OPINIÓN

Esa frontera turbia, porosa y turbulenta

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo
Refugiados Venezolanos- venezolanos en Colombia

Foto: Archivo

La frontera venezolana con Colombia ha sido siempre objeto de diatriba desde cualquiera de las dos orillas. En épocas del madurismo los desencuentros entre los dos gobiernos llegaron a extremos que nunca se debieron producir. Las tropas de lado y lado fueron movilizadas a las fronteras en diferentes ocasiones, sin que, por ventura, los altercados pasaran a mayores.

La frontera ha sido protagonista de todo tipo de situaciones regulares e irregulares. En toda su extensión los colombianos y venezolanos que están adosados a la línea que nos separa, viven en una suerte de sim simbiosis comunitaria que no se da con frecuencia en otros países vecinos. Es hermoso percibir como la binacionalidad allí de verdad reina y las familias se entrelazan sin dificultad de un lado del del otro para compartir la cotidianeidad. Por décadas, en las épocas de la próspera Venezuela pre- chavista, a través de esa línea vinieron millones de colombianos a asentarse en Venezuela y a buscar en esta tierra lo que la Colombia convulsa de la ultima mitad del siglo XX no les podía ofrecer. En algún momento más de 4 millones de neogranadinos hicieron de la nuestra su patria y así vimos llegar y les sacamos el mejor provecho, al trabajo de miles de técnicos y artesanos bien formados en Colombia que nos beneficiaron con su laboriosidad y nos hicieron receptores de sus enseñanzas.

Desde el lado venezolano la migración hacia Colombia ha sido inmensa desde que el país fue decayendo en fortaleza económica y en democracia. En los últimos diez años nuestro país se ha vaciado de sus mejores gentes que fueron a parar en toda la geografía mundial. Una vez más Colombia se configuró en pieza clave para el destierro voluntario, alcanzándose a contar una diáspora cercana a 2 millones de nacionales regados por el suelo vecino. Colombia se vio forzada a abrir sus puertas a un contingente inmenso de ciudadanos desalentados y empobrecidos que no iban en pos de la bonanza colombiana, sino que huían de la más atroz de las miserias, de la falta de servicios, de la ausencia de libertades y de la inexistencia de un futuro para su descendencia. Le tocó a Bogotá dictar políticas e improvisar instrumentos de ayuda humanitaria para dar tratamiento digno a una avalancha de gentes necesitadas de todo tipo de bienes y servicios que, además, llegaron a complicar el severo momento que Colombia atravesaba por su propia fragilidad socioeconómica y, posteriormente, por los estragos de la pandemia del covid-19.

Esa misma frontera ha sido testigo del tránsito comercial más abultado de todo el continente. Los intercambios entre Venezuela y Colombia llegaron a sumar mas de 4.000 millones de dólares en la época dorada de la integración binacional. Pero también ha sido el escenario de distorsiones y crímenes de envergadura que son los que tienen que ver con narcotráfico y, más recientemente, con terrorismo del mas elaborado y cruel. Hay atentados contra militares de alta gradación y los más elevados jerarcas del gobierno colombiano, residente incluido, que han sido organizados desde el lado rojo de la frontera: la orilla venezolana.

Pero resulta que ahora, Nicolás Maduro, el benevolente, la abre después de dos años cerrada para tratar de ganarse indulgencias de los venezolanos, útiles para los procesos electorales que se avecinan, pero no sin antes lanzar todo tipo de improperios contra la Casa de Nariño. Para agriar aún más las cosas que dice querer arreglar, el venezolano responsabilizó esta vez a Iván Duque por el odio hacia los migrantes venezolanos.

Así es como nada de lo que ocurre en torno a la frontera que mantiene unida a los países siameses, es transparente. Y no lo será mientras sea la revolución bolivariana la que envenene la relación con Colombia a través de su connivencia con lo peor del movimiento guerrillero vecino: el ELN y los nuevos agentes de las FARC que se califican a si mismo de “disidencias” cuando no son otra cosa que asesinos de siete suelas iguales o peores que los pre-existentes. Y cuando desde el otro lado del Arauca se les continúe facilitando el tránsito a los traficantes de drogas colombianas hacia los mercados consumidores del planeta.

Ambos países deberían tener interés en restablecer el tenor de las relaciones que otrora existieron y de las que se beneficiaban los dos países, sus nacionales y sus empresarios. Hoy lo que hay es una tensión que no afloja porque Venezuela no tiene el menor interés facilitar esa normalización.

Tampoco nada será normal entre los dos países mientras Caracas esté convertida en un epicentro de actuación del terrorismo, capaz de incendiar otras capitales latinoamericanas y de conspirar contra el gobierno de Washington.