OPINIÓN

Escóndete Yo

por Rafael Rattia Rafael Rattia

Por mucho que la terca humildad del escritor haga esfuerzos insospechados por intentar esconder las veleidades narcisistas de su encandilante Yo, la invencible vanidad de la primera persona del singular siempre termina arreglándoselas para no desalojar tan difícilmente el proscenio de la fatuidad de la existencia. El Yo pugna denodadamente por opacar al máximo al nosotros, esa tercera persona del plural que, todo hay que decirlo de una vez, se disfraza de colectivo para resguardar los “prestigios” del ego y sus megalomanías psicopatológicas.

El poeta maldito francés Artur Rimbaud supo decirlo de forma insustituible: “je suis autre”. Por más que lo neguemos, siempre terminamos siendo “otro” u “otros”, pues nos habita la otredad como una enfermedad incurable. Cuando el Yo ve peligrar sus falsos equilibrios psicoemocionales, se esconde en los más recónditos escondrijos del ser y busca refugiarse en los socavones ontológicos de la humana existencia para no sucumbir a los deletéreos efectos del nosotros, esto es, de la falsa modestia.

Es obvio que los extravíos delirantes del fachendoso Yo producen peligrosos desajustes en las capas más discretas de la conciencia del ser y hacen brotar inadvertidas cepas maníaco-depresivas en las estructuras de personalidad más aparentemente “normales” del ser humano. Se puede llegar a ser un Gengis Khan o un Napoleón y no tener el valor de librar una sola batalla real con ejército enemigo alguno.

El Yo es aficionado a todo tipo de guerras imaginarias tan solo para alimentar el morbo narcisista de los delirium tremens del ego enfermo. Pese a que es harto sabido por todos los mortales que todo “nosotros” contiene en sí mismo un alto componente de hostilidad hacia la irascible singularidad del Yo, homo sapiens no deja de refugiarse en la ínsula de la tranquilizadora buena conciencia del narcótico “nosotros”.

Nunca maldeciré suficientemente las fatuas promesas de la felicidad colectiva que demagógicamente ofertan las desteñidas banderas del emancipacionismo compulsivo de la perniciosa ideología comunista en nombre de un ilusorio paraíso aquí abajo en la tierra. No se puede construir jamás una utopía en nombre de las divagaciones psicológicas del Yo individual.