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Ese hombre sí camina

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Foto Archivo

 En algunas oportunidades el destino coloca conchas de mango en algunas concurrencias azarosas, que en el tiempo pueden convertirse en mensajes para descifrar y buscarle un significado. Por ejemplo, poner a coincidir en la misma prisión política de la dictadura instalada después de 1948, al coronel Eloy Tarazona, al dirigente sindical Luis Miquelena y a un joven político como Carlos Andrés Pérez. Hace 70 años, un ejercicio de ficción proyectando a uno con responsabilidades públicas con altas magistraturas de la república y a otro haciendo otros esfuerzos diametralmente opuestos para defenestrarlo y ocupar, también, responsabilidades equivalentes; parecieran actos de brujería como los que se le atribuían al espaldero del general Gómez, o un evento surgido de una fértil imaginación. Como esta entrevista que hacemos para ratificar respuestas que todo el mundo conoce, que el común maneja y se ha hecho tatuaje de realidad en la comprensión de la sociedad venezolana sobre eventos de la historia contemporánea de Venezuela. Los que desembocaron en el 4F y originaron la revolución bolivariana que padecen los venezolanos desde hace 23 años. Esa es una historia, con muchos saltos y saldos, en la que los venezolanos sienten que no ha sido cubierta en su totalidad por la ausencia del testimonio de su protagonista más importante.

La verdad se ha convertido en un tesoro que buscamos desde hace tiempo. Como en su momento se hizo con El Dorado. La que registran en su búsqueda a lo largo y ancho del territorio descubierto por Cristóbal Colón, nuestros libros de la historia de Venezuela, durante la época de la Conquista y la colonización. Y tanto como la búsqueda de los tesoros enterrados del general Juan Vicente Gómez, cuya ubicación aparentemente conocía el coronel Tarazona y cuya negativa a informarlo lo mantenía en la cárcel que probablemente compartió en toques de diana, en visitas, en la lectura de sus correspondencias personales, en la lista y parte, en los pasillos, en el rancho de sus celdas, y en los quejumbrosos toques de silencio, con dos protagonistas muertos a la actualidad, de la verdad del 4F. Búsqueda que aprovechan algunos vivos para arrimar tendenciosamente la mayor cantidad de brasa para la sardina de su verdad. La que no es.

Conversar con el presidente no es una tarea fácil. Por ambas vertientes de la comunicación. No es mi fuerte la formalidad de la entrevista como medio –no soy periodista, no manejo la técnica ni recibí la academia para hacerlo– pero sé conversar sin salirme de la baranda, interrogar a lo profundo y escarbar en el consciente y el inconsciente para sacar lo importante. Y allí, sí recibí la formación y tengo la experiencia. En todo caso periodistas, policías y militares se cultivan en el arte y la técnica de curucutear para llegar a la verdad. Y el personaje tiene la curtiembre de la experiencia de dos períodos presidenciales, y una trayectoria política amplia que empieza desde su fase de estudiante de Derecho en la UCV, secretario privado del presidente Rómulo Betancourt y del Consejo de Ministros de la Junta de Gobierno en 1945, diputado al Congreso Nacional en 1948, preso por la dictadura perezjimenista, exiliado un largo tiempo, y con la democracia después del 23 de enero de 1958 fue ministro de Relaciones Interiores, jefe de la fracción parlamentaria de AD y presidente de la república. Todo un curriculum político respaldado por más de 70 años de ejercicio. Estaba seguro antes de prender la grabadora virtual, que iba a tener la respuesta política para cada pregunta. Y en algunas ocasiones iba a pisar el terreno de lo personal y de las intimidades que a veces levantan barreras inoportunas y barricadas emocionales. Valía la pena correr el riesgo por la verdad, desde el actor más importante de la coyuntura. Me tocaba meter el bisturí de la curiosidad hasta lo más profundo de las carnes muertas, para conseguir las respuestas de la realidad. Esa que tratan de manipular con sus carnes vivas, algunos protagonistas vivitos y coleando. Tan vivos que han hecho de su verdad una letanía y un rosario. Veamos qué podemos extraer y poner en la bandeja de las verdades con las preguntas, en el ritmo del entrevistado. Un camino bien difícil y escabroso, porque este hombre sí camina.

—¿Qué fuerzas armadas recibió usted después de su juramentación como presidente de la república de Venezuela y del reconocimiento que tuvo como comandante en jefe el día 2 de febrero de 1989? ¿Cuál era la situación militar de ese entonces?

Las fuerzas armadas que estuvieron bajo mi responsabilidad durante mi primer gobierno estuvieron dedicadas al cumplimiento de sus deberes constitucionales. Tuve la excelente colaboración de oficiales de primera línea en el Ministerio de la Defensa. Profesionales como los generales de división del ejército Homero Ignacio Leal Torres y Francisco Eloy Álvarez Torres y el general de división Fernando Paredes Bello sirvieron rectamente y de una manera integral bajo mi responsabilidad como comandante en jefe y mantuvieron la confianza y la lealtad a las altas responsabilidades de la seguridad y la defensa del país. Eso ocurrió también con la fuerza más antigua, los generales de división Manuel Ignacio Bereciartu Partidas, Víctor Manuel Molina Vargas, Ernesto Brandt Torrellas y Arnaldo Castro Hurtado hicieron del comando general del Ejército una excelente colaboración constitucional en todas las misiones que les correspondió ejecutar durante mi presidencia. A ellos les hice el reconocimiento en su momento y se lo sigo haciendo. Fueron leales, respetuosos y cumplidos en las exigencias del cargo; y atendieron a las responsabilidades de la confianza depositada por el comandante en jefe. Así como al resto de los integrantes de todos los altos mandos de las otras fuerzas desde 1974 hasta que entregue la Presidencia de la República en marzo de 1979. Con esa experiencia en la mano yo valoré a partir del 4 de diciembre de 1988, cuando el CNE hizo el anuncio de mi victoria, las primeras decisiones que iba a tomar en mi gobierno. Una de ellas la relacionada con el Alto Mando Militar. Las fuerzas armadas nacionales habían tenido un importante comportamiento institucional durante la crisis surgida por la incursión de la corbeta Caldas en el golfo de Venezuela. Esa importante movilización y despliegue operacional de sus unidades en agosto de 1987 fue un importante referente de su actuación institucional y de apoyo constitucional a su comandante en jefe. Junto con el incidente no investigado plenamente de la movilización de los tanques, en octubre de 1988, dos meses antes de las elecciones presidenciales, se constituyeron en las mas importantes reseñas del estado de la institución armada. Yo había venido recibiendo información especializada de algunos extraños movimientos dentro de los militares, dentro del ejercito específicamente, a los que no les di la importancia y el valor en el momento, especialmente el de esta injustificada movilización militar. Como se acostumbraba en los periodos democráticos anteriores, generalmente se ratificaba a todo el alto mando militar después de la juramentación presidencial. Así lo hice después de febrero de 1989. Los eventos de finales de ese mes, ocurridos en la ciudad de Caracas y que obligaron a hacer una nueva movilización y despliegue, permitieron una nueva demostración de la institucionalidad de las fuerzas armadas en el control del orden público, el mantenimiento del orden interno y en la lealtad hacia los poderes constitucionales, especialmente en la atribución establecida para el comandante en jefe, y en la estabilidad y gobernabilidad en la república. De manera que había más cosas positivas para proyectar dentro de los cuarteles y a la actuación de los militares en el periodo presidencial que se iniciaba. Cuando ponemos en la balanza de cualquier análisis de la situación de los cuarteles antes del 2 de febrero de 1989, solo el incidente de los tanques dejaba un lunar de inestabilidad en el ejército, digno de ser investigado y cerrado. Esas fueron las fuerzas armadas que recibí después del 2 de febrero de 1989.

Todo indicaba entonces que había normalidad en los cuarteles y la ratificación del Alto Mando Militar se podía extender más allá del 5 de julio de 1989. Usted recibió en los cargos a oficiales que manifestaron el respeto a la Constitución y a la institucionalidad de las fuerzas armadas. Cuando se contrastan la eficiencia y el liderazgo militar demostrados durante la incursión de la corbeta Caldas en 1987, y el incidente de los tanques en 1988 se asume en este último evento, un saldo pendiente que había que cerrar en una investigación. Contra ese evento estaba la lealtad a la Constitución en el artículo 132 y los valores democráticos de los oficiales. Especialmente en el Ejército, de donde procedían los oficiales generales protagonistas. En resumen, todos los integrantes del Alto Mando Militar de ese entonces estaban en la misma línea de todos los oficiales generales y almirantes que le sirvieron como comandante en jefe durante su primer periodo de gobierno, ¿qué cambió la línea de la ratificación?

Continuará…

 

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