OPINIÓN

Ese hombre sí camina – Parte V

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Si se pudiera construir una expresión apropiada y oportuna, no importa la originalidad, para un momento como la antesala de la pregunta anterior, lo sería la que se le atribuye a Julio César al momento de ser asesinado. Et tu, Brute?  (¿Y tú también, hijo?). Una traición inesperada siempre aporrea emocionalmente. Siempre. Y postra a pesar de la fortaleza construida con la edad, con la experiencia, con el poder y con toda la amplia trayectoria política y el vasto conocimiento militar de otros ejercicios como comandante en jefe. Era una traición. Simple. Y todo el camino de la confianza construido pacientemente desde años anteriores se había desmoronado a medida que el cuchillo desleal de Marco Junio Bruto atravesaba sin barreras las carnes blandas del costado, teñía de rojo la blanca toga ribeteada en escarlata, hasta herir mortalmente al emperador. ¿Y tú también hijo?

En uno de esos pasillos de la Cárcel Modelo o la del Obispo, en los pocos espacios que dejaba la revista de presos y la rutina de la prisión, una de las anécdotas más a la mano, a la que echaba verbalmente el enigmático coronel Eloy Tarazona, se refería al encuentro del general Gómez, en una audiencia del palacio, con su compadre, el general Román Delgado en 1913. “General Delgado, si el sapo brinca y se ensarta la culpa no es de la estaca (…) yo tengo grillos de 80 libras y la muerte de agujita para mis enemigos». Desde allí, de la audiencia salió directo para la cárcel de La Rotunda y después de 14 años preso, lo enviaron al exilio. Su compadre de sacramento. Umjú. ¿Y tú también, hijo?

—La respuesta es definitivamente, sí. No me queda margen para afirmar que la traición en el entorno militar más cercano formó parte de todos esos eventos. Si. Dolorosamente, sí.

—Vamos a dejar hasta aquí el tema de las precisiones de las traiciones ya para el final de la entrevista, para centrarnos en los eventos del 3 y 4 de febrero a partir de las 10:00 pm con la apertura de la puerta del avión que lo trasladaba desde Davos hasta Maiquetía y sorprenderse, en plena escalerilla, con la presencia del ministro de la Defensa, el general Ochoa. Uno juzga a partir de las informaciones conocidas, que usted tomó directamente el mando de las operaciones a partir de ese momento y en muchas oportunidades le corregía la plana a los generales y almirantes en sus decisiones. Los errores de toda esa jornada, que se inició a partir del conocimiento del golpe en el ejército, hasta la aparición en cadena de radio y televisión del teniente coronel Hugo Chávez con su famoso «por ahora», tienen un saldo públicamente distribuido para expresar que las fallas son atribuibles a los generales y los aciertos a usted. ¿Qué nos puede abundar sobre el particular?

—Todo el centro del golpe de Estado estaba en el ejército. Desde el origen cuando las unidades salieron de sus cuarteles, y la recepción de la información del golpe en la sede del comando general del Ejército a las 12:30 del día 3, hasta su finalización con el discurso de rendición del teniente coronel golpista al día siguiente, giró en torno al ejército. Sobre esa realidad yo dediqué todos los esfuerzos para reducir la rebelión militarmente sin ningún tipo de intermediario, en mi condición de comandante en jefe de las fuerzas armadas, con el comandante general del Ejército, con quien mantuve desde un primer momento una comunicación directa. Por supuesto que también con el resto de las fuerzas. Para mí es inexplicable que en las nueve horas y media de desarrollo del golpe no se hubiesen tomado ningún tipo de medidas eficientes que contribuyeran a reducir a los rebeldes. No hubo energía en las decisiones. Con todos los antecedentes informativos que manejaban los generales del Ejército sobre las posibilidades de un golpe de Estado, anunciadas de manera difusa y convenientemente, no se tomaron decisiones viables y armónicas con sus responsabilidades en los cargos. En un caso como ese, no hay que esperar orientaciones del presidente para cumplir con sus obligaciones constitucionales de los cargos. Desde el ministro de la Defensa hasta los comandantes de las brigadas. Eso para mí era extraño y solo se justificaba con una grave complicidad y una confabulación más allá de los tenientes coroneles comandantes de batallón que fueron detenidos posteriormente. Fue una gravísima falla de la inteligencia operativa dentro de los cuarteles, pero también una peligrosa deficiencia operativa en materia de decisiones viables, pertinentes y oportunas en casi todos los niveles de las unidades de nivel brigada y división. Durante casi 10 horas todo se redujo a diligencias burocráticas y administrativas, mientras el golpe avanzaba y el despliegue de las unidades rebeldes se cumplía de acuerdo con los planes de la conspiración. Ese paseo insólito de los tres batallones de paracaidistas desde su guarnición en Maracay para atravesar toda la autopista regional del centro, sin haberse disparado ninguna alarma, y desplegarse en la base aérea de La Carlota, en Miraflores, en Palo Negro, en la Comandancia General de la Armada era la reedición casi tan exacta y sorpresiva como la movilización de los 26 tanques del batallón Ayala en Caracas, el 26 de octubre de 1988. Oiga coronel, quiero precisarle muy bien el comentario para que lo registre. Desde que el general Rangel Rojas tuvo conocimiento del golpe a las 12:30 hasta que el ministro me lo notificó en la escalerilla del avión transcurrieron nueve horas y media. nueve horas y media, por Dios. Solo calcule todas las decisiones operativas que han podido tomarse para reducir a la mínima expresión a los rebeldes y sus unidades en ese tiempo. Nueve horas y media, por favor. Hay un amigo, oficial del Ejército y docente, a quien consulté técnicamente sobre esto y me dice, presidente en la Escuela de Estado Mayor del Ejército se enseña un protocolo académico para tomar decisiones. Estas se toman y luego se informa a su comando superior. ¿Por qué eso no funcionó como lo aprendieron en su Escuela de Estado Mayor? Mientras yo estaba embarcándome en el avión en Davos, ya las unidades rebeldes habían empezado a desplegarse en el golpe. Diez horas después, el equivalente a la finalización y aterrizaje en Maiquetía del avión presidencial, no se había tomado ninguna decisión eficiente para neutralizar el golpe y reducir a los militares rebeldes. En diez horas de golpe no hubo un solo detenido. Dígame usted coronel, ¿qué lectura se le debe dar a eso? Fueron casi diez horas para redactar radiogramas, para hacer reuniones burocráticas, para hacer interrogatorios estériles, para ordenar refuerzos de alcabalas que no cumplieron el cometido, para acuartelar los efectivos y para alertar. Todo se centró en alertar. Y todo eso ocurrió en las horas tempranas de la tarde sin ningún resultado operativo. Solo para ponerlo en contexto; en 1987, durante la crisis militar por la incursión de la corbeta colombiana Caldas en el golfo de Venezuela, en el equivalente de esas diez horas de mi viaje de Davos a Maiquetía el 3 de febrero, las tripulaciones de los aviones F-16 y sus apoyos en tierra se activaron y empezaron a hacer los patrullajes en la zona de la crisis, las fragatas ocuparon sus espacios navales frente al golfo de Venezuela listas para reaccionar y las unidades del Ejército misionadas en los planes se trasladaron hasta la zona y ocuparon sus posiciones de combate. Todo eso después de que se dictaron los acuartelamientos y las alertas correspondientes, esperando las órdenes del comandante en jefe. En 1987, en diez horas, las fuerzas armadas estuvieron listas para darle cumplimiento a sus deberes constitucionales de garantizar la territorialidad de Venezuela. Fue una victoria de la institucionalidad militar. Cinco años después, en 1992, en diez horas no fueron capaces de detectar, impedir, neutralizar y derrotar a un sector insurgente y rebelde que violó su juramento y dejó de cumplir sus deberes constitucionales. En diez horas de desarrollo del golpe, no hubo un solo detenido. Ninguna unidad fue intervenida. Después de las 10:00 de la noche del día 3 de febrero de 1992, yo empecé a ejercer directamente el mando con el general Rangel con quien mantuve comunicación permanente. Todo se remitió a control de los daños y a reducir, a neutralizar y a enfrentar con medidas enérgicas a los rebeldes hasta que fueron derrotados. Fue otra victoria de la institucionalidad militar, pero el golpe ha podido evitarse, desmontarse y derrotarse mucho antes de su salida de los cuarteles. Esa ausencia de decisiones enérgicas antes de mi llegada solo se explica con dos cosas. Incompetencia o complicidad. Yo descarté en el tiempo la primera. Como le decía al inicio, el centro de la conspiración se originó desde el Ejército y en las siguientes horas del golpe con el comandante general del Ejército y el apoyo de los otros componentes y los organismos de seguridad del Estado, el golpe fue aplastado. Eso es historia.

—Eso que usted acaba de señalar en su respuesta es demoledor en los argumentos. Y me es inevitable remontarme a algunas lecturas sobre la conspiración y el magnicidio contra Cayo Julio César en Roma. El golpe y asesinato había sido alertado en otras ocasiones al emperador y este había desdeñado esa posibilidad. En alguna ocasión un vidente ciego le había advertido de los idus de marzo. ¡Perdón! me fue inevitable la asociación en la memoria. En obsequio del desarrollo de su respuesta, le comento; la batalla de Carabobo, la que selló definitivamente nuestra independencia el 24 de junio de 1821 se inició aproximadamente a las 9:00 de la mañana, después de la comida, esa colación de los llaneros a media mañana y antes de la 1:00 de la tarde ya había tenido su desenlace. Casi cuatro horas. Menos de la mitad del tiempo usado por los comandantes de brigada y división del 4F para diligenciar trámites burocráticos de naturaleza administrativa y decisiones operativas laxas que permitieron avanzar el golpe, hasta su llegada a Maiquetía a las 10:00 de la noche. Continuamos. En algún momento de la crisis, después de haber sido informado por el general Ochoa del golpe, pasó por su mente la posibilidad de entregarse a los rebeldes. De rendirse. De renunciar a la presidencia de la república, o de esconderse para esperar mejores condiciones de lucha.

Continuará…