OPINIÓN

Escrutar a la educación desde adentro y frente a la nadería

por Abraham Gómez Abraham Gómez

Apuntamos con certeza y admitimos que, desde siempre, la humanidad ha reconocido y valorado a la educación como una necesidad intrínseca y natural de los seres humanos.

Ha quedado explícito como un hecho legítimo –en todos los escenarios no necesariamente escolares– que la educación constituye un idóneo fenómeno subjetivo y social que se posibilita únicamente entre humanos; saben por qué, porque el resto de los animales se adiestran; es decir, responden y se hacen sumisos a los designios de la diestra de alguien. Los animales dan sus manifestaciones instintivas por su propia supervivencia.

Prestemos atención que estamos planteando, determinante y esencialmente, a la educación con base en sus tres componentes constituyentes: El factor instruccional (contenidos curriculares, programáticos), el cual se imbrica con los otros dos, no menos importantes: la socialización y la personalización donde se conjuga la dimensión axiológica-valores.

Por eso argumentamos, de manera reiterada (valga la tautología) que la educabilidad adquiere pleno sentido únicamente entre humanos; dado que la educación nos posibilita abrir nuestras mentes (eso no cuenta para el resto de los animales); además, con la educación nos motivamos, promovemos y alentamos las conciencias individuales y societales.

Con la educación replicamos valores religiosos, ético-morales, políticos, estéticos, económicos etc.

Conocimientos, socialidad y axiología constituyen una exquisita amalgama que potencia el crecimiento y desarrollo humano.

Visto así el asunto; comporta un atrevimiento teñido de audacia, de nuestra parte como educadores, que escrutemos a la educación desde sus interioridades; que propongamos –sincera y espontáneamente– alternativas de solución al atasco en que nos encontramos y exploremos modelos metodológicos de enseñanza-aprendizaje que nos ubiquen en la actualidad mundial.  Eso es lo hermoso; aunque produzca vértigos.

No basta enseñar para salir de apuros o como asunto remedial de último momento. Hay que enseñar y permitir que los aprendizajes fluyan sólidamente.

La anterior aseveración la sostenemos conscientes de que las sociedades humanas han gestionado desde siempre la plena superación, no exentas de tropiezos. Sin embargo, por muy insalvables que aparenten ser los obstáculos a vencer, irrumpe desde sus cimientes espirituales una fuerza, que algunos osados califican de telúrica, que impele a los seres humanos a avanzar.

Nos sigue pareciendo que todo en la sociedad humana –tal vez con placer o con dolor– tiene una intencionalidad pedagógica.

Fíjese nada más en este detalle: haga algo, por curiosidad, y al rato conseguirá espontáneos imitadores que desean replicar.

Concluimos a las claras, con un hecho significativo e interesante: “Todos aprendemos de todos”.

A propósito de lo señalado en el párrafo anterior. Medio mundo no ha terminado de meterse en la tendencia de aprendizaje denominada Neuroeducación; y aunque los resultados se hayan obtenidos a entera satisfacción, ya estamos montados en la Inteligencia Artificial.

Únicamente aprendemos lo que nos resulta emocionante.

Un profesor excelente es capaz de convertir cualquier tópico o concepto, incluso de apariencia intrascendentes, en temas siempre interesantes; es decir, algo que motive y que genere una reacción en sus estudiantes.

Para lograr el fenómeno humano integrativo y pleno de emocionalidad, arriba citado, la educación debe mantenerse de suyo aliada –indesligablemente– con la libertad.

Educación en/con libertad define nuestro modo de ser, de aprehender la realidad, de buscarle explicaciones a la vida, que se nos presenta, a veces, como un rizoma existencial (G. Deleuze, dixit).

Luce un discernimiento filosófico, cierto, pero así exactamente se nos presenta.

Van aparejadas la educación y la libertad: dimensiones siamesas, sin la menor posibilidad de separación; porque una y otra se requieren, se necesitan, se complementan vitalmente.

Un proceso educativo sin libertad vendría a ser poco menos que una aberración, una incongruencia.

Todo proceso de enseñanza-aprendizaje debe observar como base sustentadora la libertad de ser, pensar, decir y actuar. Lo contrario es adoctrinamiento (indoctrinación), contaminación ideologizante.

Las sociedades modernas abominan de las formas dogmáticas propias de algunas estructuras políticas-partidistas, que privilegian y exigen de sus conmilitones conductas inmutables. Les imponen predisposiciones a callar, a volverse una nadería; a cerrarse ante las evidentes realidades. Llegan incluso, quienes así se comportan, a socializar idioteces.