El signo fue de evidente apertura. El IX Festival Internacional de Teatro de Caracas realizado del 4 al 19 de abril de 1992, convocó a la danza de manera amplia convirtiéndose en una muestra relevante dentro del evento, situación muy distinta a las ediciones anteriores cuando la presencia de esta disciplina era mera concesión o excusa.
Hace 30 años, la danza fue abundante dentro de un festival que tradicionalmente tenía en la disciplina teatral, considerada en sentido rígido, su punto de partida y su razón de ser. Conquista o ampliación de criterios, la danza finalmente ocupó su espacio en este evento, no de manera disociada, sino asumiendo el carácter global y multidisciplinario que dentro de las artes escénicas el festival de caraqueño buscaba alcanzar.
Gran cantidad de espectáculos se vieron a lo largo de dos semanas. La danza ofertada se debatió entre lo atrayente y lo intrascendente. Sin embargo, llevó en sí misma un mérito inocultable: la posibilidad de apreciar, con satisfacciones y decepciones, una panorámica sobre las visiones de la danza que regían mundialmente hace tres décadas atrás.
Los planteamientos conceptuales, las tendencias estéticas y las técnicas corporales resultaron diversas, siendo las expresiones contemporáneas el centro de mayor interés. Un espectro considerable de posibilidades fue ofrecido: desde la danza de calle, muy cercana al circo -Philippe Decouflé, de Francia-, la danza minimalista -Kristina Chatel, de Holanda-, el aún desconocido butoh -Ko Murobushi, de Japón-, la danza de profundas raíces africanas -Germaine Acogny de Senegal, hasta el ritual ancestral y modernista a un tiempo -Álvaro Restrepo, de Colombia-, la danza unida al teatro y al espectáculo total -Micha van Hoecke y el Ballet Theatre L’ Ensamble, de Italia- y la danza contemporánea formalista -Nieuwe Dansgroep, de Holanda-.
La danza clásica resultó mucho menor tanto en cantidad como interés, aunque la sola participación de Nacho Duato y el Ballet Lírico Nacional de España fue suficiente para reivindicar ante las expectativas de la audiencia al ballet creado a finales del siglo XX.
La representación nacional resultó sorprendentemente amplia y en su selección desprejuiciada, incluyendo de manera importante a creadores y agrupaciones provenientes de diferentes regiones del país. Un tema central hizo coincidir a la mayoría de la muestra venezolana presentada: el quinto centenario del descubrimiento o encuentro de América. Los tratamientos de tan complejo abordaje fueron distintos y, en general, poco aportadores a la trascendencia esperada. La danza nacional, no obstante, se convirtió en sí misma en un festival dentro del festival.
La danza de esa icónica edición del Festival Internacional de Teatro de Caracas dio que hablar. Fueron los artistas del movimiento que vinieron del mundo para sorprender, estimular o decepcionar, y que encontró en la capital un escenario abierto y un público dispuesto a la acción y la reacción.
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