Lo escénico es un acto creativo vital. Ocurre en un espacio y un tiempo determinados y requiere de una audiencia presente y participante para su configuración final. Su condición es efímera por naturaleza. Una vez cumplido el hecho representativo, este desaparece hasta un próximo momento de necesario encuentro. No se trata de un objeto artístico tangible, sino de un ceremonial impermanente que requiere, cada vez que ocurre, de la presencia y el concurso de todos sus factores intervinientes.
Históricamente las artes de la escena han encarado su propia naturaleza fugaz, con el afán de transformarla en duradera. El teatro tiene como poderoso asidero la dramaturgia, que es esencialmente literatura antes de convertirse en algo escénico, bajo la mirada personal de un director y el compromiso de unos actores.
La danza opera de manera distinta. Todo parte del cuerpo, sus posibilidades estéticas y sus capacidades expresivas, susceptibles de configurar discursos múltiples. De ahí proviene la consideración perecedera del movimiento, justo en el mismo instante en que este se realiza. Su trascendencia se ubica no en el lugar de su ejecución, sino dentro del espíritu de quien lo crea, lo observa y lo contempla.
La fotografía, el cine y el video han contribuido enfáticamente en la construcción de la memoria de la danza escénica universal, quedando reservados en la actualidad los diversos métodos de notación del movimiento -los primeros son de antigua data- casi exclusivamente para el ámbito académico y consecuentemente limitado su uso práctico en el hecho coreográfico con fines artísticos, investigativos y de registro.
Durante las dos primeras décadas del siglo XXI el desarrollo tecnológico, especialmente evidenciado en el auge de las redes sociales, ha traído adicionalmente para las distintas manifestaciones de la danza artística una proyección global inusitada. Sus públicos pueden contabilizarse por millones diariamente, dejando muy atrás la concepción elitista y minoritaria que siempre las había acompañado.
Obras completas o fragmentos de ellas de celebrados coreógrafos, al igual que notables intérpretes y reputadas compañías internacionales son vistos por audiencias impensadas. También agrupaciones emergentes y hasta proyectos amateur, además muestras escolares, comparten distintas plataformas en una suerte de acción expansiva donde todo puede tener cabida.
En la cuarentena global vivida actualmente, cuando las instituciones culturales han cerrado sus puertas, las redes sociales se han volcado aún con aún mayor interés hacia los contenidos con motivaciones altruistas y solidarias: los grandes museos del mundo muestran sus invaluables colecciones, las más reconocidas editoriales liberan publicaciones de sus catálogos, las más renombradas orquestas ofrecen celebrados conciertos, e históricos teatros líricos exhiben relevantes títulos operísticos.
La danza de alguna manera ha buscado compensar el efecto de la suspensión de sus temporadas en los grandes escenarios mundiales, con la presentación en línea de una selección de sus producciones. Como atrayentes convocatorias están las del Teatro Mariinski de San Petersburgo que abrió la llamada temporada de “ballet del aislamiento”, el Bolshoi de Moscú invitando a conocer su “colección dorada de ballet”, la Ópera de París con sus referenciales producciones de Giselle y El lago de los cisnes, al igual el Royal Ballet de Londres y el Ballet del Teatro Colón de Buenos Aires, entre otros.
Estas iniciativas pueden más allá de lo tradicionalmente escénico para abordar la realización audiovisual experimental. En tal sentido apunta la iniciativa del Royal Birmingham Ballet que presenta una versión, con final no trágico sino esperanzador, del proverbial solo La muerte del cisne, creado por Mikhail Fokine para Anna Pavlova, en la que Carlos Acosta, director la referida compañía inglesa, muestra a una bailarina en el trance de su confinamiento.
La preocupación por el entrenamiento y la formación de los bailarines en estos tiempos de cesantía, ha acaparado también la atención de las redes que han recibido incontables propuestas de clases y talleres, de distintos niveles y desempeños, tanto de técnicas formales de danza como de preparación física y movimiento terapéutico.
Los teatros permanecen cerrados, los bailarines y sus públicos recluidos. Ante la imposibilidad por los momentos de crear, interpretar y contemplar en su lugar natural un paso a dos académico, un dueto contemporáneo, una improvisación de contacto o un cuerpo de baile alineado y unos unísonos precisos, la tecnología brinda la posibilidad de apreciarlos y hasta representarlos en la intimidad del obligado resguardo.