“…El capitalismo es la única opción que tiene un mundo tan competitivo y globalizado; pero también es cierto, que ante las graves crisis económicas y los problemas sociales que afectan a la gente, no es posible mantener un esquema que se centre sólo en la obtención de ganancias, sino que asuma un rol protagónico en la generación de mejores condiciones de vida…”
Emeterio Gómez, La responsabilidad moral de la empresa capitalista, p.83
La realidad vive llena de contradicciones, cambios y transformaciones.
Acaso no le ha sucedido a usted que aquello que aparentaba ser simple resulta que viene cargado de complejidades.
Hay un abanico permanente de posibilidades frente a nosotros, al momento de decidir. Precisamente allí es donde radica la manifestación de talento: saber escoger. La gente se inclina, –la mayoría de las veces– por sintetizar los elementos participantes; por construir un híbrido.
Lo real, en el ámbito que se nos antoje, se vuelve escurridizo, múltiple y mutable. Preguntémonos, cómo hacer entonces para encerrar caprichosamente la existencia humana, con todos sus desenvolvimientos en una sola e invariable fórmula, en una pétrea imagen, en una única ideología. Nos parece que es poco menos que imposible.
Otra pregunta a propósito: cómo hacer para dejar a un costado las claves de lo viviente, de la “afirmación de la existencia”, la llamaba Nietzsche. Impensable, desde todo punto de vista y sentido.
Frente a discursos contentivos de racionalidades fuertes, de posiciones verticales procuramos alzar blasones de movimientos transversales; armar suficientes entrecruzamientos de ideas, cuyas esencias vienen dadas por la pluralidad; aunado a la disposición dialéctica –sin ningún temor– para confrontar las cosas; para religar los procedimientos con otras lógicas.
Quienes han asumido la tarea histórica de diseñar las posibilidades de subsistencia, a través de las cuales pueda discurrir la humanidad, se han encontrado con un inmenso dilema que les resulta insoluble: insistir en encallejonarse en ideas anacrónicas que no admiten críticas o abrir sus mentalidades a lo plural, para compartir modos de decir, hacer y ser.
Prestemos atención a lo siguiente, que nos atrevemos a expresarlo con la mayor objetividad. Con motivo de la pretendida transformación estructural del sistema socio-económico venezolano, que desde hace más de dos décadas aspira erradicar las relaciones y modo de producción y de dominación que “privilegia a un sector minoritario sobre una mayoría empobrecida”, se propuso –sin asidero ni consolidación– el ya famoso desarrollo endógeno, afincado en un modelo a partir del cual las comunidades desplegarían sus propias iniciativas; donde las decisiones irrumpirían desde adentro.
¿Sería algo nuevo bajo el sol? Jamás lo creímos.
Veamos: Keynes propuso también en su tiempo un “modelo de desarrollo endogenista”; basado en la demanda interna, específicamente en el gasto público del gobierno. Teorizó que el principio multiplicador simple de la inversión del Estado sostiene, mediante los recursos fiscales (similar a lo que hemos venido arrastrando en nuestro país, desde hace casi veinticinco años) los aparentes crecimientos, que necesariamente no implica desarrollo.
He allí un sesgo maquillado de capitalismo, que no ha tenido nunca intenciones de ocultar sus propósitos. Capitalismo que no esconde sus intereses de controlar las distintas esferas de la vida. Que está en todas partes. Póngale la etiqueta que desee; pero el capitalismo siempre aflora. Revienta costuras y deja en pena a quienes hacen uso político de su inmenso espectro.
Analicemos esta otra arista del asunto. El esquema de producción comunal y complementaria -que se pretendió desde el Estado-gobierno, como modelo alternativo al capitalismo-, pudo haber sido aprovechable a pesar de las evidentes contradicciones. Primero, operaba con las idénticas categorías del capitalismo, como ha quedado demostrado en todos estos años. Ese modelo comunalista (¿comunista?), en su fracasada fase preliminar, hizo uso de los mismos instrumentos de reproducción material y simbólico que definen “la explotación del hombre por el hombre”; porque, aunque la voluntad del colectivo no quiso apelar a éstos; los sustratos rancios y duros del capitalismo ocuparon los más recónditos intersticios de la episteme que alimenta el modo de producción capitalista. Por más que se tongoneaban siempre se les veía el bojote
Los teoricistas del régimen, en el afán de acomodarle algo de soporte doctrinario a la transición de los modelos de producción, agotaron, prontamente, las canteras de ideas económicas. Hoy acuñaban una idea, mañana se inclinaban por otra. El capitalismo se les volvió terco y autoritativo.
Acaso es innegable el desbarajuste ideológico de este “Proceso”. Hasta ahora no encuentran sustentación ideológica que les sirva de piso; porque, en nuestro país únicamente ha prevalecido, en los últimos años, la detestable militarización de los espacios naturales de la sociedad civil, con el agravante de pretender hacer tolerable tal engendro “como si” se tratara de una circunstancia normal y rutinaria. Militares a sus cuarteles, porque de economía nada saben.
A los civiles no nos espantan los verdaderos desenvolvimientos de la realidad; de la cual ya dijimos es mucho más grande que los conceptos reduccionistas.
Admitimos que el capitalismo y todas sus derivaciones, desviaciones y efectos: la elusión del plustrabajo, la competitividad, la presión de la rentabilidad sobre las conciencias o ganancia al máximo sin contemplaciones, la acumulación; en fin, todo ese enjambre no son invenciones nuevas. Hay que luchar contra muchas de esas perversiones e intentar controlarlas.
Desde el pensamiento liberal clásico que restringe las funciones del Estado a su mínima expresión, hasta lo que se está dando a conocer como Neoinstitucional cuyo asiento del éxito o fracaso de un modelo económico apunta a la eficiencia u obsolescencia institucional hay una inmensa trayectoria teñida de capitalismo.
Ciertos regímenes políticos –de tendencias totalitarias–le han querido aplicar al capitalismo algo de cosmética para hacerlo más digerible; y han quedado en el intento.