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¿Es realmente progresista la izquierda en América Latina?

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El triunfo de Gustavo Petro ha llevado a algunos medios a asegurar —como el caso del diario español El País— que la “ola progresista” ha llegado a Colombia, como lo ha hecho recientemente en Bolivia, Perú, Chile, Honduras, México, Argentina y próximamente lo hará en Brasil con Lula. ¿Progresistas?

El surgimiento de los “progresistas de izquierda” es consecuencia de muchos años de injusticias sociales, abusos de las clases poderosas y su eterna connivencia con los políticos, corrupción al más alto nivel y la desatención de los sectores sociales más vulnerables en materia de educación, salud y oportunidades de ascenso social.

Hay que analizar si esto del progresismo, que llamó la izquierda de caviar y champaña, por la vida disipada en que viven sus líderes, es realmente cierto. Los tiempos de la ideología marxista y su versión socialista es cosa de la historia.

Por ejemplo, ¿podrá decirse que los gobiernos de Cuba y Venezuela, de indiscutible signo marxista del siglo XXI, con 60 y 20 años en el poder, respectivamente, con las más grandes violaciones de derechos humanos y el más desastroso registro negativo económico de la región, podrán considerarse progresistas?

¿O Nicaragua o Bolivia, que para que sus dirigentes pudieran reelegirse cambiaron sus constituciones a conveniencia o encarcelaron a quienes se atrevieron a cuestionar su eterna permanencia en el poder, como también pretendió Rafael Correa en Ecuador, hoy condenado por corrupto y su vicepresidente Jorge Glas preso por corrupción? ¿Será eso progresismo? ¿Tiene que ver eso con alguna ideología?

¿O Argentina con los Fernández de presidente y vicepresidenta disputándose el poder como una presa de caza, mientras Cristina Kirchner es investigada por actos de corrupción, pueda decirse que ese rico país ha avanzado o más bien vive su peor crisis de atraso social y económico en decenas de años?

Ese “progresismo” ha producido la mayor ola de corrupción que la historia latinoamericana haya conocido y la violación sistemática de los derechos humanos. Lula llevó a Odebrecht por todas partes para promover sus negocios, propiciando el mayor escándalo de corrupción conocido en nuestra historia y que afectó a Ecuador, Colombia, Venezuela, México, Guatemala, Panamá (traído acá por Martín Torrijos) y República Dominicana.

¿O Venezuela, que con Chávez y Maduro lograron convertir al país con la mayor reserva de petróleo mundial en uno de los más pobres del orbe, robándoles a los venezolanos cientos de miles de millones de dólares, dejándolos en la más paupérrima pobreza?

¿O Nicaragua donde la paranoia por controlar todo hasta llegan al absurdo de cancelar la Academia Nicaragüense de la Lengua y expulsar a las monjas de Teresa de Calcuta? ¿O el México de López Obrador, eterno luchador por el respeto de las ideas ajenas —cuando fue opositor— convertido en diario censor del que discrepa con él, y dónde ha fracasado su política de “abrazo” para los narcotraficantes, ignorando los señalamientos de corrupción de su entorno familiar? ¿Transformación?

No todos los gobiernos de izquierda han sido negativos. Uruguay con tres del Frente Amplio, —Tabaré Vásquez, dos veces, y Pepe Mujica, y Chile con cinco de la Concertación, donde estaba el Partido Socialista, —Patricio Aylwin, Eduardo Frei Tagle, Ricardo Lagos y dos veces, Michelle Bachelet—. Con sus fallas, reafirmaron que, si es posible una izquierda democrática que no se caracterice por su sectarismo, la persecución política y un alto nivel de corrupción.

Hoy nos hablan de progresismo tanto en Chile, con el triunfo de Gabriel Boric, y en Colombia con Petro. Decir que sus gobiernos serán parecidos a los de Nicaragua, Venezuela y Cuba, sería desconocer que los mismos están iniciándose y, en el caso de Chile, que loablemente ha condenado la violación de derechos humanos en Cuba y Venezuela. Tenemos que esperar lo que ocurra en la Colombia de Petro y el Chile de Boric. Lo que sí es importante recalcar que no solo la derecha inescrupulosa y corrupta ha sido la dueña de nuestra ruina.

La izquierda, en casos tan emblemáticos como Cuba, Nicaragua y Venezuela, ha demostrado ser más amantes del vil dólar y de aferrarse al poder, que de gobernar por y para los más necesitados, mérito que comparten con la más recalcitrante derecha. El progreso no es tema de izquierda o derecha. Es un asunto de capacidad y liderazgo real en cada país. De la conjunción de hacer bien las cosas, con la iniciativa ciudadana y todo aquello que vaya en pro del país.

Ojalá que Petro y Boric también lo entiendan así.

Artículo publicado en La Estrella de Panamá

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