbrazo para privilegiar la razón, en eso del dedo del maletín nuclear. Después de la crisis de los misiles en Cuba en 1962, se activó un teléfono rojo de comunicación directa entre los poderes visibles de la Casa Blanca y el Kremlin. Solo imagínense una grave crisis mundial que se pone al borde de la guerra entre Estados Unidos y la URSS. Suena el teléfono rojo en el Salón Oval y al otro lado, la voz sensual inconfundible de Marilyn Monroe o la universitaria de Mónica Lewinsky atiende y exige que el presidente no está disponible para atender, que ella le transmitirá el mensaje con toda seguridad a John o a Bill. Ilustren al otro lado de la línea, la cara enrojecida por el vodka, con el estupor del camarada secretario general del Partido Comunista de la URSS. En Venezuela, durante dos periodos presidenciales seguidos, salvando las distancias históricas y de personajes; el poder de la cama se impuso sobre la silla curul. Dos esfuerzos de la Casa Militar, dos focos de atención, dos dispersiones del poder, dos destinos de adulación para el poder y dos vectores con la suficiente fuerza y dirección para cometer errores presidenciales alentados por la terquedad y la soberbia del César de turno. Dos Calpurnias en seguidilla cronológica y hasta de abecedario, como si se llamaran Blanca o Cecilia. ¿Alguna de ellas tuvo en algún momento alguna pesadilla con golpes de Estado, con conspiraciones, con magnicidios como la Calpurnia original y de los idus de marzo? Desde aquellos momentos de Pompeya, la que precedió a Calpurnia en la cama imperial; la frase del divino cayo, la mujer del César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo, ha trascendido en el tiempo y la historia. En los años que precedieron al golpe de Estado del 4F y su coletazo del 27N había suficiente información para impedir que la daga de la traición subiera expedita hacia el magnicidio. Probablemente el coronel Eloy Tarazona, en su plano actual, rememorando la soledad de su celda del Obispo o de la Cárcel Modelo, en uno de esos recesos de los largos interrogatorios que le hacían sus carceleros para conocer el sitio del entierro de los tesoros del general y compartiendo esta parrafada incomprensible para su ignorancia de uniforme, solo atinaría a decir ¡Umjú!
—No. Nunca. Y eso se lo puedo asegurar, porque mi comportamiento una vez que estuve en cuenta de la magnitud de la conspiración fue el de ponerme al frente de las operaciones para combatir la rebelión. Eso lo sabe el ministro y el comandante general del Ejército. Y también lo saben los generales y almirantes que recibieron directamente de mí las instrucciones para cumplir los deberes constitucionales de mantener la democracia, de sostener con lealtad la confianza depositada por el comandante en jefe. De eso pueden dar fe el general Oviedo en la brigada de Fuerte Tiuna, el general Tagliaferro en la división, el almirante Carratù y el general Rangel Rojas. Y por supuesto los otros generales miembros de los otros componentes y los jefes de los organismos de seguridad del Estado. En ningún momento, la idea de renunciar o de entregarme a los traidores pasó por mi mente. En algún momento, mi esposa Blanca me llamó para informarme la situación de La Casona y una de las cosas que me decía era que mi lugar estaba en Miraflores. ¡Mire! Yo fui director general del Ministerio de Relaciones Interiores en la época dura del nacimiento de la democracia en Venezuela. Esa etapa de golpes de Estado, de insurrecciones, de guerrillas, de sabotajes y de secuestros políticos yo la asumí para defender la democracia y la Constitución con toda la energía que se requería. Tanto que mis enemigos políticos me etiquetaron para tratar de perjudicarme, como el ministro policía. Y, al contrario, eso me benefició políticamente. Cuando me correspondió postularme para la campaña presidencial de mi primer gobierno, mis asesores recomendaron asociar todos los eslóganes y el material de la campaña con energía y firmeza porque se vinculaba con el triunfo que se había tenido durante mi gestión como director general y ministro frente al golpismo del Porteñazo, del Carupanazo, del Barcelonazo, de las guerrillas y de los secuestros y sabotajes de los enemigos de la democracia, de la Constitución y la paz. De manera, coronel, que mal podía yo en un momento como ese rendirme, entregarme a la conspiración y facilitar el cumplimiento de los planes de los conjurados públicos del 4F y los que se quedaron encubiertos. Y lo de esconderme, jamás. En algún momento, mientras salíamos de Miraflores bajo el fuego de los traidores, uno de los miembros del equipo de seguridad sugirió llevarme al apartamento de un conocido periodista para evaluar la situación, esperar mejores momentos y empezar a tomar decisiones. Eso me molestò sobremanera. Yo no soy hombre para andar escondido de la responsabilidad. En ese momento mi puesto de comando como presidente constitucional de la república, como primer magistrado nacional y como comandante en jefe de las fuerzas armadas, era desde donde pudiera comunicarles a los venezolanos la realidad de la situación y empezar a dar órdenes. Nada de eso de esconderme. Yo soy andino y los andinos honramos los compromisos. Sean de la naturaleza que sean. Yo juré cumplir los deberes inherentes al cargo y lo hice en esa fecha. Estoy en paz con mi conciencia de demócrata. Uno de esos deberes era sostener la democracia representada en mi cargo de presidente de la republica y obligar a mi equipo a eso. Especialmente a los miembros de las fuerzas armadas nacionales en mi condición de comandante en jefe. De manera que ni rendición, ni entrega ni escondite.
—En una respuesta anterior usted mencionó las palabras complicidad e incompetencia, cuando en el apaciguamiento de la crisis se le permitió un paréntesis de relativa tranquilidad y empezó a valorar en el más alto nivel el comportamiento de muchos de los miembros de su equipo militar. Desde el ministro Ochoa hasta los comandantes de brigada y división. Fundamentalmente en el Ejército, que fue el epicentro de la conspiración y desde donde se irradió la violencia hasta Caracas, Maracaibo, Valencia, Maracay, San Juan de los Morros, entre otras guarniciones militares de importancia. La tarde del 17 de agosto de 1987, después de reunirse con el Alto Mando Militar, con los ministros de Relaciones Interiores, Exteriores y de Hacienda; con usted, con los otros expresidentes Caldera y Herrera, con el presidente y vicepresidente del Congreso Nacional, con los secretarios generales de los principales partidos políticos; el presidente Lusinchi le ordenó al general de división José María Troconis Peraza atacar a la corbeta colombiana Independiente, si no abandonaba inmediatamente el mar territorial venezolano. Yo estoy seguro de que el general no hubiera vacilado en cumplir al pie de la letra la orden. Como también lo estoy en que los pilotos en sus cabinas, los comandantes navales en su zafarrancho y las unidades terrestres desplegadas frente a la frontera con la cooperación de la guardia nacional la hubieran cumplido sin ningún tipo de indecisión. Uno de los momentos más críticos del 4F fue obligar a Chávez a rendirse en el Museo Histórico Militar. Usted le ordenò al ministro atacarlo, combatirlo, incorporando incluso la aviación militar, y el ministro, en una posición divergente a la orden de su comandante en jefe, proponía la negociación y el diálogo. Tanto como si el general Troconis le hubiera rebatido al presidente Lusinchi en 1987 la orden de atacar a la corbeta para continuar conversando en altamar. Usted ya descartó la incompetencia y nos dejó abierto el camino de la complicidad. En 1987 se trataba del enemigo externo de la territorialidad y la soberanía de Venezuela. Nos hubieran arrebatado el golfo de Venezuela. En 1992 era el enemigo interno de la democracia, la paz y la vigencia de la Constitución Nacional. Y este nos arrebató el futuro, y nos destruyó la paz y la unidad de la nación. Me gustaría ampliar más eso.
Continuará…
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