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¿Es usted de derecha?

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En la Venezuela pre-Chávez nadie se autoproclamaba de derecha –salvo uno que otro monigote sin audiencia–. Ello lo hacía curioso para algunos politólogos. Tampoco todos se decían de izquierda, entre otras cosas porque la izquierda nacional había sido algunos años bastante feroz, guerrillera. Total no había que exagerar, la socialdemocracia de los adecos y el socialcristianismo de Copei bastaban para estar en el progresismo, para no ser derechistas, y recuérdese que entre los dos copaban la gran mayoría de los venezolanos por varias décadas.

El día que Chávez llegó al poder aupado por el pueblo pero también por unos cuantos  ricos o famosos, estos para por fin saltarse los partidos políticos y justamente encontrar un líder de derecha, impoluto neoliberal, muy empresarial, sin presiones partidistas y populares. Crueldades de la historia, les salió Hugo Chávez Frías, que se proclamó revolucionario, un agresivo e ignorante tenientillo, natural de Barinas, delirante y disparatero, con mucho pueblo simbólicamente empoderado detrás y dispuesto a acabar con ellos. Como en efecto acabó y de paso con el país y su idolatrado pueblo. Pero este cuento no es solo sabido, sino vivido, padecido por los venezolanos adultos. Mi intención es otra que volver con esas letanías. Es más bien filológico, me refiero a los términos de derecha e izquierda.

Tal fue el desastre, la tragedia nacional, que causó esa “izquierda”, en realidad una banda ignara y cleptómana, que la gente se volvió de derecha y, en muchos casos de ultraderecha y un tropel de titulados o ricos salieron corriendo a resguardar sus bienes y su derecho al buen vivir y a pasar la pesadilla en el extranjero, en Miami y en Madrid preferentemente. Luego se irían millones buscando sobrevivir generalmente en un vía crucis espantoso. Muchos se dieron a rechazar cualquier posición que se acercase a la izquierda, aquí y en el planeta. Desde Obama, y ahora Biden, hasta Pedro Sánchez y el mismísimo Papa Francisco. Por otra parte, monstruos como Trump o Bolsonaro o Uribe nos protegían paternalmente.

Una especie de neomacartismo cundió por doquier y se empezó a ver comunistas en todos lados y eso que el comunismo parecía haber fenecido, a fines del siglo XX, con la caída de la Unión Soviética, el muro de Berlín y los chinos dedicados a copar sin límites el mercado planetario y llenarse de multimillonarios y pasión por el consumo. En fin,  formamos –aun entre los intelectuales– una ultraderecha, como toda ultraderecha que crece aquí y allá con rasgos fascistoides, que se difundió como respuesta a los padecimientos nacionales, muy reales y crueles ciertamente.

Pienso que esto hay que revisarlo, aunque sea porque la región, después de un corto y fallido paréntesis, se ha vuelto izquierdosa y los monstruos creo que han desaparecido por el momento. Pienso, entonces, que  en alguna medida debemos entendernos con ellos y al menos pluralizar las ideologías opositoras.

Para ello yo diría que hay que caer en cuenta que esa izquierda es muy diversa y, seguramente muy distintas a las de la era del socialismo del siglo XXI. Salvo las dictaduras puras y duras de Nicaragua, Cuba y Venezuela, por allí anda Boric, impecable en lo que respecta a formas democráticas y de respeto a los derechos humanos, crítico acérrimo de Maduro. O Lula con un gobierno de coalición con partidos centristas y una de sus primeras visitas oficiales ha sido al presidente norteamericano y supuestamente la pasaron de lo mejor. La misma delincuente de Cristina K, esta sí amiga frenética del siglo XXI, hasta ahora no ha podido hacerle la fiesta que desea a sus pares de Miraflores; el peronismo es una eterna politiquería oportunista. AMLO delira ciertamente y es imprevisible, pero no le ha dado por obsesionarse con nosotros. Petro sí, Petro no, por ahora. Son los casos mayores, no los únicos. Mi conclusión es que hay que ponerle freno al macartismo criollo e inventar relaciones adecuadas a cada situación.

Por último, hay que ir pensando que si José Gregorio o María Lionza meten la mano y algún día salimos del infierno va a tener que hacerse una política con muchos visos de izquierda, es decir, un Estado poderoso con una política social que haga que millones de venezolanos que viven en la miseria tengan pan, salud y luces. Que la riqueza crezca, pero también que se sepa compartir, si no vendrán otros infiernos.

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