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¿Es racional votar en una autocracia electoral como la de Venezuela?

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¿Qué opinan los expertos sobre la Misión de Observación Electoral a Venezuela que autorizó Josep Borrell para Venezuela?

EFE/ Ronald Peña

Los autócratas utilizan rutinariamente las elecciones para prolongar su permanencia en el poder. En ciencias políticas las autocracias que permiten el voto se conocen como autocracias electorales y es la forma de gobierno más extendida del mundo actual. Una autocracia electoral es un régimen con reglas democráticas imitativas, que viola sistemáticas las normas democráticas y aplica métodos autoritarios. Todos los estudios coinciden que Venezuela es una autocracia electoral.

Participar electoralmente en una autocracia electoral hegemónica es un juego riesgoso que generalmente deviene en altas recompensas para la autocracia que logra institucionalizar las elecciones para sobrevivir. Se entiende por «institucionalización» la capacidad de las autocracias de participar en un sistema electoral donde la incertidumbre de sus resultados ha sido reducida por medios abusivos. Cada vez que la oposición venezolana ha participado en elecciones ha contribuido a esa «institucionalización» electoral del régimen.

Hay dirigentes opositores convencidos de que es imposible cambiar esta autocracia por medio del voto, pero favorecen el juego electoral pretendiendo cambiar para que todo siga igual. Muchos “candidatos presidenciales” que contribuyen al fraccionamiento sólo buscan el reconocimiento de sus nombres en una campaña de alto perfil que les ayude a promocionarse para la postulación a una gobernación, a una alcaldía o a la Asamblea. La estrategia, inventada por los gringos, se conoce como name recognition. Es tonto pues pensar que todos aquellos que se postulan como candidatos presidenciales opositores son tan tontos como para creer que pueden ganar.  Son narcisistas que quieren sobrevivir en este caos que crearon los bolivarianos donde todo tiene validez, incluyendo la estupidez y los payasos.

Uno de los más persistentes errores de la oposición venezolana ha sido considerar cada evento electoral como el último o el definitivo para derrocar al gobierno. La esencia de toda estrategia es reducir la resistencia del adversario a través de un proceso hasta abatirlo finalmente.

Gana “Ninguno”

Las encuestas en Venezuela revelan que el candidato favorecido es la categoría “Ninguno”. El mensaje es simple, existe una tendencia natural y espontánea a la abstención por falta de confianza en la autocracia electoral y en el liderazgo opositor. Si esta inclinación se organiza y se promueve, derrotaría el proceso de institucionalización y legitimación que la autocracia de Maduro busca desesperadamente como la única manera de zafarse del acoso de Biden.  Despojados de estos dos valores Estados Unidos persistirá atacando sin piedad los flancos de menor resistencia de Maduro: la corrupción y el terrorismo narcotraficante que cabalga sobre la frontera colombo-venezolana. Una espina también en el costado de Gustavo Petro, que pronto se verá obligado a perder el equilibrio entre Maduro y Biden.

La desconfianza electoral del venezolano es fácil de entender. Desde 2004 las elecciones manejadas por la empresa Smartmatic fueron cuestionadas por la propia oposición. En julio de 2017 Smartmatic acusó al propio CNE de manipular los resultados de las elecciones. En 2013 el candidato Capriles acusó al gobierno de “robar” las elecciones a la oposición y alegó que no quiso hacer nada “para evitar una guerra civil”. En diciembre de 2017 la MUD acusó al gobierno venezolano de cometer un fraude constitucional luego de que el chavismo solicitara a la Corte Suprema la designación de los dos nuevos rectores del Poder Electoral. En mayo de 2018 el exdirector de Inteligencia Militar del régimen, el Pollo Carvajal, acusó al exrector Carlos Eduardo Quintero Cuevas de estar relacionado con el fraude cometido en las elecciones de 2018, en las cuales resultó ganador Nicolás Maduro. Decenas de expresiones como estas han sido comunes en cada elección y por 2 décadas.

Repetir con arrogancia que ahora sí se le puede ganar al régimen por encima de desbalance que ha crecido exponencialmente es, más que un error, una estupidez. Al constatar Jorge Rodríguez el desasosiego opositor por ir a elecciones los acaba de amenazar con la petulancia del que sabe con quienes trata. “Sí, queremos elecciones, pero libre de sanciones”. El mensaje es que si los opositores quieren satisfacer esa ansiedad que los abruma por votar, deben rogarle a Estados Unidos que levante las sanciones.

Anthony Downs, uno de los más prominentes teóricos de la teoría de la Elección Pública o Public Choice, planteó la posibilidad de que votar, en ciertas circunstancias, puede ser un acto irracional, ya que los costos que conlleva son superiores a los beneficios que se obtienen. Ha ocurrido en Venezuela. Está a la vista, los costos de la participación opositora en 20 años de elecciones han sido muy superiores a sus beneficios. Por eso el favorecido candidato “Ninguno” de las encuestas crece como la verdolaga sin que nadie formalmente lo promueva.

Por su comodidad, su simpleza y su ausencia de riesgo, la estrategia de abstención puede resultar perfectamente adaptada a la idiosincrasia venezolana y a las circunstancias políticas presentes. Colocaría esta autocracia electoral arrogante y presumida en un contexto de extrema vulnerabilidad que facilitaría ese acoso que adelanta Estados Unidos sobre el gobierno de Maduro.

Así como la victoria abstencionista de 2005 abrió un enorme boquete en el chavismo disidente silencioso, así ocurrirá ahora. En toda autocracia existe una disidencia silenciosa que espera una oportunidad para manifestarse. La abstención es la mejor oferta y la más segura para que el chavismo silente se haga escuchar. Bastaría un plan de propagación para fortalecer tres impulsos abstencionistas indetenibles, la falta de motivación del electorado opositor, la abstención activa y proporcionar un canal de protesta a la resistencia silente del chavismo.

Estas tres propulsiones hacen que un consenso sea irreal. En ciencias políticas se argumenta que para que exista condiciones para un consenso en una muy severa crisis, esta debe ser de tal magnitud que no le ofrezca a ninguno de sus líderes la sobrevivencia política. En esa exacta posición colocó Hitler al liderazgo del mundo liberal y se desencadenó la guerra mundial. Esto no ha ocurrido en Venezuela porque muchos dirigentes opositores han acudido a lo que los franceses llamaron durante la ocupación nazi el “colaboracionismo de sobrevivencia”.

¿Gana la autocracia electoral? 

Otras consideraciones. ¿Hasta qué punto votantes opositores que imaginariamente se comprometen a derrotar al autócrata votarían por un candidato de su desagrado perteneciente a otras filas opositoras? Un estudio de encuestas encuentra que votantes opositores que expresan su apoyo a una coalición opositora, cuando los exponen a votar por otro partido o candidato que podría liderar la coalición se retractan de ese apoyo. Los mismos estudios concluyen que las oposiciones fragmentadas como la nuestra, no solamente logran debilitar al grupo opositor, sino que contribuyen a socavar el apoyo general a la democracia. No es sobre Venezuela el estudio, pero como si lo fuera. Las encuestan indican que es una conducta cuantificable en electores de países subdesarrollados, oposición fragmentada y de autocracias electorales con pronunciados segmentos de ignorancia. Exactamente como Venezuela. Pudiera ser pedagógico observar en Twitter cómo los opositores venezolanos se sacan los ojos entre sí.

Lo hemos dicho antes, la única forma de explicarse que estos mensos bolivarianos haya retenido el poder mediante “elecciones” por más de dos décadas es porque la dirigencia opositora es peor. Algo que no tiene arreglo antes del 22 de octubre y la realidad demuestra que no es fácil despachar una autocracia electoral, como pretenden convencernos nuestros relamidos dirigentes opositores. Las autocracias electorales albergan 44% de la población mundial, es decir, alrededor de 3.400 millones de personas. Sólo 34 naciones con sistemas democráticos albergan 13% de la población mundial.

Una de las más grandes ventajas de la abstención en las circunstancias actuales es que no exige la organización que demanda la participación, castiga a la autocracia en su afán de legitimarse y al impulso narcisista de candidatos opositores que sólo ven en estas elecciones una oportunidad de promover sus diminutos intereses.

Por eso la pregunta es pertinente: ¿Es racional votar en una autocracia electoral como la de Venezuela?

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