OPINIÓN

¿Es posible un fascismo de izquierda? (y III) Notas a propósito de Diosdado Cabello

por Enrique Ochoa Antich Enrique Ochoa Antich

Terminemos, diputado Cabello, esta serie de tres artículos sobre su desviación fascista de izquierda. Hablemos del partido-Estado y de los militares.

Otra atrofia propiamente fascista es la de fusionar partido y Estado, incluyendo en esa argamasa a la institución militar, algo que usted hace una y otra vez en su programa de televisión, entre otras cosas llevando a militares activos para que sean la claque obligada de sus tres, cuatro y cinco horas de insufribles peroratas. No sé si usted se da cuenta de que al hacerlo ofende y mancilla a la Fuerza Armada.

Yo pertenezco a una familia donde han abundado militares, desde los tiempos del comandante Toribio José de la Encarnación Ayestarán Arévalo, prócer de la independencia, padre de una bisabuela. Un tío abuelo fue uno de los últimos generales de montoneras del siglo XIX, pues formó parte de los 60 que invadieron con Cipriano Castro en 1899. Y mi padre defendió, con las armas en la mano y hasta el último disparo, al gobierno de Medina Angarita en su condición de mayor del Ejército, cuando el golpe militar del 18 de Octubre de 1945. Así que conozco de lo que hablo.

Sé, porque es su permanente estilo, que usted va a hablar, seguramente ofendiéndolo, de mi hermano, el general Fernando Ochoa Antich, y de su relación política con Carlos Andrés Pérez y su segundo gobierno. Me permito recordarle de antemano el trato decoroso que usted recibió por parte de él como oficial detenido y que fue gracias a la reciedumbre de Fernando en aquellas horas difíciles que no se bombardeó el Museo Militar (adonde Chávez se refugió sin combatir y donde se rindió sin un solo disparo), lo que habría ocasionado el fallecimiento del propio Chávez y de quién sabe cuántos oficiales y soldados más, aparte de civiles. De esa mesurada actuación sus familiares nos sentimos orgullosos.

En estos días, el general Vladimir Padrino López señaló en respuesta a las absurdas, necias, bobaliconas y temerarias declaraciones de Antonio Ledezma acerca de su relación con militares: «No hace falta que alguien esté haciendo uso de la FANB para sus propósitos partidistas. Eso lo rechazamos». En lo personal, me apresuré a redactar un mensaje en las redes felicitándolo y expresando mi acuerdo con el comunicado de la F.A. que ratificaba su condición popular y antiimperialista. Usted debería escuchar con atención lo que indirectamente le está diciendo el general Padrino.

No voy a extenderme pero usted sabe que al pretender fusionar partido, Estado y Fuerza Armada, está violando claramente la Constitución de la República, que en varios de sus artículos expresa con relumbrante claridad que ni la administración ni la institución militar pueden estar al servicio de bandería partidista alguna.

Conclusiones

Serían innumerables los emparentamientos de su discurso y proceder con el fascismo. No es menos pequeño el culto a la personalidad de un caudillo decimonónico casi deificado por usted, al modo estaliniano (cuyo lugar en la historia, a mi modo de ver, será muy discutible). Pero no voy a alargar este ya de por sí luengo artículo.

Le ruego que crea en la sinceridad de mis palabras. Nadie más que yo quisiera verlo a usted saliendo del lodazal de los improperios y la descalificación moral, propio de los fascismos. Yo sueño con una nación cuyos hijos puedan debatir dentro de la diversidad, pero con decoro por la condición humana del otro. Sueño en un país cuyas instituciones estén emancipadas de la sujeción a un solo partido. Sueño con un país plural, abierto, en que la democracia sea el poder del pueblo, es decir, el poder de todos; en otras palabras, en el que haya alternancia republicana. Sueño en un país donde una Fuerza Armada moderna y respetada no tenga que inclinar la cerviz ante ninguna bandería partidista. Y, last but not least, sueño con un país donde mis adversarios en las ideas merezcan mi respeto porque ellos se lo den a sí mismos respetando a los otros.

Alguna vez usted anunció que me invitaría a conversar. Y yo le dije que con gusto y aún más, le propuse que debatiéramos ante el país nuestras diferencias: la propuesta, por mi parte, sigue en pie.

Reciba un saludo cordial.