En algún momento del proceso de búsqueda y localización de las fuentes biblio-hemerográficas para redactar mi proyecto de tesis de grado sobre “La concepción de la historia en Emile Michelle Cioran” para optar al título de Licenciado en Historia por la Universidad de los Andes de Mérida-Venezuela, leí que el rumano nacido en los Montes Cárpatos dijo en alguna ocasión que el mejor régimen político para que un escritor se vea compelido a desarrollar una obra escritural verdaderamente substantiva es un régimen signado por la tiranía, pues es en los sistemas sociopolíticos donde está prohibido «pensar con cabeza propia”, “expresarse libremente” y “decir o escribir lo que se piensa” donde han florecido y proliferado los más insignes y representativos escritores que ha dado la humanidad al patrimonio cultural y literario del mundo.
Esa afirmación la leí tal vez en un “magazine litteraire”, revista francesa escrita en la lengua de Racine que llegaba trimestral o semestralmente por suscripción a la hemeroteca de la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA. Nunca sabré en cuáles escritores estaba pensando el “rey de los pesimistas” al decir de la ensayista estadounidense Susan Sontag. Tal vez escribió esa afirmación pensando en el trágico destino de Dostoievski, o en Boris Pasternak, o Maikowsky o posiblemente tenía en mente los terribles progromos llevados a cabo por el vomitivo régimen nazi representado por el orate nacionalsocialista Adolf Hitler y en las nauseabundas escenas de escritores, artistas e intelectuales de origen judío apresados por las tenebrosas SS y llevados, cuales guiñapos humanos a los campos de concentración y las cámaras de gas del régimen que el Führer decía debía durar mil años. El mismo Cioran debió salir de Rasinari rumbo a Francia con el pretexto de estudiar un doctorado en Filosofía por la Sorbonne pero en realidad, pienso yo, que huía del clima de terror que imponía la “Guardia de Hierro” del oprobioso régimen político totalitario que emergió del derrumbe del imperio austro-húngaro y del surgimiento de las nuevas identidades nacionales que dibujaba la nueva realidad social y política de la europa central de los años treinta y cuarenta del siglo XX.
Lo cierto que sobran ejemplos para concederle la razón a quien siempre huyó de ese odioso estatus de “tener razón”. Aquí mismo, para no ir muy lejos, en Venezuela, tenemos casos emblemáticos y patéticos como nuestro insigne José Rafael Pocaterra, ícono del dolor y el sufrimiento humano en las abominables mazmorras del tristemente célebre régimen de oprobio del gomezalato. El otro paradigma de intelectual malogrado por las torturas de la dictadura gomecista es el inmenso Pío Tamayo. ¿Cuántos escritores e intelectuales murieron en las prisiones de “El Bagre”; así también le decían a nuestro padrecito Stalin vernáculo por la ferocidad de sus hostilidades contra sus “enemigos políticos” mismos a quienes el “taita” Gómez tildaba de “traidores a la patria”. ¿No te suena a alguien?
Por supuesto que en los regímenes dictatoriales, efectivamente de facto, no todos los escritores que disienten del diktat logocrático monárquico constitucional corren la misma “suerte” de ser encerrados sin juicios bajo acusaciones insólitas de “terrorismo”, “traición a la patria”, “asociación y concierto para delinquir”, “actividades apátridas y antivenezolanas” y un sinfín de adjetivos descalificativos que sirven para satanizar el noble oficio de escribir. Hay escritores de “escritores”, a los que Mark Lilla, llamaría “filotiránicos”. Son los escritores, tinterillos apologetas de la tragedia humanitaria; son los que actualmente ocupan cargos públicos en la tupida madeja de la burocracia estatal, medran plácidamente en el servicio exterior del régimen, viven de becas y canonjías cuales sanguijuelas adheridas al exangüe cuerpo del Moloch totalitario. Por lo demás, históricamente siempre ha sido así en el largo y dilatado proceso histórico de la humanidad. Los escritores e intelectuales oficiosos y oficialistas cuya función gubernamental se circunscribe a hilvanar y tejer argumentos exegéticos en procura de ataviar con una pátina de barniz ético-moral la cada vez más escasa y endeble legalidad y legitimidad de la cultura política hegemónica… La historia universal es pródiga en ejemplos deplorables: cada vez que el devenir socio-histórico da una “vuelta de chipola”, los primeros que salen corriendo en desbandada a refugiarse en una embajada son estos gañanes hampones del tintero, delincuentes de la propaganda y adocenados vulgares propagandistas de la trapa revolucionaria y socialista pero de nada les sirve esconderse transitoriamente pues el largo brazo de la justicia siempre llega a poner las cosas en su lugar y escarba hasta de debajo de las piedras hasta dar con estas sabandijas que se autorrotulan con el indigno título de “escritores”.